La Farera por Matilde

4 de enero
Siento curiosidad, oigo ruidos. Las tablas que el tiempo resecó, crujen de forma aleatoria en torno a nosotros, y bien digo, nosotros, porque Neptuno no se separa de mi lado y gira la mirada, como yo, hacia los orígenes distintos de los inquietantes sonidos. Desde que la mar está en calma aumenta mi agitación, oigo con claridad quejarse a la madera del piso superior o de los peldaños de la escalera.

5 de enero
Rondaba mi cabeza la historia que me había contado De Grät. En tiempos había tres hombres para atender el faro, fueron relevados por un solo hombre, que mantuvo, él solo, el faro en perfecto funcionamiento y al que encontraron muerto en uno de los viajes de abastecimiento de la balandra. Sorprendentemente, el faro no delató en ningún momento la falta de atención, ni siquiera después de encontrar el cadáver, y el cuerpo se halló aseado y perfectamente amortajado, como para unos funerales de lujo. La trascendencia de este dato ayudó a que me dieran el puesto, encontraron pocos voluntarios. Lo consideré un cuento popular, creencias de incultos que solo sirven para asustar a los niños. Ahora, sin embargo, pienso en ello.

6 de Enero
La calma me está volviendo loco. A los dos, a mí y a Neptuno. El clamoroso silencio agudiza nuestro sentido del oído, y al parloteo entre las maderas se ha unido un rumor a telas almidonadas, casi imperceptible, sólo a ratos. He examinado cuidadosamente todas las ventanas. No hay una sola cortina, pero aunque las hubiera no hay viento. Me queda por mirar la planta sumergida, esa que me he negado a visitar por temor a que la presión del mar y la humedad que empapa las paredes hagan ceder los muros. Esa que me hace pensar que puedo quedar allí, atrapado por los pedazos del coloso erguido sobre las aguas el día que estas se enfaden. Hoy reuniré fuerzas. No creo en los fantasmas... y el mar sigue en calma.

7 de Enero
Huele a jabón y a ropa limpia. Cualquiera hubiera supuesto que ese sótano húmedo y sin ventilación estuviera inundado de musgo, suciedad y pestilencia.
Dispone de un catre y un pequeño arcón perfectamente ordenado con ropa limpia ¡de mujer! Desde antaño el mundo del mar rechazó a las mujeres. Traen mala suerte en los barcos, etc. etc. ¿Qué diantre significará esto?
Imposible escribir una línea con tanto enigma a mi alrededor. El desasosiego es tan grande... Neptuno no quiso bajar... ladraba constantemente asomado a la escalera, aumentando, si fuera posible, mi nerviosismo.

8 de Enero
¡¡La he visto!! Tiene que ser real, porque la he visto con toda claridad, pero ¿cómo en un recinto cerrado puede ocultarse una persona tan hábilmente y durante tanto tiempo? A no ser que no sea real, pero como ya he dicho, no creo en fantasmas. La cabeza me estalla. La razón me dice al mismo tiempo que no puede existir y que yo la he visto. En algo me engaña.
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19 de Enero
Difícil decisión la que tuve que tomar tras mi descubrimiento. Como habréis apreciado he tardado varios días en volver a escribir, sin embargo, algún día alguien leerá estas líneas, aunque espero y confío en que transcurrirá mucho tiempo antes de que eso ocurra. No obstante, alguien, algún día, merecerá saber la verdad de lo ocurrido a partir del 8 de Enero y de hoy en adelante. Y, como tal vez no vuelva a escribir en este diario, he decidido resumirla.
Me desplomé. Fue un enorme sobresalto y perdí el conocimiento. No temáis. El faro ha sido perfectamente atendido todo este tiempo, y tal como siempre había ocurrido, incluso estando deshabitado (¿deshabitado?) no ha dejado de brillar ni un solo momento. Apareció ante mí en todo su esplendor. Al principio casi en penumbra, una silueta esbelta, con un larguísimo cabello castaño al que el mar había retorcido sobre sí mismo, recogido en una especie de moño, una camisa blanca de hombre y una amplia falda larga, cuya parte delantera había sujetado con la cinturilla para no pisársela al subir y bajar las intrincadas escaleras, descalza. Después, al aproximarse a mí, mi candil dejó ver un rostro joven, bello, horadado por dos enormes ojos oscuros e invadido por un gesto no sé si de sorpresa o de miedo, pero a pesar de la impresión tan profunda que causó en mí, no pude ignorar sus pechos orgullosos, libres y sin duda turgentes bajo la camisa blanca, desgastada y apenas abrochada.
Mi cerebro seguía debatiéndose sobre esa imagen que le traicionaba. Si era un fantasma, tiraba por tierra todas mis creencias, si era real ¿qué hacía allí? ¿De donde había llegado? ¿Cómo había sobrevivido? Así que, como hacemos siempre los mortales para satisfacer nuestra curiosidad la toqué... fue un contacto rápido, temeroso, como una mujer prueba si la plancha está caliente, con rapidez, con recelo. No se movió, ni pestañeó. Su intensísima mirada seguía interrogando mis intenciones, quería saber si podía despojarse del velo del miedo.
Tras comprobar que no era una imagen etérea ni creada por mi imaginación, cobraron más protagonismo el resto de las incógnitas.
-Descuida, mujer, le dije, no voy a hacerte ningún daño. ¿Puedes decirme que ha ocurrido? ¿Qué haces aquí?
Una vez que conseguí convencerla me contó su historia. Su padre, viudo, la había llevado allí siendo apenas una niña. Por eso había preferido estar solo, había rechazado compañeros, nadie habría admitido a una mujer en el mar. Creció y se hizo mujer atendiendo el faro con su padre, aprendió a nadar e incluso a pescar a mano ¿podéis creerlo? para alimentarse; las provisiones de la balandra, para uno, eran insuficientes para los dos. Salía por una ventana durante la pleamar, dejando una cuerda que la ayudaba luego a volver a subir. Tras la muerte de su padre siguió atendiendo el faro, conocía perfectamente todas las tareas, pero ignoraba cuál sería su pobre destino si la descubrían, así que mantuvo el faro funcionando y permitió, de vez en cuando, que alguien percibiera parte de su silueta o alguna sombra desde tierra o desde otros barcos, alentando la maldición del faro y el miedo. Eso alejaría a un posible nuevo farero... al menos ganaría tiempo.
Su voz es tenue, aterciopelada, cálida. Iluminado por la tranquilidad, su rostro es tremendamente bello y la piel que mantiene mis ojos esclavos entre su cuello y el primer botón abrochado de su camisa, bronceada y curtida por el mar, me hace sentir una agradable inquietud hace tiempo olvidada.
Le prometí no delatar su presencia y ella sonriendo se ofreció a cuidarme y ayudarme con las tareas a fin de que pudiera escribir.
Estos días, llenos del aroma a jabón bailando al son de la música de su falda han sido lo más parecido a la felicidad que nunca conocí.
Juntos alimentamos la leyenda del faro, provocando sombras, ruidos y falsas apariciones. Ha aparecido entre nosotros la complicidad.
Espero conseguir que deje de venir la balandra.