Homenaje a Mario Vargas Llosa por Mar Cueto Aller

“El baile del tirano”
 
(Inspirado en la obra: La fiesta del Chivo de Mario Vargas Llosa)

   Las lámparas de cristal de Bohemia tintineaban al ritmo de la música. Sus destellos se entrecruzaban con los de las joyas que lucían las mujeres. Multiplicándose por los reflejos que se diseminaban por todos los espejos que cubrían las paredes. Tras las columnas de mármol, sentadas en los sofás de terciopelo púrpura, las damas de mayor edad murmuraban. Nadie se fijaba en los perfectos y coloridos frescos mitológicos que cubrían el techo. Casi todas las miradas se dirigían a la joven hija del embajador en Alemania que había acudido al país en viaje de negocios. Su rubia melena, adornada con dos rosas naturales, causaba sensación. No podían tacharla de que fuese provocativa. Su blanco vestido con escote de barco tapaba por completo, bajo la tela de raso, sus pequeños y elegantes senos. El faldón de vuelo ni marcaba ni la trasparentaba la silueta. Tampoco era una experta bailarina. Se notaba que eran sus primeros valses y polcas, pero, se movía con una gracia tan especial que dejaba embobados a cuantos la observaban. El anciano generalísimo Bernardo De Menduzal no era una excepción. Aunque comenzaba a padecer signos de demencia senil se había obsesionado, paranoicamente con la joven, desde el primer momento en que la vio. Era totalmente opuesto al progreso tecnológico y no quiso saber nada de propuestas de negociación, con empresas alemanas, hasta que había divisado al padre de la joven acompañándola. Al verla se le caía la baba literalmente. Sus consejeros acompañantes tenían que limpiarle con el pañuelo para que no se evidenciase el signo de su lujuria.

   -Querido hermano, ten mucho cuidado con tú linda hija Merceditas. Es la admiración de los hombres y la piquilla de las mujeres.-Dijo la tía al ver como todas las miradas se dirigían a la joven cada vez que se levantaba o se movía por el salón.

   -¡Tonterías! Es solo una niña. ¿Quién puede admirar o preocuparse por lo que haga una niña?

   -Todos, menos tú, que la miras con ojos de padre. Pero, yo sé de un viejo libidinoso que cada vez que la mira babea y no la quita ojo. Si quieres mi consejo: aléjala de él o tendréis disgustos.

   El padre de Mercedes no daba crédito a las palabras que preventivamente le decía su hermana. Le parecieron absurdas hasta que media hora después de oírlas el generalísimo, como le gustaba que le llamasen, le mandó emisarios para que le acompañasen a su presencia en su despacho personal. No se explicaba a que se debía un cambio tan repentino, aún así, aprovechó para explicarle en que consistían las fábricas que deseaban hacer negocios en su país. Bernardo de Menduzal hacía como que le escuchaba pero su mente estaba divagando en asuntos muy diferentes. De vez en cuando asentía torpemente.

   El embajador presentía que sus explicaciones estaban siendo desoídas. Aún así, le habló detalladamente de las excelencias en los vehículos con tecnología alemana. De las fabricas de suministros industriales y mineros que terminarían con el índice tan elevado de accidentes y aumentarían la producción. Continuó explicándole como las industrias conserveras les ayudarían a aprovechar los recursos naturales de la mar, el campo y la ganadería; evitando la cantidad de desperdicios y las hambrunas habituales. Nada parecía impresionar a su embobado interlocutor. Pero en lugar de desanimarse buscaba el modo de despertar su interés. Quedó helado cuando, al fin, le hizo saber el motivo de haberle llamado a su presencia.

   -No se preocupe, firmaré cuantos acuerdos sean necesarios. Teniendo en cuenta que es usted el padre de tan excelente dama, digna de un generalísimo, no me queda más remedio que acceder. Espero que usted también esté de acuerdo en que Merceditas se quede a pasar la noche en mis posesiones cuando termine la fiesta. –Dijo con voz algo gangosa. Como acostumbraba siempre a hablar.

   -¡Perdón! No le he entendido bien. ¿Me está usted hablando de mi hija o ha sido un mal entendido mío?

   -Ha entendido usted correctamente. Espero que se sienta alagado y considere un honor el que me haya fijado en ella. Sabré recompensarle.

   -No me puedo creer lo que está sucediendo.-Dijo indignado el padre de Mercedes, Aunque siempre solía ser muy flemático por aberrativas que fuesen las palabras que escuchaba.-Estoy seguro que un ser civilizado, como supongo que será usted, sabrá respetar a una niña por muy bonita que le parezca.

   -Y la respeto, la respeto.-Volvió a utilizar su gangosa voz con arrogancia-Espero que por su bien usted no se oponga a los deseos del generalísimo del país. Estoy seguro de que no lo hará.

   El embajador observó como los dos guardaespaldas que habían escuchado impasibles echaban mano del revolver que lucían en sus uniformes con gesto amenazador. Sintió pánico no por su vida sino por la de su mujer y su hija. Se mordió los labios para no decir nada que pudiese complicar la situación y dijo con aparente tranquilidad, aunque su corazón latía vertiginosamente, que le dejase pensarlo y meditarlo durante el baile. Salió desesperado del despacho y se dirigió a toda velocidad a la sala de baile donde se abrió paso hasta llegar a su hija Mercedes.

   -Tengo que decirte algo muy importante-la dijo con discreción usando el idioma Alemán-Es necesario que te dirijas a la puerta y te reúnas allí con tu madre y conmigo. Acompáñate de todos estos jóvenes hasta que estés a nuestro lado. No dejes que se separen de ti y no permitas que el viejo que nos ha invitado se te acerque, Ni él ni sus guardaespaldas. ¿Me has entendido Merceditas?

   -Sabes que no me gusta que me llames así, No soy una niña. Y tampoco me llames Mercedes, sabes que en Alemania lo consideran nombre de coche. Llámame Merche, mis compañeras siempre decían que es más original y más personal.

   -Está bien, como quieras, Merche. Pero, por favor, haz lo que te acabo de decir. Es muy importante. Luego te diré el porqué. Ahora debemos actuar con rapidez y astucia.

   Tardó unos minutos en encontrar a su esposa, aunque le parecieron siglos, a pesar de que su rubia cabellera contrastaba con la de las mujeres que la rodeaban. Había tanta gente bailando y repartiendo bandejas de bebidas y emparedados que no se divisaban a las damas sentadas. Preguntó con aparente indiferencia a cuantas personas conocía y al divisarla respiró aliviado. La dijo en su idioma las mismas instrucciones que había indicado a su hija. Utilizando varias palabras que demostraban su indignación, sabía que solo ella las entendería, y la harían comprender la gravedad del asunto. Su mujer, que le conocía sobradamente, enseguida comprendió cual era el problema y aunque estaba aterrorizada actuó con toda la eficacia necesaria. Se despidió lo más diplomáticamente que pudo de sus acompañantes y sin dudarlo hizo lo que su marido le aconsejaba.

   A la salida del recibidor se encontraron con su hija acompañada de cuatro jóvenes que se deshacían en halagos. Les costó trabajo que la dejasen marchar, y cuando lo consiguieron, en la entrada se encontraron con un grupo de militares armados que parecían encañonarlos hacía adentro. No se explicaban cual era el motivo de que apareciesen armados, en forma de combate, pero si sabían que los cinco guardaespaldas que les echaron el alto por detrás eran enviados por el tirano al que obedecían. Se hicieron a un lado y quedaron a la expectativa viendo como los dos grupos armados se pedían explicaciones.

   -¿Quién les ha dado permiso para irrumpir armados en el palacio en medio de un baile?-Dijo groseramente el portavoz de los guardaespaldas.

   -Necesitamos urgentemente hablar con el generalísimo. Esperamos sus órdenes inmediatamente para sofocar el tumulto que se está desencadenando a la entrada del palacio y a las de los graneros imperiales.

   -¿Qué clase de hordas están formando esos tumultos?

   -Son campesinos y obreros harapientos del pueblo. Unos dicen que se han echado a perder las cosechas y otros que se mueren de hambre. También se quejan de que necesitan grano para sembrar. Vienen armados de palos y aperos de labranza, Solo necesitamos la orden de fuego a discreción y en pocos minutos con nuestros morteros y metralletas habremos acabado con los miles de manifestantes que osan rebelarse.

   Mientras los militares terminaban de dar las noticias sobre lo que se estaba desencadenando en la calle el embajador y compañía se dirigieron a las puertas que estaba abierta de par en par. No se percataron de que se escapaban, o si lo hicieron, prefirieron dar prioridad al asunto de la revuelta. En lugar de dirigirse a las verjas del jardín de entrada rodearon por las caballerizas en dirección al río. Sabían que tendrían que nadar hasta la otra orilla y confiar en que en alguna casa labriega les pudiesen suministrar ropa discreta con la que poder salir del país antes de que se desencadenase la revolución que se estaba fraguando.

   -¿Crees que la gente del pueblo nos ayudará a escapar?-Dijo temerosa la esposa del embajador-¿No nos tomarán por sus tiranos y atentaran contra nosotros al vernos vestidos igual que ellos?

   -Es un riesgo que debemos correr. Yo confío más en la cordura de la gente del pueblo que en la de sus opresores.

   -Sí, intentémoslo. Siempre será mejor caer en sus manos que no en las garras de tan sanguinario tirano.-Dijo Mercedes.

   Cruzaron con dificultades el caudaloso río, los ropajes que llevaban no eran los más indicados para conseguirlo, pero el instinto de supervivencia les dio las fuerzas necesarias para lograrlo. No sabían como serían las personas que encontrarían del otro lado, aún así, tenían la esperanza de poder encontrar buenas gentes entre los lugareños.


Mar Cueto Aller