Homenaje a Miguel Hernández por Carmen Martínez. (4)

ALAS CERCENADAS


La alegoría de un frío viento alisio se filtra por las rendijas de los barrotes del lúgubre presidio. Pecho contra reja; reja contra pecho. Hambre y besos en silencio.

Hierro acuchillador que sin piedad cercena la luz que emana del rostro del trovador. Su canto fatigado es pacificadora trova. Versos lastimeros sobre el camastro que quisiera ser hierba y de sus pisadas esculpir el rastro.

- Ay carne de mi carne. Ay hijo, pequeño infante que alumbra esta oscura noche. Cabalga sobre la tragedia y pronuncia alborozado “Ala. Rueda. Torre. Eres mi ser que vuelve hacia su ser más claro”-.

- Poeta, ¿por qué lloras? ¿Acaso intuyes que hay ausencias pasajeras que se tornarán eternas?-.


Sudan de fiebre, dolor y zozobra las desconchadas paredes
y
al preso se le agrietan las venas y los ojos de agua nieve.


Ser humano, piel y huesos.
Te infectaron los pulmones, goteras, pulgas y ratas.
Ya redoblan las campanas;
ya sisean las beatas y el mar se deshace en lágrimas.

Los versos destilan  perfumes para embalsamarle.
Un sudario blanco, su carcomido cuerpo quiere abrazarle.

Esposa que sufre y gime; el corazón hecho astillas:
-¡Vamos mi niño grande! ¡Vive! ¡No desfallezcas!
¡No abraces la oscuridad! ¡Sal del laberinto y rueda!-.

Al caer la noche, sueños de humo y cenizas
Hilos de metal plateado los ojos le cerrarían.

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Quiso la tierra rasgarse para cobijarle.
Sol y luna; sobre un lecho de guijarros bordar arte.
Vientre de la madre, vientre; piel de toro, el estandarte.
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Las plañideras palabras lloran la ausencia
y
el cofre del horizonte se sella para protegerlas.
Cuando amaine el temporal, vuestra voz las hará eternas.