Homenaje a Isabel Allende por Carmen Salgado Romera (Mara)
(MARA E ISABEL ALLENDE)
Nací en medio del debate: ¿Quién acabará con
nuestro planeta? ¿Los rusos o los americanos?
Yo también pasé mi juventud “esperando que el
planeta volara en pedazos cuando alguien apretara distraídamente un botón y se
dispararan las bombas atómicas”. Por eso me siento doblemente feliz de que
estemos vivas. Doblemente, pues según te dijo tu nieto: «No te preocupes,
vieja, vas a vivir por lo menos tres años más» y yo no tengo previsto morirme
antes de finales de diciembre del año 2012, cuando lo hagamos todos.
Nuevamente la humanidad está al borde del
cataclismo. Lo llevan anunciando los mayas desde hace mucho tiempo. Y ahora lo
pregonan a los cuatro vientos escritores, periodistas, iluminados, redes
sociales… Por eso, no me extraña que te plantees la forma vivir ese tiempo de
descuento.
Te sientes americana; yo, ciudadana del mundo, en
un alarde de modernidad y tolerancia. En realidad, es solo un alarde. No soy
tolerante con algunas culturas, creencias y costumbres, pero sí me gusta pensar
en nuestro planeta como un todo único, un proyecto común con un grado de
viabilidad suficiente como para que esas ideas de igualdad y solidaridad, que
desde pequeña brotaron de forma espontánea en mi ser, puedan llegar a ver la
luz.
Descubrí tu libro Mi país inventado en Valencia. Dices que lo escribes “en
un altillo enclavado en un cerro empinado, vigilada por un centenar de robles
torcidos, mirando la bahía de San Francisco”. Yo plasmo estas
páginas donde puedo, cuando puedo y como puedo, pero en mi cabeza iban
escribiéndose a medida que leía tu libro y me sentía, de nuevo, arrastrada por
tu arrollador verbo, tu capacidad de crear escenarios, de dar vida a
personajes, de vestir con las palabras los sentimientos, de mezclar y decantar
pasado y presente, de abrir ventanas para lanzarnos hacia el otro lado. De
hacernos creer que lo del otro lado es nuestro. Y lo es. Porque volvemos de
esas misteriosas excursiones que llamamos “lecturas” enriquecidos. Gracias. Que
vivas muchos años más para que sigamos disfrutando de tu magia.
Supongo que te habrán planteado la pregunta de si
el escritor nace, o se hace. Ignoro tu respuesta, lo que no puedo pasar por
alto es la reflexión que nos cuentas de una escritora afroamericana: “Desde
niña se había sentido extraña en su familia y en su pueblo; eso experimentan
casi todos los escritores, aunque no se muevan nunca de su ciudad natal. Es
condición inherente a este trabajo; sin el desasosiego de sentirse diferente no
habría necesidad de escribir.”
Eso también me pasaba a mí. Me siento identificada cuando
dices: “Nunca calcé en parte alguna, ni en la familia, la clase social o la
religión que me tocaron en suerte; no pertenecí a las pandillas que andaban en
bicicleta por la calle; los primos no me incluían en sus juegos; era la
chiquilla menos popular del colegio y después fui por mucho tiempo la que menos
bailaba en las fiestas, más por tímida que por fea, prefiero suponer.” Quizás
por eso siempre me encerré en los libros; quizás por eso, desde pequeña
escribí.
Y pequeña eras tú cuando vivías en Chile, “esa tierra
remota que pocos pueden ubicar en el mapa porque es lo más lejos que se puede
ir sin caerse del planeta”, que luego te llevó la vida lejos de “este país de
topografía dramática y climas diversos, salpicado de caprichosos obstáculos y
sacudido por los suspiros de centenares de volcanes, que existe como un milagro
geológico entre las alturas de la cordillera y las profundidades del mar.”
Allí, a ese Chile enigmático, diverso, algún día quiero
ir, a buscar el sonido de su vida, el olor de sus paisajes, a mordisquear el
color de sus viandas y bailar al son de mi corazón abierto de par en par.
Porque en Chile mi destino me depara algo, lo intuyo.
Por favor, no se lo digas a nadie, será nuestro secreto,
Isabel.
Aún tiene que madurarse, poco a poco, el plan.