Imágenes inspiradoras por Jesús Salgado Romera

                                                    
 EL BESO
(Inspirado en el dibujo de María)


Plaza de la Catedral de León. Disfrutaba, esperando con los ojos entrecerrados, del tímido sol de Noviembre que acariciaba su cara.

El joven se acercó ágil y sonriente. Yako, así  apodaban al joven polaco de nombre impronunciable, acudía cada sábado como voluntario a jugar con los niños.  Como siempre, captó el setenta por ciento de lo que decía, su pronunciación española tenía una gramática incompleta y una entonación difícil.

Intuyó que se estaba despidiendo: “Mañana a Varsovia volvía,   beca internacional acabada. Mucho contento de voluntario para niños, Yako gustaba España, León muy mucho acogedor, Yako sentido como en casa de él, y ellas mucha gran tarea hacer con niños y niñas”...

Espontáneamente, la besó. Era un beso de despedida, impetuoso y juvenil,  tierno y cariñoso, en la mejilla, quizá por azar cerca del oído.

Su sonido se transmitió al cerebro y le dejó una mezcolanza de sensaciones olvidadas:

De muy niña en el río jugando con la tía Julia, el brillo de la luz sobre las aguas que se movían suaves,  sentir el calor del sol a la par que el cariño de su joven tía recién casada, viviendo el momento de ser amada por el sol, el río, su tía…

Otra imagen,  las chicas revolcándose en el montón de hierba recién cortada, volteretas, trozos de confeti verde flotando en el aire, lío de manos y piernas, choque de cuerpos y risas, el olor a hierba, reír con plenitud, formando parte de la vida.

Otro plano, su padre, ya mayor, dándole el único beso de su vida, cuando marchaba para el noviciado,  transmitiéndole todo el sentir que aquel hombre envejecido nunca supo expresar…

Regresó,  fue consciente de estar en la plaza de la Catedral, esperando a que la Madre Superiora saliese del Obispado. ¡Dios mío! ¿Qué podrían pensar si la viesen besándose con un joven en medio de la plaza? … “Hay más ojos que ventanas”, decía su padre.

Bruscamente apartó al joven, mientras balbuceaba palabras de despedida, mientras captaba su desconcierto. Le tendió la mano, y él volvió a ser la persona educada y cortés que correspondía.

Le vio alejarse, rogando para que más adelante, cuando la vida hubiese añadido días y experiencias,  supiera interpretar la escena recién vivida.



Jesús Salgado