Homenaje a Gaite por Mar Cueto

"Viaje a la capital"

Los padres de Estela creyeron que era muda hasta que cumplió ocho años. Siempre supieron que no era sorda porque acudía rápidamente, cuando la llamaban, aunque lo hiciesen con un suave susurro. También les parecía evidente que no era tontita, pues aprendía con facilidad todas las tareas de la casa y del campo que le enseñaban. Los ojos se les llenaban de lágrimas cada vez que la veían negarse obstinadamente a repetir las palabras papá y mamá. Ella no comprendía por qué le daban tanta importancia a que no repitiese sonidos, ya que se entendían perfectamente por señas. Pero, como no quería verlos llorar, se esforzaba cuando estaba a solas en intentar emitir palabras pese al dolor que le producía.
Se miraba al espejo cuando intentaba hablar y se asustaba al ver cómo contraía su cara para poder articular los sonidos. No sabía qué era peor, si los gestos que afeaban su rostro al decir las palabras o el tono tan desarmonizado con que salían de su boca. A pesar de todo se armó de valor y un día, para sorpresa de sus padres y hermana, les habló por primera vez.
-Paaapá, maaamá, Saaandra. A continuación, al ver sus rostros asombrados, se le olvidó lo que tenía pensado decirles.
Ellos se quedaron mudos y estupefactos ante aquellos sonidos que no esperaban poder oír jamás. Se miraron con la boca abierta sin poder expresar su sorpresa, durante varios segundos pasearon la mirada alternativamente de unos a otros, sin saber qué decir. La niña pequeña fue la primera en romper el silencio.
- ¡Estela habla!-dijo alegremente-. Estela puede hablar. Lo hace muy mal, pero puede hablar. Estela, di Sandra otra vez.
Su padre se puso tan contento, pese a lo poco entendible que era la voz de su hija, que decidió matricularla en un colegio junto a su hermana. Allí, desde el primer día, se ganó el cariño y protección de sus profesores. En especial, la del profesor de gramática que se quedó prendado de sus expresivos ojos grises, su melancólica y frágil expresión y la armonía de su figura. Se enfadaba con todos los alumnos que se reían de la niña en su presencia, al escucharla, y los mandaba en castigo repetir infinitas veces lo mal que estaba el reírse de otra persona. Se tomó como algo personal el progreso y la curación de Estela y procuraba estar informado de todos los avances de la medicina que pudiesen ayudarla.
¡Tienen que llevar a la niña a un logopeda! Ya verán como la ayuda a mejorar su dicción y superar su timidez.
-¿Un qué? –decía su padre asombrado-. Nosotros no tenemos dinero, no sé que es eso que usted dice, pero suena a algo caro y no podemos llevarla.
-¡Pero, hombre de Dios! ¿Usted no quiere que su hija se cure? Llévela, luego me dice lo que cuesta, y yo se lo podría prestar. No podemos consentir que una niña tan bonita y tan lista sea el hazme reír de todos esos gamberretes que se ríen de ella. ¡Yo no lo puedo consentir!  ¡Me duele en el alma cuando la veo sufrir!
-¡Y a nosotros también! Pero las tierras no nos dan para extras, y si le pido dinero prestado, no le respondo de que se lo pueda devolver…
-No importa. Si no puede devolvérmelo, le prometo que no le acosaré. Pero, por lo que más quiera, llévela al médico para que la cure. Correré de buena gana con todos los gastos.
A regañadientes, llevaron a Estela a cuantos médicos les recomendaban dentro de la provincia. Todos coincidían en lo mismo, si querían curar a la niña, tenían que llevarla a la capital donde se encontraban los mejores especialistas del país. Así pasaron cuatro años hasta que la tía Carmen, que se había trasladado a Madrid después de su casamiento, regresó en verano para pasar las vacaciones y se enteró del problema que tenía Estela. Insistió en llevarla a su casa y después a un doctor muy famoso del que hablaban maravillas los que le conocían.
La tía se compadecía tanto de la niña al saber que nunca había tenido amigas y que su hermana, que sí las tenía, apenas le hacía el caso imprescindible, que se propuso proporcionárselas mientras estuviese en Madrid. Sólo tenía un hijo pequeño, con el que poca amistad podría tener, por lo que se decidió a hablar del asunto con una vecina.
-Señora Paca, me he fijado que su hija Pepita parece muy buena y formal, y su amiga, la niña rubita que lleva esos vestiditos tan lindos también  lo parece. ¿No podrían salir los domingos con mi sobrina mientras esté en mi casa?
-Por mí no hay inconveniente. Se lo diré a Pepita, y si quiere, que la vayan a buscar este domingo para ir al cine o a pasear.
Estela, cuando llegó con sus tíos y su primo, a Madrid, estaba llena de temores y de aprensiones. Le asustaba que los médicos le pudiesen hacer más daño del que sentía al mover la lengua para hablar. Pero lo que más la aterraba era que en la ciudad se burlasen de ella tanto como lo hacían los niños de su pueblo, sin tener a nadie que la defendiese, como hacían sus profesores. Por ese motivo se sorprendió gratamente cuando la operaron, para quitarle la telilla sublingual que la martirizaba al emitir sonidos y las vegetaciones que tenía en la garganta, y no sintió apenas dolor. Pero, lo que más la maravilló fue el trato que le dedicaron, desde el primer momento en que la conocieron, sus amigas Pepita y Lina. No tenía muchas esperanzas de llegar algún día a curarse del todo y a entonar correctamente como las demás personas. Aún así, pensaba que el viaje a Madrid era lo mejor que le había sucedido en su vida y que nunca había sido tan feliz. Mientras paseaba por el parque del Retiro o por el de Ventas se reía a carcajadas con sus amigas como nunca antes lo había hecho. Todo la parecía bonito y se divertía con sólo guardar el equilibrio a pata coja sobre el bordillo de las aceras.
Llevaba un mes en la capital cuando le dijeron que dentro de dos semanas vendrían a buscarla sus padres. Se puso tan triste, que su tía le ofreció la posibilidad de quedarse unas semanas más hasta que llegasen las vacaciones de su marido, si sus padres estaban de acuerdo.
El domingo siguiente, por la mañana, se fue a sacar las entradas para ir de tarde al cine con su vecina Pepita. Pensaban ver dos películas de sesión continua en la calle Alcalá, y como eran de estreno, la cola era muy larga. Mientras esperaban se iban turnando para ver las carteleras.  Un chico se quedó mirando a Estela por detrás, pareció gustarle lo que veía y se acercó para verla de cerca. Los ojos de Estela, que tenían un brillo especial por lo feliz que se sentía, cautivaron al muchacho. Pepita mientras esperaba en la fila se percató de los intentos del chaval por entablar conversación con su amiga. Veía atentamente las miradas de admiración y de interés que dedicaba a Estela y cómo ella, ajena a todo lo que no fuesen las carteleras, no se percataba de nada.
-Miraaa  Peeepita, de princeeesas cooomo a mí me guuustan-dijo emocionada haciendo las muecas que solía hacer cuando hablaba.
El chico que estaba a su lado y ya la iba a tocar en el hombro para entablar conversación, al oírla, puso una mueca de espanto que hizo reír inevitablemente a Pepita y se fue corriendo.
-¿Deee qué teee riiies?-Preguntó mosqueada a su amiga.
-No, no, de nada.
-Deee algo teee reeeirás. ¿Deee queeé?
-De una tontería. ¿No ves qué graciosa es esa fotografía de la cartelera?
-Si, peeero no laaa veeeo taaanta  graaacia.
Pepita no quería herir sus sentimientos, pero a partir de ese momento, cuanto más trataba de medir sus palabras más metía la pata y despertaba la susceptibilidad de Estela. Avisó a Lina para que por la tarde tuviese cuidado y no dijese nada que pudiese molestar a Estela. Pero, le sucedió lo mismo, al medir las palabras ponía en evidencia sin querer el problema. El ambiente se puso muy tenso, y para relajarlo, a Lina se le ocurrió que podían jugar a las prendas en el parque. Tal como hacían otros días cuando salían pronto del cine. A Pepita le pareció genial, pero Estela, que nunca había jugado a ese juego, no pensó lo mismo cuando le explicó cómo se jugaba.
-Las pruebas son muy sencillas-dijo Lina-a veces mandamos que la que pierde nos traiga agua de la fuente, que meta un pie en un charco o que pregunte la hora a la primera persona que vea, o que cante una canción encima de la mesa y de los bancos. Lo más difícil que solemos mandar es decirle al primer chaval que pase cerca que está muy bueno, aunque sea más feo que Picio. Pero, tampoco tiene mucha importancia, la mayoría se cortan y no hacen caso. Y a los que hacen caso, les explicamos que es una broma, que estábamos jugando a las prendas solamente. Cuando te toque a ti puedes elegir lo que quieras y la que pierda lo tiene que hacer. Es muy fácil y divertido.
-Yooo, preeefiero que jugueeeeis solo vooosotras. Y yooo miro naaada más.
-¡Vale! Como quieras, pero es más diver cuando jugamos muchas. El día que vienen Loly, Pepi y las demás del bloque largo nos lo pasamos genial. Aunque muchas veces acabamos peleándonos porque nos mandan hacer cosas muy cochinas y no queremos.
Aquél fue el último día que Estela salió con las amigas. Se despidió con normalidad, pero se notaba que ya nada sería igual. Temía que se quisieran burlar de ella y no volvió a confiar en nadie. De nada sirvió que le dijesen que su voz estaba mejorando y que pronto hablaría sin tartamudear. Ya no quiso quedarse con sus tíos cuando vinieron sus padres a buscarla.
-¡Quédate unos días más!-insistía su tía-. Ya volverás al pueblo con nosotros por vacaciones. Así puedes seguir saliendo con tus amigas. ¿No te lo pasabas muy bien con ellas?
-Si, nuuunca me había diiivertido tanto, pero mi sitio está en el puuueblo. Allí con los animalitos es dooonde estaré mejor.