Homenaje a Gaite por Matías Ortega

Carmen Martin Gaite, una mujer que superó a su tiempo y se ganó un lugar sobresaliente en un mundo de hombres. En homenaje a su obra y a su ascendencia gallega he preparado este relato, un esbozo de la vida y circunstancias de otra gran mujer:
 Consuelo, ejemplo de abnegación, tenacidad y sacrificio de su propia vida para hacer mejor la vida de todos los que ha tenido a su alrededor.

Surco y Marea
La vida de Consuelo está escrita con sudor y lagrimas. Las frases son surcos que trazó día tras día, agarrada a un arado, abriendo las entrañas de la tierra para sacar de ésta algo con lo que sobrevivir y mitigar el hambre de su familia.
Páginas escritas, con la humedad del mar calándole lo huesos, mientras mariscaba o arrancaba los mejillones pegados a las rocas. Frutos de la ría destinados a satisfacer la gula de quienes ignoran con cuánto sufrimiento llegan éstos hasta su mesa.
La subida de la marea marca el final de la jornada de marisqueo. Consuelo ha aprovechado hasta el último momento escarbando la arena en busca de las preciadas almejas. También ha ido recogiendo algunos erizos de mar que iba encontrando y deja para el final la recolección de mejillones en las rocas próximas a la playa, las cuales el mar poco a poco irá cubriendo.
Cada cosa en su sitio; los mejillones en un saco y los erizos y almejas en cubos. Mientras prepara su carga oye la voz de José, un pescador de la aldea que está amarrando su barca:
- ¿No es esa mucha carga para una mujer? ¿No sería bueno que un hombre te ayudase?
- ¡Vaya el demo contigo¡ Esta mujer es una barca para la que quizás no haya hombre con el suficiente timón para  manejarla- contesta Consuelo.
La tarde declina mientras la mujer enfila la dura pendiente que sube desde la cala de Lourido hasta su casa. El saco en la cabeza y en cada mano un cubo. José, el pescador, la ve marchar y piensa que seguramente Consuelo tiene razón, ella es una hembra curtida por el esfuerzo y el sufrimiento, capaz de  superar, si  de trabajo se trata, a la mayoría de los hombres.
Sentado bajo la parra, presa del mal humor que le producen tanto los dolores, como el verse agarrado a una sonda que le acompañará hasta el final de sus días, Benito ve llegar a su hija. Parece no darse cuenta de la pesada carga que transporta, pero en realidad es que no quiere verla. Antes de que Consuelo tenga tiempo de dejar el saco y los cubos la increpa desairadamente:
- De dónde vienes perdida, aun no ordeñaste la vaca y ya vinieron a buscar la leche.
Consuelo mira a su padre, encendida pero temerosa. No es capaz de replicarle a aquel hombre al que durante su infancia y adolescencia sólo veía un par de meses al año. Benito, de profesión marino mercante, pasaba el resto del año embarcado y sus regresos al hogar los aprovechaba para ejercer de patriarca y dejar embarazada a su mujer. Hasta ocho hijos parió Pilar, los últimos tres estando ya enferma e imposibilitada. Sólo una prima, como mujer lo entendía mejor que nadie, fue capaz de frenar aquella barbarie enfrentándose a Benito.
Curioso personaje Benito. No se ajusta al perfil del clásico aldeano, le gusta leer y aunque su economía no le permite gastar en periódicos, lee los que le dan ya atrasados. Ha dado varias veces la vuelta al mundo a bordo de los barcos en los que trabajaba. Se recrea contando sus paseos por La Habana o Nueva York y se ufana de que tal o cual personaje distinguido o famoso lo habían querido saludar personalmente en alguno de esos viajes. Con estos datos cabría decir que es una persona medianamente culta y sin embargo ha tratado, siempre, a su familia como algo de su propiedad, sobre todo a su ya difunta mujer, de la que disponía para calmar sus necesidades de sexo sin importarle su deteriorada salud.
Viejo y enfermo, Benito, espera el fin de sus días. Aquel que otrora surcase los mares y océanos de todo el mundo, se ve condenado a pasar las horas en una silla, atado a una sonda a consecuencia de de un cáncer de próstata y otros problemas físicos. No dispone del dinero suficiente para operarse y su estado tampoco lo aconseja. Su mal genio es constante y de sus iras solamente escapa su pequeña nieta Lucía. Ésta y su hermana Margarita habían quedado huérfanas al morir su madre Rosa.
Consuelo ha terminado de ordeñar la vaca. El animal es una pieza importante en los escasos ingresos que entran en la casa. Aporta su fuerza para trabajar en el campo y su leche es vendida a excepción de una pequeña cantidad que se reserva para las niñas.
Aún no ha oscurecido del todo, los días son largos en Galicia, las pequeñas corretean enervando los ánimos de su abuelo y también los de su tía. Ésta las mira y les chilla para que se estén quietas. "Demo de hombres", piensa. En esta ocasión el recuerdo es para su cuñado Luis quien, poco antes de morir Rosa, marchó para  hacer las Américas y nunca más supo de él.  Al morir su hermana,  Consuelo, se convirtió sin esperarlo en madre y padre de sus sobrinas. Se veía,  aun joven, con una vida y unas obligaciones que no debían haber sido las suyas. Al ser la única de los hermanos, que estaba soltera tuvo que cuidar de su padre y ahora tiene que hacerlo también de las niñas.
Mientras quita la concha a los mejillones, previamente cocidos (así el peso es menor para llevarlos al mercado), Consuelo sigue repasando su relación con los hombres. Nunca tuvo suerte con ellos; sus hermanas se casaron y ella, con su madre enferma, tuvo que cuidar de sus hermanos varones más pequeños. A dos de ellos los vería morir, uno en un accidente y otro de tuberculosis. El otro varón fue reclutado, siendo casi un niño, para marchar a esa maldita guerra civil que llenó el país de luto y miseria. Acabadas sus  obligaciones militares, Jesús -ese era su nombre-, se buscó novia y se casó. Trabajando desde muy niña en las labores de la casa, del campo o en la marea, ella acabó pensando que no era ni mujer ni hombre, era simplemente Consuelo.
Algunos pretendientes se acercaron a ella, pero su vigor, su fuerza y sobre todo el saber que aquélla no era una hembra fácil de domar los asustaba. No era una mujer fea, pero sí poco dada a cuidar su aspecto, cosa que mermaba su posible atractivo. Solamente una vez, uno de aquellos mozos, la hizo plantearse realmente la opción del matrimonio, pero esa posibilidad se esfumó cuando le puso como condición que abandonase a su padre y las niñas. Rechazó la oferta sin tener que pensarlo mucho. Aquel hombre había heredado unas posesiones en ultramar y buscaba una mujer fuerte, capaz de darle hijos y ayudarle a levantar su hacienda. Consuelo se vio a sí misma cargada de hijos trabajando tanto o más que lo hacía ahora y además teniendo que soportar a un hombre que querría ser su dueño.
Decidió, de alguna manera, enviudar antes de casarse. Sus sobrinas serían sus hijas y los hombres pues… ¡vaya el demo con ellos!