Homenaje a Isabel Allende por Pepa Rubio Bardón



“ CONFIESO QUE HE VIVIDO.”


   Yo, como Clara, la niña de “La casa de los espíritus”, tengo la costumbre de anotar en un grueso cuaderno cuanto sucede a mi alrededor: Lo especial, sorprendente, curioso, trivial…todo cabe.
   Comienza cuando aprendí a escribir, muy pronto. Puse especial interés en el empeño, porque mis inquietos dedos sentían la necesidad de convertirse en notarios de la realidad que me circundaba. No he dejado de hacerlo desde entonces.
   El soporte de mis primeras anotaciones pronto se quedó chico y dio paso a nuevos volúmenes, que se han convertido en la memoria colectiva de mi entorno. A mí recurren familiares y amigos como quien consulta un archivo.
   El tipo de letra, el instrumento que la ejecuta, han ido evolucionando a lo largo del tiempo. Las primeras notas evidencian inseguridad: El lápiz garabatea sobre la hoja en blanco con rayas, para evitar que los renglones se desmadren. Más tarde el tintero y la pluma, la estilográfica y el bolígrafo fueron tomando el relevo. Siempre he escrito a mano, la máquina y el ordenador los utilizo con otros fines. La mano que se desliza sobre la blanca superficie, añade un plus al hecho que se reseña . Recuerdo que mis dedos, titubeantes en las primeras hojas, pronto ganaron determinación.
   La caligrafía va cambiando con el paso de los años. Un experto sería capaz de analizar mi evolución: Niña, adolescente, universitaria, profesional, madre de familia, abuela…Los extremos se tocan. La escritura actual tiene ciertos rasgos que la asemejan a la de los renglones del primer cuaderno.
   ¿ Nos volvemos un poco niños a cierta edad? Puede ser, pero no somos ya en absoluto inocentes, ni nos sorprendemos ante los avatares de todo tipo que jalonan nuestra existencia. La cabeza y el corazón tienen ahora nuevas varas de medir. ¡Tenemos tantas referencias en nuestra memoria!…La sorpresa ha huido de nuestro diccionario particular. Aceptamos lo bueno y lo malo como normal e incluso esperado.
   Nos hacemos mayores, y aunque somos cada vez más, significamos menos. Apenas se nos tiene en cuenta.
   Hoy cotizan al alza la juventud y la belleza, en detrimento de la experiencia y la sabiduría. Tenemos miedo a cumplir años, no a morir; a sufrir el rechazo y a veces el desprecio de la sociedad.
   La mayoría hemos cesado en nuestra actividad laboral, lo que nos sitúa fuera de pista, cuando no con los alerones rotos.
   Somos la memoria colectiva de un mundo que a nuestros hijos y nietos les es ajeno.
   Yo, como Pablo Neruda, “Confieso que he vivido”, y quiero compartir con los jóvenes mi experiencia .
   Ya Cicerón en su “De senectute” escribe :” La vejez es el final de una representación teatral, de cuya fatiga debemos huir, sobre todo y especialmente una vez asumido el cansancio”.
   Quizá nos vienen mejor las palabras de Saramago: En un tiempo como el de ahora, que fácilmente desprecia a los mayores, creo que soy un ejemplo bueno. Entre los 60 y 84 he hecho una obra. Por tanto ¡ OJO CON LOS VIEJOS!


Pepa Rubio Bardón
2 –XII --2011