Homenaje a Ken Follet por Laura de la Blanca Salgado


LAS MONEDAS

Hoy el día amanece soleado, es raro, pero así es. Está siendo el invierno más extraño de mi vida, no ha caído ni un solo copo de nieve, me estoy empezando a creer eso del calentamiento global. Después de coger algo para comer y despedirme de mi familia salgo a la puerta a esperar el bus, sin duda va a ser otro día aburrido, de esos que siempre siguen la misma rutina: de casa al instituto y del instituto a casa, deberes y vuelta a empezar.
El conductor del bus grita:
-¡Vamos, chica, sube ya!
Reacciono y corro hacia el bus. Como siempre allí está Leo, mi amigo, mi mejor amigo; llevamos siendo amigos desde muy pequeños, es como un hermano para mí. La gente dice que nos parecemos, pero yo no opino lo mismo… ¿Cómo pueden decir eso? Mi pelo es castaño claro, el suyo oscuro; mis ojos verdes, los suyos azules; mi piel morena, la suya blanca; siempre que le veo me recuerda a la porcelana.
Me siento a su lado, le saludo, él ni siquiera me mira.
-¿Te pasa algo, Leo?
-No Patri ‘¡Shhh!’ Baja la voz, luego te lo cuento.
Me siento confusa. El autobús llega al instituto.
-Está bien, nos vemos luego después de clase, en el parque y me lo cuentas ¿Sí?
-Vale, ¡adiós!
Leo baja del bus.
Cuando terminan las clases voy al parque, me siento en un banco, y allí llega él, tan puntual como siempre. Ni le saludo y paso directamente a preguntar:
-¿Qué pasa? ¿Por qué no me lo querías contar antes?
-No quería que nadie más se enterase. Bueno, verás, ayer en la cafetería cuando yo ya había terminado mi turno cerré el local. Al llegar al portal de mi casa me di cuenta de que se me habían olvidado las llaves y todo en el trabajo, di la vuelta en dirección a la cafetería. Una vez dentro, oí un ruido y fui a ver qué ocurría. Vi a alguien moverse, estoy seguro de que era una persona y fui directamente a la caja del mostrador, a comprobar que no fuera un ladrón. Me fijé bien, faltaba todo menos las monedas de veinte céntimos, incluso se había llevado el montón de monedas de un céntimo, fue muy extraño.
-Vaya, qué raro. ¿Y tienes pensado hacer algo?
-Sí, estaba pensando en llamar a la policía ¿Qué te parece, llamo?
-¿Qué? ¡No! Para algo que ocurre en esta ciudad no voy a dar el placer a los policías de resolverlo; ni a los policías ni a nadie…Salvo a ti…
-¿Estás loca? ¿Y si el ladrón es también un asesino?
-Estoy dispuesta a correr el riesgo. ¿Te apuntas?
-Es que es muy peligroso, entiéndelo…
-¡Bah, por favor¡ ¿Si no para que me lo cuentas?
-Vale, investigaremos, pero quiero algo a cambio por haberme ofrecido a resolverlo.
-Tranquilo, con la recompensa que nos darán los ciudadanos tendrás de sobra, –le sonreí-. Mañana otra vez después de clase aquí. Traeré papel y lápiz.
-Muy bien, yo una gabardina y una lupa.
Ambos nos reímos. Tras despedirnos llegué a casa, llevaba todo el camino pensando en lo famosa que me haría después de resolver este caso y en la ropa que me pondría para investigar, sería todo perfecto. Me muero de ganas de descubrir al culpable y cumplir mis pensamientos, los que otras personas llamarían sueños, aunque yo no tengo de eso porque a la tarde antes de cumplir mi ‘sueño’ me hago un montón de ilusiones y, cuando parece que todo va a salir bien, nada sale como esperaba. Me ha pasado tantas veces, que ya me cansé.
Abro la puerta de casa y aparece mi hermana pequeña dando saltos y radiante de alegría, me mira y dice al igual que todas las tardes:
-¡Hola, Patricia!
Y yo le respondo:
-¡Hola, Andreicia!
Entonces es cuando ella se ríe y se va con mamá, y como siempre subo a mi habitación. Me siento sobre la cama y me pongo a pensar. ¿Pero quién habrá sido el ladrón? Aquí nos conocemos todos, aunque hay algunas personas de las que se puede dudar…Cojo el móvil y marco el número de Leo.
-¡Hola! He estando pensando en unas cuantas personas que pueden ser sospechosas.
-¡Hola, Patri! Estaba a punto de llamarte, yo también lo he estado pensando.
-¿La señorita Esperanza?
-No, ¡ni siquiera sé quién es!
-Sí, esa mujer de pelo granate que siempre da monedas a los pobres.
-No, no creo, esa se hubiera llevado también las monedas de veinte céntimos. Pero estaba pensando en el jardinero, le he visto jugar a las máquinas tragaperras y tiene cara de psicópata.
-¿Pero por qué dejaría las monedas de veinte céntimos?
-Ya, es cierto. Había un buen montón…Tiene que ser alguien que tenga un problema con esas monedas, podemos investigar en los periódicos.
-¡O en Google!
-Vale, entonces mañana quedamos en la biblioteca.
-De acuerdo. ¡Hasta mañana, Leo!
-Adiós.
A la mañana siguiente preparo entusiasmada mi libreta y mi lápiz, veo a Leo en el bus, él se ríe por verme tan preparada para el caso, quedamos a las siete.
Me paso el día pensando en sospechosos.
Llego antes de la hora a la biblioteca. Voy directa al ordenador. Cuando llega Leo le miro sonriendo y le digo:
-¡Creo que lo tengo! Mira esta noticia:


“4 de enero de 1998

Don Joaquín López de la Vega, profesor del instituto Devermio ha sido denunciado por varios robos menores en los Almacenes Centrales. El acusado reconoce sufrir ataques de cleptomanía, esto dice que le ocurre desde pequeño, cuando fue descubierto por el párroco de su iglesia robando monedas de veinte céntimos del donativo para encender las velas. El párroco le impuso un castigo que nunca olvidó.”

 
-Genial, parece que has dado con el culpable. ¡Nuestro director! ¿Y ahora que hacemos?
-Leo, creo que deberías hablar con él para que devuelva el dinero. Si no, alguien podía pensar que te lo llevaste tú.
-Tienes razón, pero todo esto no lo puede saber nadie. Ya no podrás ser famosa.
-Será por una buena causa.
Y los dos sonreímos satisfechos.


Laura de la Blanca Salgado