Homenaje a Saramago por Pepa Rubio Bardón

SARAMAGO
Mayo, 2009. De Costa Teguise a Playa Blanca,  al pasar a la altura de Tías, recordé que el periódico del día destacaba la estancia de Vargas Llosa en casa de Saramago. No parecía el lugar ideal para unas vacaciones: desértico, duro, polvoriento, que invitaba al recogimiento y a la introspección. La mayoría no elegiríamos ese destino, que sin embargo me pareció el más idóneo para unos personajes como el escribidor y su anfitrión.
Muy distintos y distantes en muchos aspectos, pero también parecidos y cercanos en otros: libres, arriesgados, siempre curiosos y nunca indiferentes. Reaccionan del mismo modo ante el folio en blanco: lo llenan de frases, ideas, sentimientos…que una vez impresos, nos ofrecen visiones del mundo, que no hubiéramos descubierto sin su ayuda.
Ambos tuvieron comienzos difíciles y los dos escalaron las más altas cimas de prestigio y reconocimiento. Coleccionaron infinidad de premios, que culminaron con la concesión del Nobel.
Cuando en 1998 lo obtuvo Saramago, la Academia Sueca en el acto de entrega destacó: “su capacidad para volver comprensible una realidad huidiza con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía.”
Dice Saramago: “yo no escribo para agradar ni tampoco para desagradar, escribo para desasosegar”. “Yo no escribo por amor, sino por desasosiego, escribo porque no me gusta el mundo en el que estoy viviendo.”
1947 fue un año importante para él: publicó su primera novela “Terra do pecado” y nació su única hija, Violante.
A partir de 1993 se estableció en Lanzarote. Un paisaje lunar, que le proporcionó la distancia conveniente, para ver el resto del mundo desde la otra orilla. Tías supuso una especie de exilio voluntario, un refugio que le protegía de un mundo hostil, que le ofrecía la soledad profunda a la que se refiere cuando escribe: “ahora no hay duda de que la búsqueda incondicional del triunfo personal implica la soledad profunda. Esa soledad del agua que no se mueve”, que conforta y aísla por voluntad propia y crea el espacio que conduce a la creación, sin interferencias. El laboratorio en el que las ideas fluyen en estado puro, favorecidas por el silencio circundante, que sólo quiebran el viento y el canto de las tórtolas.
Ha dejado una novela inconclusa. Sitúa la acción en Extremadura al final de la guerra civil. Se encuentra una bomba en la que aparece escrito:”esta bomba no matará a nadie.” Un artillero había perpetrado un sabotaje que funcionó. La paz era su anhelo supremo. Según he leído, su título será:” Alabardas, alabardas / espingardas, espingardas.”
Su vida ha sido ejemplar, no exenta de dificultades que siempre afrontó con valentía.
“En un tiempo como el de ahora, en que fácilmente se desprecia a los mayores, creo que soy un ejemplo muy bueno. Entre los 60 y 84 he hecho una obra. Por tanto, ¡Ojo con los viejos!”
Era: ateo, comunista, consecuente, pesimista y sobre todo buena persona.  Escribía así:
“La muerte es un proceso natural, casi inconsciente”. “Entraré en la nada y me disolveré en ella”. Espero que se equivoque. La nada no puede ser el destino último de un hombre excepcional. Millones de seres humanos, seguiremos bebiendo en la fuente inagotable de su creación literaria, sabiduría y ejemplo.

Pepa Rubio Bardón. 2—12—2010.