Homenaje a Machado por Blanca Areces

El otoño en París es frío, melancólico, un poco austero. Vivo a las afueras de esta romántica ciudad cerca de un bosque que está rodeado de casas de piedra en medio de extensas fincas. A este lugar lo llaman “El Bosque de los Artistas”.
Tengo trece años y me gusta caminar cuando llego del Liceo. Hoy llevaré la gabardina, pues parece que va a llover. ¿Estará esperando o ya se habrá ido? Ayer tosía y no se encontraba bien.
Caminé apresurada, las hierbas mojadas dejaban sus gotas sobrantes en mis calcetines grises; allí estaba, sentado y leyendo; un viejo paraguas abierto le protegía del frío y, a veces, de la lluvia. Siempre sabía donde estaba, era su lugar preferido, al sur de la casa y cerca del río.

-¿Cómo te va, Alice? ¿Quieres mermelada de arándanos?
-No, D. Antonio. ¿Cómo está? Tiene mejor cara que ayer.
-Mi compañera “Soledad” me ha cuidado esta noche y mi alma descansó tanto que permitió que mi corazón volase en sueños hasta los campos de Castilla. ¡Qué tiempos! Me emocioné y eternicé el momento... No sé cómo contártelo, Alice.
Yo me ponía de cuclillas a su lado oyéndole divagar sus cosas. Su manera de hablar me hacía viajar donde él quería y así, sin moverme, conocí Sevilla, campos de una Castilla interminable, Soria, Segovia... y el inmenso amor que sintió por su esposa y la inmensa tristeza de su muerte.
-D. Antonio... ¿Es Ud. religioso?
-Sí y no. Me preocupa la muerte, la divinidad y no quisiera morirme sin encontrarlo.
-¿A quién? –dije muy bajo.
-A Dios, Alice. ¿Crees que ahora estará mirándonos escondido entre esos árboles? El bosque es muy profundo, quizás esconda algo.
Suspiró y cerró el libro.
-¿Quieres leerlo? “Nuevas canciones” es el título. Me gustaría que lo hicieras, no lo ha leído nadie. Léelo despacio y lo comprenderás, es un poco sobrio para ti, pero sus palabras son verdaderas.
Estiré el brazo y le prometí que lo leería tantas veces como mi mente quisiera comprender. Ese día me habló de la poesía, de lo cerca que había que estar del espíritu para plasmarla en papel, de la emoción humana, de cómo tiene que quedar impresa igual que un cuadro: hay que eternizar el momento.
-¿Quieres un refresco?
-No, me tengo que ir, me esperan para cenar.
-Alice, cada día hay cosas nuevas que tienes que recordar, no te pares en las modas, suelen ser absurdas; se tú misma y mira dentro de ti, lee y tu espíritu será libre.
Volví al día siguiente, y el siguiente... el paraguas permanecía cerrado, apoyado en la pared.
Todos los días paseando y leyendo, recuerdo sus campos de trigo, colinas plateadas, álamos dorados, oyendo los ruiseñores en sus ramas.
En el otoño del 62 publiqué mi primer libro.
“A D. Antonio Machado, poeta y escritor, que supo ver más allá del profundo bosque”