Homenaje a Oscar Wilde por Evelia San Juan

RETRATO EN SEPIA

Frente a la puerta, en el centro de la pared principal, presiden desde su gran marco ovalado el añejo comedor. Miran con insistencia incansable a cuantos entran y les siguen en sus movimientos. Ella viste traje de chaqueta negro, mantilla de blonda azabache, collar de perlas. En la mano izquierda, una pequeña cartera. Él lleva un traje cruzado de mil rayas color marengo, camisa blanca, corbata oscura. Situado a la derecha de ella, esta vez aparece con la cabeza descubierta, el pelo fuerte y hermoso peinado a raya. En los ojos enormes de ella hay seriedad, aunque si se observa algún tiempo se puede captar un ligero atisbo de sonrisa.
Son jóvenes, acaban de casarse, quieren dejar este recuerdo de su día más importante. De momento, están uno al lado del otro, él a la izquierda, ella a la derecha. Necesitan tiempo para asegurar la convivencia y lo van a tener, más de sesenta años. Miran a la cámara con seriedad.
Él piensa: “Míranos, aquí nos tienes, mejor vestidos que nunca. Acabamos de casarnos y lo vamos a celebrar en la casa de mis suegros. Tenemos un buen banquete y muchos invitados de la familia, que se van a quedar esta noche para celebrar mañana la tornaboda. No se ha escatimado nada. Han sido sacrificados 12 corderos, 25 pollos y 25 conejos. Las madres llevan una semana afanadas junto al horno para tener a punto las hogazas y hacer cestas y cestas de rosquillas. Sin olvidar los mazapanes, dos docenas.
La señora Consuelo estará ahora mismo sofocada frente a las trébedes, preparando las paellas.
Mi madre ha ido recogiendo vajilla prestada entre las vecinas. Los garrafones de vino los trajo mi suegro en el carro desde Valdevimbre. Por la noche haremos un gran baile, que para eso tenemos dos músicos: uno toca la flauta y el otro el tamboril. Las mujeres se pondrán las castañuelas y muchos hombres también.
Y pasado mañana, a trabajar duro. Estoy deseando olvidar los largos años de mili en África, la enfermedad que desde a allí me trajo a casa, aquella guerra…quiero vivir tranquilo. Vamos a construir nuestra casa en el pueblo de al lado, cerca de la carretera. Es mejor sitio para mi taller de carros. No me asusta el trabajo fuerte. Cuando vengan los hijos, me ayudarán y prosperaremos”.
Ella recuerda que sus padres tuvieron muchos hijos, pero varios murieron de niños; por eso nada más le han quedado un hermano y una hermana. Por ser la mayor, de siempre le ha tocado trabajar a todas horas, en casa y fuera, en el campo, con el ganado. Ahora que empieza una nueva vida lo que quiere es salir adelante con su marido y criar los hijos sin escatimar esfuerzos. Sabe que sus manos son fuertes y hábiles y con eso le basta. Está dispuesta a participar como otro cualquiera en la construcción de la casa y no le importa tener que marcharse a vivir al otro pueblo; estarán cerca, podrán ir y venir andando.
Cuando tengan la casa nueva montada pondrá esta foto de su boda en el mejor sitio del comedor, bien enmarcada por un óvalo de madera adornado con flores doradas y colgada con un grueso cordón de seda. Y allí quedará para siempre.