Homenaje a Miguel Delibes por Evelia San Juan.

DIARIO DE UN VIAJE

Lola ha descubierto recientemente que en la película de su vida aún quedan episodios felices. A lo largo de diez meses había estado luchando con una lesión cervical que la tenía presa de sus caprichos: mareos casi continuos, vértigos, imposibilidad de hacer muchas tareas cotidianas aparentemente inocuas, necesidad de ayuda familiar…en suma, su autoestima estaba casi tan deteriorada como su cuello.

Conservaba, eso sí, la capacidad de leer en abundancia y escribir de vez en cuando sus actuales vivencias. Pero tenía que dosificar los tiempos cuidadosamente, porque la fatiga aparecía en cualquier recodo. A menudo daba gracias en su interior por que estos hechos hubieran aparecido cuando ya no tenía obligaciones laborales: casi cinco años de jubilación le habían proporcionado dos oportunidades de viajar a Tenerife y una a Benidorm, siempre con el IMSERSO. ¡Bendito colega que la puso en la pista de MUNDOSENIOR!

Cuando el pasado septiembre recibió la carta con la nueva oferta de viajes, las dudas empezaron una agria labor de zapa: ¿Podría volver a participar en su actual estado? Y en caso afirmativo, ¿qué destino solicitar y para cuándo? En la agencia le despejaron muchas incógnitas. Tendría que elegir un destino en la Península, La Manga, y podría ir ocho días a mediados de febrero. Aceptó con la esperanza de que para esas fechas su malestar podría haber sido superado. El lugar era nuevo para ella, un buen aliciente, además de la posibilidad que le indicaron de recibir unas sesiones de tratamiento con los barros propios del Mar Menor. Tal vez serían tan buenos para ella como para las amigas que se los recomendaron.

Transcurrieron los meses con altibajos, una lenta mejoría seguida de días peores, hasta llegar a los primeros días de febrero. La ilusión por el próximo viaje era creciente a medida que se iba acercando la fecha. El sábado día 12, al anochecer, circulando en caravana por León, recibió un impacto por detrás, un topetazo que de momento pareció inocuo gracias al cinturón de seguridad y al collarín hinchable que ha usado desde que le fue diagnosticada la lesión. Los días siguientes pusieron de manifiesto que había secuelas en forma de mareos, inestabilidad y dolores de cabeza. ¡Qué contratiempo! ¿Qué hacer ahora? Quizá lo más adecuado fuera renunciar, pero no le apetecía lo más mínimo.

Además de la consulta en Urgencias llamó al doctor que la trata y le hizo una visita. Tras la exploración recibió el permiso para viajar, junto con el tratamiento a seguir. Una gran sensación de alivio la invadió en ese momento, sobre todo por la confirmación de que su salud podría volver a recuperarse en un plazo no determinado.

El día 18 de febrero, según lo previsto, el viaje se llevó a cabo y le asignaron en el hotel una habitación en la segunda planta, adecuada para subir y bajar por las escaleras, relajante y tranquila, soleada por las mañanas. Enseguida se sintieron cómodos tanto ella como su marido.

La charla informativa de la mañana siguiente fue importante, ayudó a decidir qué excursiones realizar para conocer la zona. Según la oferta, todos los días podrían visitar lugares nuevos e interesantes, pero eso no era lo más aconsejable: descansar era el primer objetivo en las actuales circunstancias.

La primera salida tuvo lugar el domingo por la mañana: conocer La Manga y Cabo de Palos. Amaneció con una fina lluvia, pero pudieron descubrir esa larga lengua de tierra entre el Mediterráneo y el Mar Menor, con sus veintidós kilómetros de recorrido de sur a norte, sus torres, hoteles y bloques de viviendas. Descubrieron su reciente historia y vieron las fotos de hace unos cincuenta años, cuando apenas era lugar inhóspito de vegetación escasa y silvestre, el proceso de transformación en zona turística, la construcción de la gran vía y las primeras torres de viviendas y hoteles... un cambio espectacular. Observaron las pequeñas islas que tiene el Mar Menor: La isla Mayor o del Barón, la Perdiguera y la del Ciervo. Al llegar al Puente de la Risa aún lloviznaba y las fotos que hicieron salieron algo tristes, pero pronto abrió el día y la visita al faro del Cabo de Palos les permitió descubrir la belleza del mar color de plomo al reflejo del sol. El mercadillo dominical, sorprendente por la cantidad de puestos y la variedad de productos que allí se ofrecían, no usuales en otros lugares. Degustaron por primera vez el “café asiático”, típico de Cartagena, elaborado con leche condensada, coñac, unas gotas de licor 43, café y canela en polvo: una deliciosa bomba energética, servida en copas originales de cristal fabricadas en exclusiva para este uso.

El lunes fue inolvidable, con su excursión de jornada completa. Brillaba un sol suave ya en la mañanita y pudieron observar desde el autocar las inmensas fincas que jalonan la carretera: llanas, pobladas de naranjos, limoneros, alcachofas…en otras las enormes hileras de los surcos estaban cubiertas por capas curvas de plástico, para proteger los cultivos de melones y lechugas. Vieron enormes balsas de agua y los sistemas de riego por goteo que aprovechan hasta la última gota. Tras una hora y media de recorrido llegaron al destino: Caravaca, en el noroeste de la provincia. Visitaron en primer lugar el museo de la fiesta de los caballos del vino, situado en un edificio del siglo XVII restaurado. El vídeo de las celebraciones les dio idea de la importancia de estas fiestas para la comarca. La riqueza de los adornos bordados que cubren los cuerpos de los sesenta caballos que corren sorprendió a todos tal vez más que la belleza de los trajes de cristianos y moros que llevan a lo largo de la celebración, diferentes cada uno de los tres días. Había muestras de joyas y adornos, así como trajes infantiles. Para subir al santuario usaron un trenecillo que va explicando el recorrido, corto y empinado. El santuario se mostraba en toda su belleza, así como las vistas desde la altura: la comarca montañosa, la ciudad medieval, la vegetación y un cielo azul inmenso. En el interior, la impresión de religiosidad cuidada, los ritos casi personalizados, la belleza de la cruz y su entorno, sumergen al visitante en una atmósfera de espiritualidad y respeto.

Tras una comida deliciosa, para ella demasiado abundante, tuvieron ocasión de visitar en Calasparra el santuario de la Virgen de la Esperanza, construido en una cueva a orillas del río Segura. La fachada está fabricada en estilo clásico con piedras menudas, irregulares, de color rosáceo. Junto al río, un paseo y un merendero hacen apetecible la visita. Les mostraron también los enormes arrozales que producen un arroz de calidad especial.

El cansancio se dejó sentir al regreso: el martes y el miércoles aprovecharon el sol y la buena temperatura para pasear, bajar a la playa y realizar las sesiones de barros en el propio hotel. Inolvidable la sensación de relajación corporal y bienestar que le quedó después de cada una. El Mar Menor brindaba sus aguas tranquilas, templadas, para mojarse las piernas y caminar sin temor a la profundidad. Unos baños de sol tomados con precaución completaron la felicidad de esos momentos.

El jueves, paseo matinal hasta la Gola de Marchamalo y excursión vespertina a Cartagena. En primer lugar, visitaron el Museo Teatro Romano. Se entra por un edificio de color rosado, sito enfrente del Ayuntamiento. En las vitrinas laterales de una especie de túnel se puede ver la historia del lugar, que después de haber sido teatro romano se convirtió en mercado y posteriormente tuvo edificios habitados. Hay piezas de cerámica de varios siglos. En las dos salas siguientes mostraban piezas arquitectónicas recuperadas y una maqueta del teatro en su estructura original. Luego hay un corredor arqueológico que discurre bajo la iglesia románica de Santa María la Vieja, construída sobre una parte alta lateral del teatro. Se conservan los muros y la estructura, pero carece de tejados. A la salida, el espectáculo del teatro desde las gradas más elevadas invitaba a imaginar aquel recinto impresionante en sus días de gloria, repleto de gentes ávidas de escuchar las grandes tragedias que allí se podían representar. El recorrido bajando las gradas y sobre el escenario completó una visita perfecta, enriquecida con las explicaciones minuciosas del guía acompañante.

El edificio del Ayuntamiento, de estilo modernista, luce maravilloso tras una restauración de once años, finalizada en 2006. Es impresionante la escalera imperial de mármol blanco, con sus lámparas originales de la época en que fue construido: las bombillas están a la vista, por ser la novedad extraordinaria de ese momento. En el salón de plenos, la sillería de madera tallada es preciosa, así como las tres grandes lámparas que adornan el techo, bellamente decorado.

Mirando al puerto, quizá anhelante de nuevas singladuras, el submarino Peral descansa sobre un pedestal. Fotografiarse delante de él debe ser obligatorio para todo turista que lo admire. Muy cerca, en la misma zona, el Museo ARQUA de arqueología subacuática. Desde su privilegiada situación junto al mar, ofrece una magnífica colección de objetos rescatados del fondo marino, enseña diversos tipos de barcos y permite interactuar para aprender acerca de la navegación a través de los siglos. Lástima que la proximidad del cierre no les permitiera una visita más detenida…

El regreso se produjo en la mañana del viernes, día 25. El último recorrido en autobús hasta el aeropuerto le produjo una cierta melancolía, la temperatura era deliciosa y el sol hacía brillar los naranjos y limoneros con destellos dorados. Desde el avión pudieron contemplar media España con toda claridad y la llegada se produjo a la hora prevista.

Tan sólo restaba desear una nueva oportunidad de viajar con el IMSERSO.


Mª Evelia San Juan Aguado
Oviedo, marzo de 2011