Homenaje a Julio Verne por Mª Eugenia Sánchez

UN SAQUITO DE TELA

Mª Eugenia Sánchez Tamés


PREÁMBULO

Este escrito es un juego interactivo. Precisamos, pues, de unas pautas a seguir:

1º Aquí usted es la primera persona, el protagonista principal.
2º En el caso de conocer a quien se lo dé, siempre antepondrá su criterio y gustos a los de dicho emisario.
3º Deje volar su imaginación e ilusiones.
4º JAMÁS LEA LAS ÚLTIMAS HOJAS ANTES DE LLEGAR A ELLAS: Perdería todo su encanto.
5º Es posible recibir un pequeño paquete adjunto. NO LO ABRA hasta concluir la lectura.
¿Está usted preparado/a para escribir su propio cuento? De ser así resultará algo mágico. Si lo está… ¡Vamos allá!

Advertencia:
A algunos de ustedes les gustará. A otros tal vez no, tachándolo por un montón de razones. Es totalmente lícito.

Nada es obligatorio en esta vida, pero el día menos pensado, “lo recordará”. Créame, no sé el motivo, pero...

LO RECORDARA

Soñar es gratis.

Algunos de vosotros quizás me conocéis y otros no. Hoy me apetece escribir, así que bolígrafo en mano me dispongo a ello.
Quiero compartir algo que me sucedió, soy autodidacta. Los que estéis relacionados con la literatura disculparéis mi torpeza narrativa.
Pertenezco a esos especímenes raros, de léxico sencillo, a los que les fascina enviar cartas manuscritas; rehúso el abuso del teclado cuando llevan por destino “la amistad”.
Para llenar los buzones, a diario recibimos montones y montañas de letras dispensadas por los ordenadores. Pobres letras empujándose unas a otras entre propagandas y avisos de cobros. Pero jamás llega un sobre con dinero, por ejemplo... el resguardo premiado de una quiniela o algo que sin más nos alegre el día; puestos a ello, también dudaríamos de su procedencia.
Considero esto una buena razón para gastar los bolígrafos; escribiendo me pongo en contacto directo con el destinatario, sin horarios ni distancias y viceversa. Como resultado, me suelen contestar con otra misiva. Desplazamos así unos minutos de nuestras apresuradas vidas, alejándonos del suelo y dando rienda suelta a nuestra imaginación.
No son muchas las personas con quienes tengo esta costumbre, mas no considero una ligereza asegurar que pesan más pocos buenos que muchos a medias.
De esta guisa dejaré deslizar la tinta sobe el papel presta a plasmar en él un puñado de ideas sin destino específico.

Para ubicaros un poco, os hago saber que en mi casa cada quien tiene asignadas sus tareas, mas por mucho que me esmere, las mañanas son lo peor para mí; todos cooperamos con un granito de arena, algo que me supone una gran descarga psicológica y material.
Yo soy la última en salir, suelo hacerlo todo con rapidez; sin embargo, lo que más tiempo me ocupa es el arreglo personal, me agrada el uso de accesorios muy bien combinados, mas con mi baja estatura resulta algo complicado encajar todo en un cuerpo no muy esbelto. Con unas cuantas primaveras a cuestas -lo que sobra por aquí, falta por allá-, preciso esmerarme para no caer en lo grotesco.
Por costumbre dejo preparado todo el conjunto desde el día anterior, antes de acostarme, por tarde que sea.

Y todos los días comienzan igual: en un sprint contra el amigo despertador me dirijo al espejo, ahí está mi mata de pelo entrecano. Me gusta como se ve suelto, pero pide a gritos ser peinado ¡Es como tener que peinar dos cabezas, qué complicación!
Si me ducho el día anterior por la noche, aún es peor.
Basta tener que hacer algo especial el día que comienza y estos cabellos míos me dan el revés volviéndose intocables, rebeldes al punto de malhumorarme.
El cuarto de baño se convierte en un abrir y cerrar de ojos en mi mejor o peor aliado. Una vez lograda la tremenda misión salgo de él radiante y feliz, o con prisas y refunfuñando.

De esta manera sucedió que:

Un buen día de cualquier estación del año desperté con el clásico ring-ring-ring… ¡Qué fastidio!, –pensé- otro día igual al de antes de ayer, ayer y mañana. ¡Qué le vamos a hacer!… Me animó el olor a café recién hecho.

De un salto apagué el molesto aparato y me apresuré con la rutina diaria: ducharme a mil por hora, vestirme, recoger aquí y allá, hacer el dormitorio y desayunar para ir al trabajo dejando todo a punto. Me quedaba por delante un día de agobio, pero tenía que hacer todo lo que se me encargó -¡dichosas agendas y planning!-, si al final sirven para poco cuando tienes que estirar las horas y hacer que el día alcance para abarcarlo todo. Así pues, hacía todo sin pensar, en modo autómata.

Me dirigí a la habitación, sólo quedaba por cerrar la ventana cuando… ¡AHÍ ESTABA! … ¿Cómo llegó hasta aquí esto? Si vivo en un sexto piso, cuya fachada no permite acceso por ninguna parte y justo aquí tuve ventilando la funda de mi mesa camilla.

“ESA COSA”, era un saquito hecho a mano con mimo en tela marrón, relleno con algo semejante a alguna semilla y atado fuertemente con un cordón de cuero, que casi más que atarlo parecía querer asfixiar a las semillas, arena, piedrecillas, arroz o lo que fuese que tuviera dentro.

Me quedé mirándolo fijamente. A su lado, un pequeño papel con una nota. No podía comprender… ¿Cómo diablos se sujetaron ahí? El saco caería por su propio peso y forma, y el papel precisamente por la escasez de ellos, pues la fresca brisa movía las cortinas, pero no lo demás y…¡en la sexta planta!

Un poco indecisa, me acerqué despacio y tomé el pequeño trozo de papel entre mis dedos. Era fino, terso al tacto y contenía la siguiente nota:

¡NO LO PODRÁS ABRIR NI MANIPULAR. DEBERÁS BUSCAR LAS RESPUESTAS A LO QUE CONTIENE. ES RELEVANTE QUE LAS ENCUENTRES POR EL BIENESTAR TUYO Y DE LOS TUYOS, EL TIEMPO CORRE A FAVOR O EN CONTRA, ESO DEPENDE DE TI!

Sentí un respingo, aquello me parecía una rara advertencia, así que acto seguido tomé el saco en mis manos y leí claramente: FRAGILE, grabado en él con letras rojo intenso. Me senté al borde de la cama y lo estuve observando, no sé cuánto tiempo.

Aquello parecía realmente importante. Adiós al ring-ring, al traste con las agendas y demás. ¡Estaban en juego los míos, mis seres queridos! -Es relevante esta situación, me desborda la ansiedad, la incertidumbre, no sé qué debo hacer, ni por dónde empezar, algo se me tiene que ocurrir, pero ya-.

Nuevamente sentí ese frío que me recorría de pies a cabeza, inmovilizándome totalmente. Mi cuerpo no respondía. Tardé un tiempo y al fin pude controlar mis movimientos. Algo en mi interior hizo que me percatara de que, aún en este estado, de aquel pequeño saco que rodeaban mis manos con temor a lo desconocido emanaba una tranquilidad que en nada se correspondía con la realidad del momento. ¡Bueno, pues a pensar por dónde empezar!

Llamé a la oficina, poniendo una disculpa que, a decir verdad, ya ni recuerdo cuál fue, para evitar ir a trabajar dos días. Así conseguiría unirlos al sábado y domingo, pues según mis cálculos cuatro días serían suficientes para esta misión.

Después, para no preocupar a mis seres más cercanos, quedé con mi amiga Patricia; tal vez entre las dos se nos ocurriese algo –pensé esperanzada- (ella tiene tanta iniciativa que podría ayudarme, además de ser sumamente discreta, siempre tiene palabras de aliento y un proceso mental muy ágil). Cuestiones que en ese momento dentro de mí brillaban por su TOTAL Y ABSOLUTA AUSENCIA y ni que decir que en realidad es mi gran amiga, a lo largo de los trescientos sesenta y cinco días de un año, y otro año, y otro…

Marqué el teléfono. -Patri… ¿estás muy liada? He llamado para no ir al trabajo, necesito verte.

-Bueno, pero… ¿Te encuentras bien? No, no me lo digas. Mmm…, nos vemos en el café de siempre, en la calle principal, estaré allí en diez minutos y te espero.

Así que tomé mi bolso y, con sumo cuidado, introduje en él mis dos hallazgos. Cerrando con sigilo la puerta me dirigí al tren que en poco tiempo me llevaría a la calle mayor, muy cerca del lugar acordado.

En el café ya estaba ella esperándome en una mesa.

-Pero bueno… ¿A ti qué te pasa? Vaya cara que traes, tal parece que hubieses visto un fantasma, pareces un zombi, chica.

-Sí, tú ríete, a ver qué opinas de lo que me pasa, ya verás.

Al enseñarle la nota y el saco pude percatarme de cómo sus facciones, siempre risueñas y dicharacheras, se desvanecían, palideciendo hasta casi perder por completo el color. Ahora era ella la que se encontraba desconcertada.

Reaccionando como pudo, dijo: “Esto debe ser una broma de mal gusto, pero habrá que pensar en algo rápido, no quisiera asustarte más. ¿No te parece algo siniestro todo esto, o al menos, algo amenazante?”

-Qué crees, ¿que falto al trabajo y tiro todo por la borda, si ni siquiera sé en este momento quién soy?

Estuvimos un buen rato deliberando y descifrando, exprimiendo el contenido de la dichosa nota, para ver si encontrábamos algo que nos sirviese para entender aquello. Pero nada. Sólo palabras, pensamientos, ninguna conclusión clara.

Ya sé –exclamó repentinamente– tal vez la impresión de lo inesperado es lo que nos desconcierta tanto, ya verás cómo no es más que una broma de mal gusto… o una cámara oculta, si no es que somos un par de bobas. Espera, sabremos quién está detrás de todo esto. Tranquila, mujer. Yo entro de tarde, pero luego te llamo. Cuídate.

Esbozó su acostumbrada sonrisa mientras salía por la pequeña puerta. Pedí al camarero un vaso de agua que tomé a pequeños sorbos y salí a la calle.

De nuevo algo inesperado: Era de noche -pero no puede ser, si los turnos de tarde empiezan a las cuatro-. Miré y remiré. No había nadie, ni coches, ni luces, ni un alma. Nadie, nada más que las tenues sombras de algunos edificios generadas por una luna llena espléndida, que me ayudaba a orientarme y al final de la calle el reloj, el gran reloj de la estación de ferrocarriles por el que me guiaba. Siempre puntual, siempre ahí ¡Cuántas historias nos podía contar! Miles y miles, las de todos aquellos que lo veíamos a diario mientras seguíamos nuestras rutinas. “Mmm… si los relojes hablaran…” Esto iba pensando, cuando a falta de una calle para llegar tropecé con un cartel que leí con la luz de la luna: “DESVIO PROVISIONAL. GIRE Y RODEE LA MANZANA. GRACIAS”

Al dar la vuelta en la primera esquina me pareció distinguir a lo lejos a alguien encendiendo un cigarrillo.

Sí, ahí estaba un hombre, un tanto harapiento y desaliñado, acomodando con empeño sus cartones y bultos al tiempo que comía un trozo de pan. Todo lo hacía a la vez.

-¿Tendrá algo para mí, señorita? Una moneda, algo que comer. Lo que sea, ¡no tengo más que lo puesto!

Desconcertada, le dí unas monedas que saqué con cuidado de mi bolso, al tiempo que tenía miedo por un posible atraco. Sin embargo, cuando mis dedos rozaron el saquito, sentí una tranquilidad inesperada.

-Tome esto, y me podría indicar… ¿Por dónde salgo ahora de esta calle cortada?

-Claro que sí. Mire esa puerta grande. La tercera de allá, hecha de caoba cubana con tan hermosas tallas. Eso es madera tratada con cariño. Eso es una Señora Puerta, no lo que hacen ahora. Sólo tiene que empujarla, siempre está abierta. Vuelva a dejarla arrimada. Después encontrará otra más pequeña, pero no menos hermosa. Una vez que la traspase, por la parte interior ciérrela con los pestillos y prosiga. Lo que no debe hacer es retroceder, pero créame, la llevará por buen camino.
Gracias por dedicarme un trocito de su tiempo; en los tiempos que corren nadie hace caso a nadie y menos a un mendigo como yo.

Esbozaba una grata sonrisa al tiempo que se retiraba la desgastada gorra, disponiéndose a volver a sus faenas.

---------------------------------

La puerta principal era realmente una maravilla. Al pasarla me encontré en una estancia pequeña. Un farolillo de aceite colgado en la pared iluminaba lo suficiente para ver que había un mueble a juego con ambas puertas. Era una de esas antigüedades poco comunes, con su perchero para las chaquetas, sombreros y bufandas. Justo a su lado un paragüero.
Al traspasar la segunda puerta, tuve la sensación de adentrarme en otra época. Un cartel, también tallado a mano indicaba:

“SIÉNTASE COMO EN CASA Y PASE”. ANTES DE ENTRAR PULSE EL BOTÓN DE LA LUZ. NO OLVIDE NINGÚN OBJETO DE VALOR.

Me dispuse a hacer todo lo sugerido: colgué mi chaqueta, coloqué el paraguas y pulsé el interruptor. ¡Al fin luz! Así que, con mi bolso, que contenía los misteriosos objetos, pasé al otro lado cerrando bien los pestillos.

-Pero… ¿dónde estoy ahora?
La luz era casi nula; la generaban pequeñísimos puntitos parpadeantes de todos los colores.

¡De nuevo no podía ni moverme! Trababa de utilizar mis cinco sentidos a gran velocidad, según se prendían o apagaban las lucecitas cual diminutas estrellas o los reflejos destellantes de piedras preciosas.

De vez en cuando, oía unas picarescas y juguetonas risitas, de alguien que parecía ir caminando casi sin caminar. De repente, tropecé con una pareja de niños que encendieron un pequeño farolillo; a él se le veía pecoso, de piel clara, pelirrojo y con cara de pillín. La niña tenía el cabello castaño y ondulado, unos enormes ojos oscuros y su preciosa sonrisa relucía a la luz… ¡Esa sonrisa que sólo tienen los niños!

¿Tú quién eres? -preguntó él.

-Soy una persona que en este momento no sé en que lugar me encuentro y ya que tenéis tantas ganas de jugar, me vais a decir algo de vosotros, ¿quiénes sois?

-Vale. ¿Qué letra te gusta? Y te lo decimos… –dijo la niña, entre risas.

-Eso no es problema –aseguré-. Me gusta la “L”.

-Entonces para ti somos Laura y Luís -contestó él dando brincos–. Aunque la verdad… nos da igual, pues para nosotros todo es un juego. Si hubieses dicho otra letra, nuestros nombres empezarían por ella. ¿Quieres saber algo más?

-Mira… puestos a jugar… juguemos. ¿Alguno de los dos me puede decir dónde estamos y cómo salir de aquí?

Interrumpió Laura: “¡Para, para el carro, que pides mucho a la vez! Estamos en el lugar de los deseos. Apaguemos el farolillo, Luís. Con la luz del farol ya has visto suficiente, todo lo demás es DESEO E INSTINTO, ése es el juego”.

-Ya has podido ver algo -dijo Luís-, esto está lleno de túneles y pasadizos, tendrás que usar tu cerebrín, listilla. Sólo podemos darte tres pistas; una la has utilizado al querer saber nuestros nombres, al decirnos que te gusta la “L”.

-Así que sólo tres pistas y ya usé una -dije pensativa-. ¿La segunda cuál será?

Acércate, esto no lo puede oír Luís –dijo Laura acercando su boca a mi oreja-. Piénsalo sólo para ti. Elige el color que más te gusta, no se lo digas a nadie y recuerda que sólo te queda una pista para salir. Tú sabrás…

-Bueno, pues como sólo me queda una, se la pido a Luís. Ven hacia aquí. ¿Me darías la última pista, por favor?
-¡Qué remedio! Si las mujeres…Tendrás que elegir un pasadizo o túnel y para ello usarás el oído, olfato, vista, tacto y, si lo crees necesario, incluso el gusto. Aunque pienso que si Laura te dio alguna buena pista, sólo necesitarás dos o tres de tus sentidos. Pero recuerda que estamos en el lugar de los deseos. Usa tu instinto. Y ¡nunca retrocedas!

Los dos niños se alejaron entre sonrisas y a lo lejos les oí comentar: “No nos ha dicho su nombre… ¡total para qué!, no nos iba a servir para nada…ja, ja, ja, ji, ji…”

Allí me quedé ante todas aquellas incógnitas, observando y escuchando.

Unos pasadizos parecían de madera, otros de piedra, algunos como cuevas…Los había de todas clases, formas y con sus particulares sonidos. Fue como un recorrido por todas las Eras de la Historia. ¿Cuál tomar que fuese el correcto?...si a duras penas podía distinguir en la penumbra de sus parpadeantes luces que apenas dejaban distinguir el suelo o subsuelo.

De improviso caí en la cuenta: ¡Claro, la segunda pista! Mi color preferido, así que me dejé llevar un poco por la situación, busqué aquel cuyas luces fueran más intensas en las tonalidades de mi color preferido. Pude diferenciar uno que me gustaba más y me lancé por él sin pensarlo.

Una vez dentro sentí algo de confusión. Su olor era agradable, la humedad abundaba y se sentía frescor (no concordaba con mi color, pero tampoco me disgustaba). Se oían, o parecían oírse, pequeños riachuelos, pero cada vez era más y más estrecho. Me preocupaba aplastar o golpear bruscamente mi bolso.

Casi no podía salir. Ya iba arrastrándome y sin esperanzas cuando, justo en el momento en que iba a desistir, miré a un lado y localicé un rayo de luz. ¡Luz del día! Luz natural.

“¡Lo he logrado, lo he logrado, no me lo puedo creer!” –pensé.

Al salir de allí, no podía creer lo que estaba viendo: jardines, pero no cualquier tipo de jardín: Setos podados con mucho cariño y esmero, a capricho, dando exquisitas formas; floridos árboles; arbustos y enredaderas que no sólo alegraban la vista, sino también el olfato. “¿Podré tocarlos? ¿Por qué no? Así compruebo que son reales ¡Con lo que me gustan las flores! Además debe de haberlas en todos los colores”. A medida que avanzaba vi que las más abundantes eran las de mi color preferido. Comencé a caminar entre la vegetación. Cada vez me encontraba más inmersa en el ambiente, llegando a sentirme parte de él.

Sin darme cuenta, y para no variar, me perdí, pues había laberintos y más laberintos, todos ellos formados por una flora que me rodeaba cada vez más y más densamente.

“¿Otra vez perdida? ¡Esto no puede ser real, yo vivo en el siglo veintiuno! ¿O no? ¡Ya no lo sé!”

Mi desconcierto era total y absoluto, de lo único que estaba segura era de mi incertidumbre.

Seguí caminando. Laberintos y más laberintos, similares a los de los viejos castillos, iban dejando paso a otro tipo de vegetación. A cada paso que daba se iban abriendo poco a poco los senderos hasta llegar a un punto en el que me parecía estar en el Amazonas, con una salvedad: sólo caminaba entre la flora. “¿Y los animales, dónde estarán?”. Después de un tiempo, vi unas finísimas y frágiles rejas. Eran algo así como lianas, sólo que colgadas con una perfecta simetría paralela. Detrás de ellas se encontraban unos animales. De cuando en cuando veía otras con más animales, pero NUNCA una especie mezclada con otra.

Toqué con cuidado el saquito para ver si seguía en buen estado. De nuevo me produjo sensación de tranquilidad. Decidí quitarme los zapatos, dejándolos en el camino, pues me sentía mucho mejor sin ellos. La temperatura era agradable y éstos, a decir verdad, lo único que hacían era estorbar, por no mencionar lo que me dolían los pies.

“Respira, siéntate y piensa” –me dije-. Según el papel “el tiempo corría a favor o en contra”, pero a estas alturas y entre tanta confusión de épocas, eso ya pasaba a segundo plano, siendo algo relativo, puesto que mi reloj se había parado justo antes de ver a mi amiga Patricia.

“El juego de los deseos y el instinto. ¡Vaya si deseo saber lo que contiene el saquito!”.

Recordé la primera pista: pensar la letra que me gusta. La segunda pista me la había dicho Laura: pensar mi color preferido. La tercera era la que me había dado Luís. ¿Cómo era? ¡Ah… ya! Si la pista de Laura era buena y la usaba bien, tendría que utilizar, además de mis cinco sentidos y el instinto, el deseo de continuar hasta el final.
¡DESEOS E INSTINTO! ¡Nunca retroceder!

Pues manos a la obra, o más bien, pies, porque se trataba de caminar y caminar, agudizando al máximo todos mis sentidos, para salir airosa de esta selva llena de animales.

Sólo espero no estar chiflada de remate, el animal que más me gusta es prácticamente imposible de enjaular, por su tamaño y agilidad, pero sí encuentro “rejecillas" con ellos.

¡POR TODOS LOS VIENTOS DEL SUR QUE ENTRARÉ POR AHÍ! (aunque seguramente encontraré miles de estos bichillos).

Perseveré y perseveré en mi búsqueda, aprovechando la luz que se dejaba ver entre las hojas de los frondosos árboles, admirando tantos tonos en todo su esplendor, de verdes, amarillos, marrones… Por momentos me distraían dejando a un lado mi búsqueda. Aquello impresionaría al más insensible de los humanos.
De repente vi… ¡Al fin…me parece…! ¡Sí, sí…! Y allá me aventuré. Corrí hasta encontrarme frente a ellos, mis animales. Si alguien me hubiera dicho de pequeña que algún día podría verlos en tal cantidad y, es más, atreverme a pasar entre ellos, simplemente no me lo creería.

Pero el hecho es que ahí estaba yo, atónita, ensimismada ante lo que mis ojos veían. Ceñí el bolso a mi cuerpo, pasé las lianas y comencé a desplazarme entre ellos, con cuidado de no dañarlos. Adopté un andar suave, sigiloso para no asustarlos, mientras pensaba: “espero haber elegido bien”. Ellos se movían libremente, yo no sabía dónde llegaría. Había cientos, miles.

“Sí, claro que sí” –me dije-. “Tú sigue a ver qué pasa”.
No me explico cómo podía pasar entre tantos animales; todo era lo mismo que un grato sueño, un sueño que cada vez iba tomando más y más espacio, como en las vivencias pasadas. Se iba ensanchando con nuevas vegetaciones, olores, sonidos y luces distintas a todo lo anterior. Caminé y caminé.

Casi sin darme cuenta llegué a una cálida y placentera playa. Me dejé seducir por las vistas. Seguí hasta quedar sentada en la arena. Allí pasé un rato largo –o eso creo-. La vista se me quedaba corta mirando al infinito, rodeada de toda clase de naturaleza tropical.

“LA MARAVILLA DE LA VIDA, sin la mano del hombre que la entorpezca” –pensé olvidándome de todo-. Me quedé un buen rato sentada en la arena, sintiendo cómo todo aquello me envolvía suavemente. Me daba la impresión que formaba parte de ello. Permanecí así un tiempo sin recordar mis preocupaciones, pero al reclinarme hacia atrás sentí mi bolso.

“¡Oh, no! ¿Dónde estoy ahora? Se me han acabado los recursos de las pistas y el instinto me ha traído hasta aquí (con lo a gusto que me sentía hace unos minutos, y ahora vuelta a la realidad). Si esto es real…”.

Hice un pequeño recuento de lo sucedido. De nuevo y por enésima vez agudizaba los sentidos: Oler, olía a sal, a mar. Oír, oía las olas; pájaros; el escaso aire moviendo las hojas de algunas palmeras y hasta los sonidos del silencio. Sentir… la arena, mi cuerpo, el calor y mi bolso (con gran intriga acerca de su contenido). Gustar… ¡Pero vamos, si con el hambre que tenía me acababa de dar un atracón de frutas tropicales, tanto que ya no podía comer más!

Lo único que se me ocurría era mirar, mirar y mirar, pues tenía que haber algo. Así que puesta a la labor, aprovechando que aún había luz, estuve mirando y remirando, una y otra vez. Conforme el sol iba poniéndose, las sombras cambiaban dejando a su paso otras nuevas formas.

Ya con las tonalidades rojizas de la puesta del sol caí en la cuenta: ¡Aquellas piedras, sí, aquéllas que están un poco más altas! Creo distinguir, sentadas en ellas, a un grupo de mujeres charlando plácidamente.

Corrí a su encuentro. Llegué casi sin poder respirar.

-Disculpen… ¿Llevan ustedes mucho tiempo aquí? –pregunté jadeante.
-Si, toda la tarde. ¿Podemos ayudarle en algo? Se la ve sofocada.
-A decir verdad, no sé cómo volver a casa. No sé dónde estoy. Me da un poco de apuro, pues tampoco sé muchas cosas más. Ni siquiera sé si lo que vivo es realidad o producto de mi imaginación.
-No se preocupe en explicarnos nada -comentó una de ellas-. En realidad la estábamos esperando.
-¿A mí?
-Sí, a usted -afirmaron todas con gesto de gran seguridad.
-Sin querer, solté una carcajada fruto de mi desesperación y nerviosismo, aunque en el fondo, sentí algo de apuro, por lo que pensarían.
-Tranquila, ésta es nuestra tarea para hoy: lo primero era hacerla reír, y usted lo ha hecho estupendamente.
-Pero entonces…
-Mire usted –añadió la mayor de ellas-, la gente se olvida con gran facilidad de ser amables y sonreír, que además de ser “GRATUITO AL QUE REGALA UNA SONRISA, ES GRATIFICANTE A QUIEN LA RECIBE”. A lo largo de esta vivencia lo habrá comprobado.
-Claro, estoy totalmente de acuerdo con usted.
Recordé que todos aquellos con quienes estuve lo pusieron en práctica: mi amiga Patri, el mendigo, los pícaros de Laura y Luís y ahora estas mujeres. Todos ellos me las habían regalado sin pedir a cambio nada y, fruto de ello, quedaba en el aire una cierta complicidad que me ayudaba a seguir adelante.
-Y ahora usted aprendió de tal manera que nos ha hecho reír un buen rato a todas. ¿No se ha dado cuenta? Seguramente, tendrá más dudas. No se preocupe, si tenemos la respuesta se la daremos con agrado. Sólo tendrá que hacer primero una cosa.
-Ustedes dirán.
-Para poder cumplir nuestra segunda tarea tendrá que darse un buen baño, querida, pues está usted hecha un asco. Detrás de aquellas rocas hay una charca de agua dulce, que además contiene muchas propiedades beneficiosas, ya que es natural. Vaya y cuando esté lista vuelva aquí.
(Dudé un poco, pero continuaron las instrucciones).
-Sabemos todo lo que le ha pasado y lo importante que es el contenido de su bolso. Nosotras tenemos familia y seres queridos como usted, no tema, que lo cuidaremos como si fuese nuestro, por la cuenta que nos trae, pues si le pasase algo no podríamos irnos jamás de aquí.
Cuando esté limpia podremos entregárselo, desvelar el contenido del “saquito” y marcharnos tan contentas cada una a nuestra casa, incluida usted.
-Bueno, pues ¡A MANDAR! (Tendría que fiarme de ellas).
Llegué hasta la charca y me di un baño de pies a cabeza, lo más rápido que pude, utilizando las hojas de un oloroso arbusto a modo de esponja para frotarme el cuerpo.
Salí del agua, aclaré mi ropa y me la puse nuevamente. Al tocar mi piel estaba suave, el cabello limpio, ligero. “Algo mágico tiene esta charca”- pensé.
Una vez vestida me dirigí de nuevo hacia el grupo de mujeres.
-¿Estoy bien así?
-Claro que sí, aquí tienes tus zapatos. Por cierto, te los habías dejado en el camino. Ven, desata el nudo de cuero del saquito. Con cuidado, despacio, mientras cuentas hasta quince. Serán los segundos que necesites para que tu cabello y tus ropas se acaben de secar.

Mientras contaba, en mi cabeza se amontonaban las preguntas. “Tres, cuatro, cinco, seis, siete… (seguramente, esto tiene truco, como en los anuncios de champú, que siempre salen secas y peinadas). Nueve, diez… ¿Y si no encuentro nada? Trece, catorce, ¡quince!”.

-Ahora sabrás que todo este tiempo has estado custodiando un tesoro, el mayor tesoro que puedas tener en la vida. Retira el lazo, vuelca el saco con cuidado y, una vez vacío, observa lo que encuentres.

Mi corazón estaba a mil pulsaciones por minuto. Ahora me salían con no sé qué historias de un tesoro. Deseaba saber lo que contenía el saquito, al mismo tiempo que todo era incertidumbre.

Les hice caso: Lo volqué para vaciarlo. Sólo caía de él arena. Simple arena, pero entre ella distinguí una cajita redonda, con una tapa muy ajustada, como una polvera de aquellas que usaban nuestras abuelas, sólo que ésta era de plástico, así sin mas.

La voz sosegada de una de ellas dijo:

“ESE ES TU TESORO. Lo puedes abrir y ver lo que hay en su interior. Si algún día dudas de algo, vuélvelo a abrir para recordar SIEMPRE cual es tu mejor tesoro. Aprende a cuidarlo, quererlo y mimarlo cada día más”.

Impaciente, lo abrí. Dentro sólo tenía un espejo en el cual me vi reflejada.

-¿Ves ahora con claridad? Tu mayor Tesoro Eres Tu Misma. Si tú te quieres, cuidas y mimas, redundará en los tuyos con toda certeza. Gústate tal y como eres, con tus virtudes, que son muchas, y los defectos que con tu esfuerzo corregirás, si pones el mismo empeño con el que has llegado hasta aquí. Si son defectos físicos por el paso de los años, no te preocupes: tienen su real y verdadero encanto, ya lo irás descubriendo.
Pocura ser siempre optimista. Todo tiene un lado bueno, no te dejes deprimir. Sólo tú podrás moldear cada momento, pase lo que pase. Cada día es distinto, recuerda sólo lo bueno.
-¿Te queda alguna otra duda? –me preguntó otra mujer-. Nosotras ya hemos cumplido, así que nos vamos, amiga.
-Un último favor… ¿sería posible que me indicaran cómo hago para regresar a mi casa? Ahora no sé dónde estoy.
-Fácil, mira aquellas rocas altas como riscos, al lado de ese palmeral. Camina y pasa entre ellas, enseguida estarás orientada…ya lo verás.
Se retiraron sonrientes, al tiempo que yo elevé las manos agradecida, moviéndolas para decir adiós mientras esbozaba una sonrisa. Me sentía realmente bien.

Caminé hasta pasar los riscos. En esta ocasión iba tranquila, ligera, segura de mí misma por primera vez en mucho tiempo, llevando mi pequeño tesoro con paso firme.
Al otro lado, una grata sorpresa: estaba, así sin más, en la calle principal de mi ciudad, justo donde todo había empezado a ser confuso. Eran los lugares de siempre con sus sonidos, sus prisas, su rutina diaria, con todo aquello a lo que nunca había prestado la más mínima atención, sólo que esta vez me parecía estupendo.

Allí estaba el RELOJ, el inequívoco y puntual reloj de la estación. Me dirigí hacia él llevando mi bolso.
“Menos mal que tengo los zapatos puestos a juego”, pensé mientras caía en la cuenta de que no tenía dinero para el viaje de regreso pues se lo dí al mendigo. “Bueno, ya discurriré algo…”. Mientras caminaba, mi cerebro maquinaba la forma de pago del billete.

---------------------------------

Dentro de la estación de ferrocarriles estaba mi madre esperándome, con mi chaqueta y mi paraguas.
-¿Qué haces aquí, mmm…? ¡Y con mis cosas!
-Vamos, como si no te conociera -respondió con gesto complaciente-. Lo primero será que te pongas la chaqueta y lo demás ahora te lo cuento. ¡Si con tus prisas siempre vas dejando las cosas por el camino!… Estaban aquí en un asiento, ¿o crees que tienen pies para ir detrás de ti? Anda, vamos a casa, que todos te están esperando.

---------------------------------

Al abrir la puerta de casa estaban todos mis seres queridos, los que todavía me acompañan en la aventura de vivir en este planeta, pues los que han emprendido otros viajes, van conmigo a todas partes en mi corazón; y, por supuesto, también estaban mi amiga Patri y alguna compañera del trabajo.
En una de las paredes colgaba un cartel de bienvenida y sobre la mesa del saloncito, un pequeño refrigerio preparado entre todos.

-¿Cómo sabíais que llegaba hoy?

Alguien dijo: “Con el tiempo y la impaciencia con que estuviste esperando tus vacaciones y ahora te haces la ingenua”.
-Que si las programabas para una u otra estación del año, para este destino o el de más allá. Nos mareaste a todos diciéndonos que “ibas a desconectar”…Pues ¡VAYA SI DESCONECTASTE”: Ni una triste llamada, ni postales, ni nada de nada.

(Al oír este comentario en mi interior sentí como si hubiese vivido una estación del año por cada semana de descanso, como en una película a gran velocidad. Equiparé: invierno, con la oscuridad donde comenzó toda esta historia, en la calle Mayor y con el lugar donde conocí a Laura y Luís. La primavera, cuando pasé entre los jardines. El verano con la selva y el otoño con aquella playa en la que aproveché al límite esos rayos de sol que me gusta exprimir todos los años hasta que se puede).

Uno a uno me abrazaron y besaron, cada quien a su manera, con su propio estilo.
-Bueno, ¿qué? Nos comentarás algo, digo yo –interrumpió uno de los presentes-, ya que, de repente, te veo en otro mundo.
-Claro –respondí-. Este descanso ha sido estupendo. Tengo muchas ganas de charlar con todos. Ahora valoro mucho más lo que tengo y he tenido siempre.

He aprendido muchas cosas que compartiré con vosotros, os lo prometo. Primero tendré que poner un poco en orden mis vivencias, para darlas a todos por escrito, disfrutando al pensar en cada uno. Necesito tiempo, puesto que un mes no se puede resumir tan fácil como a veces parece.

-Vale. ¿Quién apuesta a que no dura diez minutos en comenzar a hablar? Vamos a comer algo antes de que se nos haga de noche.

En ese momento fue cuando realmente empecé a disfrutar. Me fijé en un montón de detalles que antes de mi viaje ya estaban ahí. Eran como un guiño a la vida y me aportaban sutiles caricias sin que yo les prestara ninguna atención: la salud; los abrazos; los mimos y un largo etcétera. Y también, ¿por qué no?, vinieron a mi mente los ejemplos de mis mayores, quieres me ayudaron y me ayudan. Después de todo, gracias a ellos, soy como soy y voy dejando por el camino sus huellas fundidas con las mías.

-¡Qué rico está todo! –exclamé cuando me percaté de que había estado concentrada en mis pensamientos…
-Bingo... once minutos. Ganaste, chica, ¿o es que venías con tanta hambre?…
-No, sólo es que os miraba comer y pensaba en algo. Mejor me contáis cómo os fue sin mí.
-Lo de siempre, ya sabes, la rutina. Pero ahora me tocará el descanso a mí en unos días. Espero “DESCONECTAR” como tú, que pareces otra. Creo yo, o eso me parece.

Todos afirmaban lo mismo.

-Pues entonces serás la primera en recibir mi escrito, para que lo disfrutes bien.

Al final de todo me sentía capaz de comprender incluso el malhumor ajeno, que antes me molestaba tanto, anteponiéndolo a las virtudes de los demás. Me inventé mi propio truco; decirme a mí misma: “Cambia de sillón, ponte en su lugar”. ¡Si yo misma también tenía, de vez en cuando, algún día de “NO TOCAR- SALTA”!

De ahora en adelante pondré en práctica lo aprendido. Ya sé cuales son mis metas: Seguir superándome, regalar muchas sonrisas y un espejillo para llevar en el bolso con la inscripción:

“YO SOY MI MEJOR TESORO”.

¡Este viaje ha merecido la pena!