Homenaje a Saramago por Mar Cueto.

EZEQUIEL Y LAS NAVES

                                                                                                              1:4 Y miré, y he aquí venía del norte un
                                                                                                              viento tempestuoso, y una gran nube, con
                                                                                                              un fuego envolvente, y alrededor de él un
                                                                                                              resplandor, y en medio del fuego algo que
                                                                                                              parecía como bronce refulgente, 
                                                                                                              1:5 y en medio de ella la figura de cuatro
                                                                                                              seres vivientes. Y esta era su apariencia:
                                                                                                              había en ellos semejanza de hombre. 
                                                                                                              1:6 Cada uno tenía cuatro caras y cuatro
                                                                                                              alas.

 
Cuando Ezequiel vio aquel resplandor quedó anonadado. Aunque hubiese podido hablar no hubiese encontrado palabras para contarlo. Todo era tan sorprendente y desconocido que creyó estar dentro de un sueño. Quiso pellizcarse pero hasta sus miembros habían quedado paralizados. Aquel gigantesco artefacto volador no se parecía a nada de lo que había presenciado en su vida. La comparación con un tazón volcado sobre un plato, se le antojó absurda, dada la simpleza y pequeñez de las piezas de vajilla comparadas con la complejidad y grandeza de aquella cosa. Su tamaño, salvando las distancias, solo era comparable al de las grandes ruedas de molino, aunque volvían a quedarse tremendamente pequeñas y bastas, comparadas con la enormidad y perfección de lo que tenía ante sus ojos. Solo la palabra aro, refiriéndose al contorno o molde de cuantas cosas redondas conocía le servía de referencia para mencionar la máquina que había ante él.
De aquel edificio flotante salieron cuatro pequeñas naves dentro de las que se movía respectivamente un ser semejante al hombre. El atuendo que llevaban no era menos extraño. Al primer golpe de vista parecía que el individuo tenía cara de león en su costado derecho. De buey en el izquierdo y de águila en la parte posterior, pues la escafandra que portaba en su cabeza era así de artística y sofisticada dentro del recipiente de cristal con que se protegían del aire terrestre.  El traje volador que les cubría constaba de cuatro alas: dos para volar adelante y atrás y otras dos que le permitían hacerlo hacía arriba y hacia abajo. Tenía brillo metalizado de tonos cobrizos y sus reflejos eran irisados. Lo que transportaba a cada uno de aquellos seres, le parecieron a Ezequiel como ruedas dentro de otras ruedas de mayor grosor, y le sorprendió que estuviesen llenas en su rededor de lo que a él le parecieron ojos. Pues no conocía ni podía imaginar lo que eran focos eléctricos. Ni que pudiesen existir vehículos que se moviesen solos por control mental.
Al abrirse la gran nave nodriza por su entrada principal el resplandor fue todavía más impresionante de lo que hasta ahora había presenciado Ezequiel. Una expansión de luz y color se proyectaba en todas las direcciones de lo que parecía un gran trono de zafiro sobre el que se sentaba el jefe de toda la expedición. Ezequiel se sentía tan apabullado ante tanta gloria que se postró empequeñecido hacia el suelo con miedo a levantar la mirada. Los embajadores tuvieron que ayudarle a levantarse y ponerse en pie para que pudiese escuchar las palabras que el supremo dirigente le dedicaba desde su asiento.
         -Hijo del hombre, te envío a los hijos de Israel para que les lleves mi mensaje que les insta a que no sean tan rebeldes. Han de saber de mi descontento ante las gestiones con que dirigen mi templo. Pues sin lugar a dudas será destruido. Ya no se culpará a los descendientes de los errores de sus progenitores. Cada cual será responsable únicamente de sus actos. Y cuantos deseen cumplir mi voluntad serán recompensados en el nuevo templo que han de construir según las instrucciones que he de encomendarte.
Ezequiel escuchó durante varios días, medio en trance, todas las profecías y mandatos que el gran dirigente del espacio le inculcaba en su mente. Era tal el pánico que sentía al comprender que estaría solo ante su pueblo, para revelarles aquellas nuevas, que su lengua se paralizó durante un largo periodo hasta que reunió las fuerzas para llevar a termino su difícil tarea.
         -Como juez de Israel no puedo dar crédito a un insignificante individuo como es Ezequiel. Miradle, si hace unos días no era capaz ni de abrir la boca para hablar. ¿Cómo iba a elegirle Dios para profetizar nada…?
Temeroso, el pobre profeta, volvió a repetir las palabras que le habían encomendado. Sus paisanos empezaron a burlarse e intentar desprestigiarle, pero entre ellos surgió un personaje elocuente en su ayuda.
         -Escuchemos sus palabras. Quizás tenga razón al decir que Dios nos exime de los pecados heredados y nos juzgará por nuestras obras. Ese proyecto arquitectónico que nos presenta es demasiado perfecto para haber surgido de una mente tan simple como la suya, quizás pueda demostrarnos que realmente ha recibido una visita del más allá.
         -¡Claro, tú lo dices porque no quieres que te juzguen y te corten las manos como a tu padre cuando robó un pan! Así tú podrías salvarte y tener vida eterna, como te salvaste por tu labia de la ira de los jueces.
         -Yo solo quiero justicia. Concedámosle el beneficio de la duda y que nos demuestre que cuanto dice de los carros de fuego de Dios es cierto. ¿O acaso queréis que por nuestra desconfianza a su profeta se desate su ira?
Nadie supo oponerse a los razonamientos de Zabuleo y aún a sus pesares siguieron a Ezequiel hasta el lugar donde la nave nodriza y las de inspección se habían posado sobre la tierra. Todavía se apreciaba el gran círculo de hierba quemada y las huellas dejadas por las botas de los exploradores intergalácticos. Ante tales evidencias, ya nadie pudo dudar de las palabras del profeta Ezequiel y durante más de veintidós años le permitieron ejercer su papel por mucho que les indignase el que le hubiesen elegido para aquella función. Aunque se llegaron a cumplir todas las profecías sobre la destrucción del templo y se procedió a la construcción del nuevo templo y diseño de la ciudad de Jerusalén siguiendo las instrucciones pertinentes: con las fortalezas, los baluartes y arietes indicados en los planos sobre los adobes aportados por el dirigente supremo del espacio. A las autoridades no les gustaban mucho los nuevos mandatos que les aportaba en su nombre Ezequiel, se las ingeniaban constantemente para hacer su propia voluntad y desobedecer recurriendo en ocasiones incluso a la idolatría. El profeta tampoco se sentía muy seguro, pese a sus deseos de cumplir lo mejor posible con su deber de profeta. No dejaba de temer que le sucediese como al bueno de Moisés, quien tras vagar cuarenta años perdido con su pueblo por el desierto, se quedó sin ver la tierra prometida, a sabiendas de que estaba a las puertas de ella. Le consolaba la esperanza de tener la misma suerte que Henoc, que según el libro del Génesis capitulo 5 y versículos 18 a 24 fue elevado y no volvió. O como Elías, de quien narraban en las escrituras que también había sido raptado en un carro de fuego con caballos incandescentes. Se imaginaba lo hermoso que debería ser el lugar del espacio donde habitaban seres tan bellos y con tanta sabiduría como para construir aquellas naves, y lo feliz que sería morando en sus dominios y aprendiendo cuanto fuese necesario para acompañarlos en su gloria. Todas estas ideas le dieron fuerzas para superar la debilidad que sentía y enfrentarse al juez de Israel denunciando y reprendiendo su comportamiento. Fue una lástima que el despreciable le condenase a muerte convirtiéndolo en un mártir.

Mar Cueto Aller