Homenaje a Saramago por Alejandro Alonso Cabrera

 Amarrado a la vida.

En esta oscura soledad solo me queda la voz, ni tan siquiera sé si alguien me escucha y en cierta manera, ya que me he acostumbrado a este diálogo monologado. Las palabras que pronuncio no sé si alguna vez salen de mi boca, no las oigo entrar en mis oídos. No tengo hambre, no tengo sed, no oigo, no, no sé lo que soy. Intento mantener una conversación que me mantenga vivo aunque aún no sé para qué. Presiento que no estoy vivo, que estoy más cerca de un vegetal que de otra cosa; sin embargo oigo latir mi corazón.
- Podría haber dicho que Dios me lo quitó, pero no fue así, no creo tan siquiera que haya intervenido en nada, y menos en privar la belleza de mi vida. Mentiría.
- Pero ¿cómo pudo ser? Hay que creer, siempre hay que creer. Unos optan por los dioses, otros optamos por el hombre, tenemos fe en él.
- Ya sabes que en ocasiones una relación de acontecimientos parecen unir fuerzas para desencadenar algún acontecimiento. Pues eso mismo le pasó a mi vida.
- No se debe confiar, ni creer, ni tener fe en aquel que no está nunca, de quien se habla infinitamente por su magnificencia y bondad, y sin embargo nada demuestra. El azar juega con nosotros y nosotros, pese a nuestro raciocinio, nos dejamos embaucar. Los acontecimientos suceden, se encadenan unos a otros y forman nuestras vidas. De nada vale el “si hubiera hecho”, o el “si no hubiera estado o ido”, o cualquier “si no...”, a toro pasado es fácil cambiar las cosas, pero no se pueden ya evitar.
- ¿Quién dejó los pernos clavados boca arriba?
- Sería muy fácil echarle la culpa a Dios, y más, no existiendo. Es como el “amigo invisible” de la niñez, él es causante de todas nuestras desgracias. Mi amigo invisible siempre tenía la culpa, pero claro, al ser invisible, mi madre siempre me hacía pagar a mí las consecuencias. Sus actos, tanto los de mi amigo invisible como  los de mi madre, estaban libres de “pecado”. No, no he dudado ni un momento en que la sucesión de acontecimientos predestinó mi desgracia.
- ¿Acaso tenía yo que llevar las cajas? La cuadrilla esta allí, cualquiera podía haber llevado las cajas, pero lo hice yo. ¿Debo por ello, echar la culpa a alguien? Era parte del trabajo por el cual se me paga, pagaba. Debía hacerlo y no hay más.
- Claro que hay formas de ver las cosas: si yo, de pequeño rompía algo, lo mío era causa de mi barbarie, yo era un desastre, un desgraciado; pero si por el contrario era mi madre, lo suyo era una “fatalidad”. Hay bastante diferencia entre una fatalidad, que parece tener cierta connotación de “casualidad” y ser un desastre y un desgraciado, sobre todo con la entonación y la rabia con la que se le dice a uno.
- Yo había atado, como de costumbre, primero la bota derecha, haciendo doble nudo, y después la izquierda. Siempre hago doble nudo en el calzado, así me aseguro de que no se desatarán, al menos es más difícil.
- Es matemática, uno y uno son dos, pero todo depende de el cómo use la matemática, o de cómo trascriba la matemática. Guarismos. Ahí acaba todo, en guarismos. De creer en Dios, diría que él creó el mundo en siete días, en seis y descansó el séptimo. Y al siguiente día, ¡le hemos dado la jubilación! Pero esto no es una pizarra llena de enormes fórmulas y números; no digo que no haya fórmulas y números, no, pero no puedo poner atención a tanto guarismo. Son cosas que se me escapan de la mano. ¿Despiste? Tal vez.
- De haber sabido que los pernos estaban allí, que las cajas me impedirían ver parte del camino, que la bota estaba desatada, que me pisaría, ¿estaría yo ahora así?
- Llámalo azar, casualidad, concatenación de acontecimientos; llámalo de cualquier manera, pero no me digas que Dios lo quiso así, eso sí que no lo tolero. Y, de haberlo querido así, ¿debería yo tener fe en él? ¿Debería creer en él? ¿Síndrome de Estocolmo? No, no me imagino al “jubilado” apoyado en la valla de la “obra” mirando cómo “trabajamos”, ni dándonos “ordenes”.
- Los servicios médicos hicieron su labor, supongo que podría haber muerto si alguno de los pernos se hubiera incrustado un poquito más. Porque, quiero pensar que no estoy muerto, que esto que me pasa no es la muerte.
- Nadie podía imaginar que el día acabaría así, era un día más. El jubilado, en el caso de existir, no creo que, apoyado en su valla, se fijara en mí, ¡cómo que no tendría otro sitio a donde mirar!
- Era un día más y nadie podía imaginar que acabaría así. ¿Así? ¿Cómo? Sintiéndome un vegetal, eso es lo que soy. Debo estar en la cama de un hospital, posiblemente con mis constantes vitales controladas en todo momento, con máquinas que me ayudan a seguir vivo, ¿vivo?
- No existe la  justicia “divina”, ¿divina es porque es hermosa? La justicia poética no la entiendo, quizá por mis pocos estudios, ¿acaso es porque rima? Y en muchas ocasiones tampoco existe la humana justicia. ¿Pero qué humanos somos para tener que necesitar justicia? Es un contrasentido en sí mismo.
- ¿Qué necesidad tengo de estar aquí sujeto? ¿Sujeto? Ni siquiera debo de ser eso. Solo me queda volar, mis diálogos monologados y la desesperación de una vida muerta.
- ¡Pernos! ¡Pernos! ¡Malditos pernos! Pernos, zapatos, cordones, cajas y yo. No hay justicia.
No sé si ha pasado un día, un mes o una eternidad. Supongo a las máquinas dándome, manteniéndome la vida. Amarrado a ella, sin quererlo, sin desearlo. Un final desenlace, eso creo, me mantiene vivo o quizá vivo para un desenlace final. No sé lo que me digo, no sé si quiero una cosa u otra, u otra o una. ¡Soltar cadenas! Esta privación de sentidos no me matará, mis diálogos no me consolarán, el incansable latir de mi corazón no me dejará, mis elucubraciones de locura me llenarán. Pensamientos y más pensamientos, ¿qué esperan con llevar flores a los muertos? No las pueden ver, no las pueden oler, no las pueden tocar, no las pueden sentir. Entonces, ¿qué sentido tiene? Morir, si es que no lo estoy, es lo que me queda. Me siento flor de cementerio, marchito, mustio y seco, esencia de lo que fui. ¿Qué me queda? Morir y comprobar definitivamente que tú no estás. ¡Soltar cadenas!


En León en el año de Dos Mil Once un día Nueve de Enero a las 13:26 Jany terminó de escribir este texto, para más tarde revisarlo y formatearlo a su gusto.