Doce cuentos para trece meses por Mar Cueto Aller
LAS
CASITAS DEL CAPITÁN CHOCOLATE Y LA CAPITANA BOMBONELA
Al
padre de Luisito le gustaba hacer sus diseños de arquitectura en maquetas de
chocolate. Así combinaba su trabajo con su afición favorita. Decía que de esa manera
se inspiraba y siempre se le ocurrían mejoras interesantes. Por esa razón sus
presentaciones resultaban muy originales y vistosas y a sus hijos les encantaba
ayudarle a deshacerse de sus errores.
Aquella
tarde tormentosa en que ni Luisito ni su hermana pudieron salir a jugar a la
calle los rayos iluminaban los ventanales del salón. El espectáculo pirotécnico
era excepcional pero nadie en la casa le prestaba atención. La madre conversaba
con una amiga del club de lectura perdiendo la noción del tiempo y el padre
leía el periódico a la vez que escuchaba los noticiarios para contrastar las
noticias. Luisito después de cansarse de jugar con su consola se acercó a la
mesa de las maquetas de chocolate. Empezó a jugar con sus muñecos americanos e
indios y sin darse cuenta tropezó con una de las plantas que decoraban la dulce
urbanización. Iba a decírselo a su papá cuando se lo pensó mejor y decidió
comérsela. Seguro que no se notaría,
pensó. Pero luego le pareció que quedaba un poco asimétrico el conjunto. Siguió degustando las
deliciosas plantas y comprobó que los sabores y matices eran bastante
diferentes. Unas piezas tenían un toque de vainilla, otras de menta o de fresa,
de canela, de jengibre. De tantas variedades que ni siquiera sabía nombrarlas.
Cuanto más las probaba más le tentaba seguir catando los diferentes y, a la
vez, semejantes materiales. Como no podía evitar sus contenidas exclamaciones
de placer su hermana Blanquita que pasaba por allí, al salir del baño, después
de haber estado jugando a las cocinitas en su habitación. Se acercó a ver a qué
se debían.
-!Qué
bueno! Yo también quiero. Dame un poco.
-¡No,
no! Que nos van a regañar. Ya verás como se enfada papá.
-¿Y
tú por qué te comes las casitas....?
¡Qué listo! Yo también quiero...
-Yo
solo me he comido las plantas y las barandillas de las terrazas. A lo mejor no
se da cuenta.
-Pues
yo me comeré las ventanas y las casitas de los perritos y así tampoco se dará
cuenta.
-Bueno.
Pero si se da cuenta de eso... la culpa será tuya. ¿Vale?
Siguieron
golosamente mordisqueando por todos los sitios hasta que su padre, que estaba
sentado a pocos metros de distancia de espaldas a ellos, con el volumen de la
televisión bastante alto, puso el grito en el cielo. Por un momento levantó la
mano con intención de abofetearlos, pero se contuvo a tiempo y al reconocer que
en parte era culpa suya decidió castigarles a comerse todas las maquetas por
completo.
Al
principio les parecía que el castigo era estupendo y que en realidad era un
premio. Pero, antes de llegar a la mitad de las porciones que tenían que
ingerir ya les dolía el estómago y suplicaban que les dejasen ya. Pero su padre
fue implacable e insistió en que se cumpliese su mandato. Siguieron con la
tarea a pesar del malestar cuando un rayo pareció penetrar por la ventana. Algo
sorprendente sucedió en ese momento. Luisito, que a sus ocho años era uno de
los niños más pequeños de su clase, en un instante, se convirtió en un
superhéroe de casi dos metros de estatura con grandes músculos y lo más
sorprendente de todo era que al estornudar de su boca salían rayos de chocolate
a modo de arma letal. Por su parte, su hermana Blanquita, que también fue
alcanzada por un rayo, se convirtió también en una súper heroína casi tan
grande como era ahora su hermano pese a tener seis años. Y de su poca salían
bombones a modo de balas mortíferas.
-¡Mírame,
ahora soy el Capitán Chocolate! Y lucharé contra los malos con mis rayos de
chocolate.
-Y
yo la Capitana Bombonela, que lucharé con mis balas de bombón. Pero no
conocemos a ningún malo. ¿Contra quién lucharemos?
-¡No
lo sé! Creo que existen muchos malos, aunque no los conozcamos. Tendremos que
esperar a conocerlos para poder luchar algún día contra ellos.
Mar
Cueto Aller