Imágenes inspiradoras por Jaime del Egido
El
cuadro
Lisa
García de Celis es una mujer de edad indefinida que vive en una ciudad del
norte de España donde escasea la luz y llueve mucho. Se ve a sí misma como una
artista sensible y delicada aunque, en realidad, es una persona frágil y lenta.
Le encanta pintar pero no termina de definir un estilo personal; no domina la
paleta de colores ni encuentra la luz apropiada para realizar los cuadros que
tiene forjados en su mente.
El
aspecto de Lisa refleja el fracaso de su pasado aristocrático; su rostro es inexpresivo
como corresponde a una persona aislada e incomprendida por la sociedad; su
cuerpo, aunque femenino, se mueve con la parsimonia que produce la toma de
medicamentos para dormir o para recuperar la alegría de los tiempos felices.
Está jubilada porque tenía dificultades para relacionarse con compañeros o
clientes (trabajaba en una antigua ferretería de la ciudad).
Su
día a día es una rutina de querer y no poder; querer pintar, expresarse
mediante un arte que le fascina. Lisa es la eterna aspirante a realizar una
obra exitosa y reconocida pero en realidad apenas la comienza: Le falla la
energía, no le acompaña la inspiración.
Se
levanta siempre tarde y su primera hora es un ir y venir de la habitación al
salón y desde éste al baño, a la terraza y a la cocina. El desayuno lo inicia
sin sentarse, picoteando una fruta y bebiendo un sorbo de agua y otro de zumo
de una botella de cristal. En su enésima visita a la cocina, Lisa saca unas
rebanadas de pan a la brasa con semillas de sésamo y lino, y se las toma con
mantequilla y mermelada. Se levanta de la mesa para pinchar un disco de vinilo
en el viejo equipo compacto y regresa a la cocina para terminar el café del día
anterior, recién recalentado en el microondas. Enciende la radio. Aún deambula
un instante por la casa vistiendo una floreada bata de satén; mira desde el
balcón hacia la calle, atestada de tráfico y gentes en aquella hora de la
mañana; vuelve al salón porque su intención es trabajar en la obra iniciada
hace quince días y de la que sólo ha hecho los contornos de algunos troncos y
copas de árboles en un parque; aún no decidió qué personajes añadir.
El
salón de Lisa está relativamente ordenado, pues solo contiene un sofá de dos
plazas, una mesa de cristal, rectangular (de centro) y la mesa auxiliar al lado
del ventanal repleta de pinceles, barnices, pinturas de colores en frascos
diminutos y cantidad de papeles con bocetos apenas pergeñados.
Sobre
la pared hay un sólo cuadro enmarcado en plata bruñida. Lo mira distraídamente
como siempre. Para ella representa su ideal de belleza: hay objetos
sofisticados, como sofisticada es su realidad. El cuadro presenta varios
jarrones de diferentes formas y texturas; dos de ellos contienen ramas sin
hojas pero con botones florecidos; otro jarrón es achatado, de color rojo, con
unos filamentos, incandescentes en sus extremos, que caen a los lados como
ramas de sauce; en el cuarto jarrón, que es tubular en cristal anaranjado, hay
unas florecitas verdes y un clavel blanco, espigado; entre los jarrones hay una
especie de cojín rojo, ciclópeo, que lo mismo puede ser un caballito de mar que
una montura para un pony; detrás del cojín hay una figurita estilizada, en
madera, que representa a una persona robotizada.
Para
Lisa García de Celis el cuadro le resulta un arte delicado y diferente, como
diferente es su propia vida. Una forma de vivir tan distinta a la de las
personas habituales, que madrugan para ir al trabajo, se afanan en el cuidado
de hijos para darles una buena educación, intentan conseguir unos ahorros para
ir de vacaciones y disponer de un tiempo libre para relacionarse socialmente… ¡Pero
ella se siente artista y no desfallecerá en su intento!
De
pronto se acuerda de que tiene que hacer algunos recados: debe comprar algo de
fruta en el mercado tradicional del Fontán y tiene que pasar por el piso de su
anciana madre, que vive sola con un gato y hace ya varios meses que no sale de
casa.
JAIME