Homenaje a Isabel Allende por Ana Domingo Martínez


MAMMY MALIKA
 
Corría sobre el año 1.750, en Santo Domingo, en una de las extensas plantaciones de algodón, cuando ocurrió un hecho que iba a significar una oleada de grandes cambios.

Amina (fiel, honesta), sollozando y quejándose de dolor, soportó con valentía el alumbramiento complicado de Adama (bella niña) junto con su esposo Daren (nacido por la noche).

Ambos vislumbraron al bebé recién nacido y Amina acogiéndola en su regazo, no pudo exclamar más que un gritito de sorpresa.

¡Era blanca! De ojos grandes, color azabache, muy menuda pero como bien indicaba su nombre, era una bella niña.

Se tenía por costumbre que al finalizar un parto, el amo de la plantación fuese a revisar, en este caso, era el Señorito Ethan que junto con su mujer la Señorita Dorothy, decidieron ir juntos.

Amina y Daren sabían de antemano que llegaría el momento de la visita de sus amos. Pero ya era demasiado tarde. Los amos se adelantaron y ante el estupor de todos, decidieron arrebatar a la niña.

Este matrimonio galés, rondando los cuarenta años, no habían podido tener hijos, por lo que a Dorothy se le iluminó su semblante y sin pensarlo dos veces decidió darle los apellidos de su esposo y de ella.

Zarelo (guardián) y Kinisburga (mujer noble. Fortaleza) observaron desde la guarida de la plantación lo que les había pasado a sus compañeros y decidieron junto con Bruno, un perro de raza San Bernardo, dar el último vistazo por los campos de algodón, por si alguien intentaba colarse y robar género. Era muy frecuente que desapareciesen mercancías por las penosidades económicas que estaba sufriendo la ciudad y Ethan había decidido que por las noches hubiese vigilancia.

También estaba presente Mammy Malika (Reina), bisabuela de Adama, una esclava de casi ochenta años y muy querida por sus compatriotas gracias a su sabiduría sobre las plantas medicinales. Tenía fama de hechicera, curaba todo por muy difícil que fuese. Decían de ella que era capaz de desafiar a la muerte misma. A Mammy Malika se la veía con frecuencia pasear por la hacienda o por la huerta hablando con sus plantas o encerrada en la cocina preparando sus potingues o ungüentos.

Ella notó que su cuerpo temblaba, ardía. Su mente divagaba y sus ojos se volvieron blancos. Alzó los brazos al cielo e implorando gritó:

- ¡Juro que no podrán salirse con la suya, Adama será mía, de nuestra raza. Os costará caro, muy caro!

Desde la primera noche que vino al mundo Adama, comenzaron una serie de sucesos extraños:

- Fuertes vientos día y noche.
- Lluvias torrenciales, peligrando la plantación.
- La luna dejó de asomarse.
- Bruno, perro fiel y tranquilo, no paraba de ladrar y gruñir.
- Pequeños y constantes incendios, sobre todo en la mansión de los señoritos Ethan y Dorothy.
- La única fuente de la que hacían acopio de agua, dejaba de manar.

Y así sucesivamente, hasta que la señorita Dorothy cayó enferma.

- ¡Por Dios, avisad a la negra esa… ¿Malika?, que venga deprisa a sanar a mi esposa, que se me muere! –

Pero Mammy Malika había desaparecido, era como si la tierra se la hubiese tragado. Nadie sabía de ella, ni tan siquiera su nieta Amina, que andaban juntas a todas horas.

Súbitamente, como si de un huracán se tratase, azotó la zona un viento salvaje.

Se levantaron tejas de los tejados, caían árboles, el algodón volaba por los aires. La gente caminaba aferrándose muy fuerte para no salir despedida a un rumbo cruel.

En medio de todo este caos ensordecedor, se oyó un grito de Ethan.

De repente, cesó. Sin más.



Bruno, como todas las mañanas, acostumbraba a darse un buen paseo por las praderas, olfateando todo aquello que se le presentase o persiguiendo a algún roedor que salía de su madriguera.

Atisbó una figura, le resultaba familiar. Se acercó y se puso cómodo junta a ella. Recibió una caricia en su cabeza. Una mano grande y suave.

Era Mammy Malika. Estaba cantando. En su rostro se percibía un haz de sosiego y de paz interior.

Abrillantaba con esmero y pulcritud la tumba de mármol apoyada en tierra. Eran de Ethan y Dorothy.

               
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Corría sobre el año 1.750, en Santo Domingo, en una de las extensas plantaciones de algodón.

Amina, sollozando y quejándose de dolor, soportó con valentía el alumbramiento complicado de Adama, junto con su esposo Daren.

Ambos vislumbraron al bebé recién nacido y Amina acogiéndola en su regazo, no pudo exclamar más que un gritito de sorpresa.

¡Era muy bonita! Ojos color azabache, nariz chata y su piel oscura brillaba a la luz de una luna llena y hermosa.


Mi pequeño homenaje a Isabel Allende.
Ana Isabel Domingo Martínez.
Zaragoza, 31 de Octubre del 2011.