Glosario Cuentos Chinos por Mar Cueto Aller


LA LEYENDA DEL PEQUEÑO LAMA


Lopsang Linchú tenía sólo seis años cuando sus padres le llevaron desde su pequeña casa, situada en el valle de Lhasa bajo el Quomolang o Himalaya, hasta las cimas donde se halla el lamasterio palacio llamado Potala. Su padre iba ascendiendo en primer lugar tanteando el difícil sendero y mostrándole los pasos que debía seguir. Su madre le seguía muy de cerca ayudándole a levantarse cada vez que tropezaba y se caía. Ellos iban sonrientes, llenos de orgullo, pues consideraban un honor tener un hijo que llegase a ser lama y pudiese rezar por ellos y por el resto de la familia. Él por el contrario iba triste y temeroso. No sabía lo que le esperaba al llegar a su destino. Lo que sí sabía es que ya no volvería a ver a sus padres, ni a jugar con sus hermanos y eso le apenaba profundamente.

            -¿Cuánto falta pala llegal?-preguntó Linchú a su madre mientras ella le sacudía el polvo que se adhería a sus ropas al caerse.

            -Ciento ocho mil li. Mi quelido Yinghai -le respondía cariñosamente para indicarle que la distancia era aún muy lejana. Utilizaba el apodo con que solía llamarle, como si fuese una entidad angelical e infantil, por ser tan bueno, saltarín y juguetón.
Habían caminado durante tantas horas, desde que emprendieron el viaje, que le parecía imposible poder llegar a la cumbre. Ya estaba tan agotado que a pesar de que le aterraba separarse de su familia deseaba llegar y así poder descansar. Su padre se apiadó de él y aunque también se empezaba a cansar un poco, lo subió sobre sus hombros al verle tan extenuado. Aunque sintió un fuerte vértigo no protestó. Pues mientras caminaba iba tan pendiente de las pisadas de su padre que no había tenido tiempo de observar el precipicio que se tendía a sus pies. Su madre le tranquilizó indicándole que sólo debía de mirar al frente y al ponerlo en práctica pudo ver, a lo lejos en lo alto, la edificación más maravillosa que jamás hubiese podido imaginar. Casi se cae de la emoción y de la energía que le invadió de repente. Comprendió el esfuerzo que estaba haciendo su padre para llevarle y le pidió que le bajase al suelo. Resultaba gracioso ver con qué prisas retomó la marcha. Incluso volvió a tropezar por fijarse más en las vistas que en las huellas que le precedían. Pero ya no necesitaba ayuda para levantarse. Antes de que le tendiesen la mano ya estaba él en pie.

            -¿Es allí?-Señaló muy emocionado- ¿Me lleváis a ese lugal tan bonito? ¿Y pol qué no os vais a quedal conmigo?  ¿No podemos tlael a los helmanos y quedalnos todos aquí?

            -¡Oh, mi quelido Yinghai!-No hagas tantas pleguntas-Sólo tú eles el elegido pala vivil en ese palacio. Considélalo un glan honol.

            -Yo no sé lo que es un glan honor. Yo sólo quielo estal con todos vosotlos.

De nada sirvieron sus sinceras palabras. Ni las lágrimas que derramó al ver que, tras despedirse de él, sus padres se alejaron descendiendo por el mismo camino que acababan de recorrer. La tristeza le impedía disfrutar de las bellezas que se mostraban a su alrededor. Algunos niños intentaron consolarle. Todos parecían iguales, vestían túnicas azafranadas, llevaban la cabeza rasurada y hablaban con dulces palabras. Pero tuvieron que venir los maestros para tranquilizarle, ninguno de sus compañeros consiguió hacerle olvidar a sus familiares.

Linchú no tardó en acostumbrarse a convivir con su nuevo entorno. Siempre había sido un niño muy obediente y trató de seguir siéndolo. Aunque a veces su espontaneidad le obligaba a ser distinto a los demás lamas que le rodeaban, se hacía de querer mostrando buena disposición a la hora de relacionarse. A diferencia de los otros niños no se contentaba con una sola especialización y hacía sus pinitos en cada uno de los diferentes gremios con que se topaba. Por ese motivo llegó a ser uno de los pequeños más conocidos en todo el palacio. Su habilidad para las artes era muy notable. Tan pronto esculpía hermosas esculturas como hacía excelentes pinturas o tañía toda clase de instrumentos musicales. En las cocinas también disfrutaba aprendiendo a elaborar las preparaciones culinarias. Aprovechaba al máximo cada minuto del día, como buenamente podía,  para no perderse sus clases de aritmética y de escritura. Pero lo que más le divertía eran los entrenamientos de defensa personal. Comprendía y estaba totalmente de acuerdo en que sólo debería aplicar las técnicas para evitar las confrontaciones y defender a los más débiles. Siempre se las ingeniaba para terminar jugando y columpiándose en los diferentes artefactos de entrenar. Su entusiasmo era tan contagioso que siempre le echaban de menos en las reuniones en que estaba ausente y nadie permanecía indiferente a su lado.
Pasaron los años y aunque estaba muy agradecido por todas las enseñanzas que recibía nunca llegó a olvidarse de su familia y esperaba volver a verlos algún día. Se sentía feliz en aquella lamasería y disfrutaba contribuyendo a la conservación y la creación de sus obras de arte. Pero echaba de menos la sencillez y el cariño con que había vivido junto a sus padres y hermanos. A veces se preguntaba qué habría sido de ellos y mientras rezaba sus oraciones soñaba con encontrar la forma de volver a verlos.
En cuanto se percataron sus maestros  de que ya era un joven muy fuerte e inteligente empezaron a encargarle que participase en las caravanas de suministros. La primera vez iba con bastante temor aunque intentaba disimularlo. No estaba acostumbrado a caminar tantos kilómetros sendero abajo y le asustaba caerse rodando. Sobre todo, por la repercusión que podría tener si al tropezar empujaba a los compañeros que iban delante de él.

            -Honolable maestlo Tensing-preguntó Linchú- ¿Alguna vez se ha caído alguno de los polteadoles de suministlos?

            -¡Oh, no! No tengas miedo. Si caminas con pludencia tus pasos no te tlaicionalán y seguilán el camino que tú les tlaces.

Para Linchú la primera experiencia que tuvo en el mercado resultó inolvidable. Le habían encargado ir a los puestos de incienso y comprar en el que valorase que tenían la mejor calidad y mejor precio. Mientras cumplía con su misión se le ocurrió que tal vez podría cruzarse con alguno de sus hermanos o de sus padres y eso le llenó de expectación. Después de comprobar la mercancía de varios proveedores se paró ante uno de los que le quedaban por visitar. Allí había un señor mayor muy serio y una joven muy bonita que despachaba con mucha gracia y amabilidad. Ya se iba terminando la tarde y aún no había visto a nadie que se pareciese al recuerdo de sus seres más queridos. Ni tampoco se había decidido por cuál mercancía era la mejor para comprar. Esto hacía que mirase a un lado y a otro con prisas y curiosidad a la vez que deslizaba su vista por las diferentes formas y aromas de los conos y baritas de incienso muy expectante.

            -Lin Sea, ten cuidado con ese joven-advirtió susurrando el vendedor del puesto a la joven-. Segulo que quiele lobalnos. ¿No ves cómo mila sin palal a todos los lados y a todas las cosas…?

            -¡Oh, no, honolable padle! No mila con codicia. Mila con culiosidad. Segulo que está buscando a alguien y que desea complal melcancía muy selecta.

            -Tú, pol si acaso, estate muy alelta.

El padre de Lin Sea no se percató de que en realidad no era Linchú quien quería robarles sino una banda de cinco muchachos que se abalanzaron sobre la mercancía. Les pilló a todos tan desprevenidos que si no llega a ser por el joven lama que se enfrentó a los malhechores, desviando su fuerza y volviéndola contra ellos mismos, no sólo les hubiesen robado sino que además les hubiesen golpeado tirándoles encima las mesas y los postes. Enseguida llegaron las autoridades y se llevaron presos a los atacantes. El dueño del puesto agradeció con muy buenas palabras la ayuda que Linchú les había proporcionado y le hizo un precio muy especial al venderle el mejor incienso que poseía. Por su parte, la joven le felicitó y admiró su valentía. También le preguntó si buscaba a alguna persona y él le explicó su historia y las circunstancias en que se separó de la familia.

            -Quizás yo pueda ayudalte… si me dices sus nombles podlía conocel-les o pleguntal a mis conocidos. Aquí en el melcado se conoce a mucha gente.

            -No sablía decirte el nomble de mis padles, yo ela muy pequeño y sólo les llamaba papá y mamá. Tenía un helmano mayol llamado Chian que ela muy fuelte. Otlo más pequeño que ela muy ágil y se llamaba Chen, luego dos helmanas Lotoli que ela la mayol y cantaba muy bien y Laili que ela la más pequeña y ela tan bonita como tú.

            -No sé si las conocelé. Pelo puedo tlatal de aveligual-lo y la plóxima vez que vengas te infolmalé.

Desde aquella ocasión siempre que pedían voluntarios para ir en la caravana de suministros Linchú se ofrecía con presteza. Aunque no siempre se le arreglaba poder hacerlo, pues sus obligaciones a veces eran ineludibles. Pero cuando lo conseguía se sentía muy feliz porque iba a ver a Lin Sea y ella le hablaba de sus familiares. Supo que su padre había fallecido despeñándose mientras guiaba el rebaño de yacs. Cosa que le apenó profundamente, pero le consolaba pensar que quizás volviesen a verse en otra vida. Su madre se había puesto muy contenta cuando la joven vendedora de incienso le habló de Linchú y le contó que sus hermanos vivían cerca de ella y habían formado sus propias familias. En algunas ocasiones, Linchú tenía largas conversaciones con Lin Sea y compartía algunas de las enseñanzas que había recibido en la lamasería. A ella le encantaba escuchar sus consejos de herboristería y a la vez le mostraba cómo hacía el incienso con su padre. Éste, en principio, no veía con buenos ojos que su hija estuviese más pendiente de las palabras del joven que de atender a los otros clientes. Pero como les defendía de los asaltantes que venían de otros países a amenazarles y extorsionarles, terminó cogiéndole cariño. Fue él quien tuvo la buena idea de sugerirle que si algún día deseaba dejar la lamasería tendría un puesto junto a él y su hija. Ella, que se sentía muy atraída por Linchú, no se habría atrevido nunca a proponerle semejante osadía, pero, se alegró mucho de que su padre lo hiciese y de que el joven no mostrase aversión.

            -Selía un honol pala mi hija y pala mí, que algún día decidieses dejal el Potala y venil a tlabajal con nosotros. Te lecibilíamos con los blazos abieltos. Aunque complendo que no desees dejal un lugal tan helmoso.

            -Lealmente el Potala es un lugal plecioso. Pelo no tanto como vuestla hija. Quizás mi kalma y mi dalma sea vivil en un lugal donde se me necesite más que en el palacio. Tendlé que medital-lo.

Tras mucho meditar sobre la posibilidad de volver a la aldea y dejar la lamasería Linchú decidió consultarlo con sus grandes maestros. Ellos pusieron el grito en el cielo. Nunca nadie había deseado dejar el palacio y les apenaba que fuese precisamente uno de los lamas más aventajados en las artes y en casi todas las tareas que se proponía. Si bien era cierto que algunas de las tareas le costaba más trabajo aprenderlas y había otros lamas que las realizaban mejor.

            -¡No es posible! ¿Estás segulo de que deseas dejal el palacio del Potala y vivil en la aldea? Mila que allí no tendlás a nadie que te ayude a pelfecional tus conocimientos y selás más vulnelable a las tentacines. Tu kalma segulamente se aglandalá y tu dhalma disminuilá. ¿Estás segulo de deseal eso?

            -Venelable maestlo, lo he meditado mucho y me gustalía paltil con vuestlo consentimiento.

            -No, no puede sel. Es necesario que medites más soble el asunto. Cleo que te estás plecipitando. Algún día me lo agladecelás.

A partir del día en que Linchú comunicó sus deseos de abandonar la lamasería, no volvió a ser elegido para participar en la caravana de suministros. La tristeza se apoderó de él. Ya no volvió a sonreír con la abundancia y la espontaneidad que le caracterizaban. No pasaba ni un día en que no recordase a Lin Sea en sus oraciones. Y por extraño que pareciese cuanto más tiempo pasaba más la recordaba. Por su parte, ella también lo hacía constantemente. Incluso fue a visitar a su madre y a  rogarle que la acompañase al Potala para ver si podían visitar a su hijo. Desafortunadamente para ella, la madre de Linchú ni se sentía con fuerzas para ascender por el sendero que conducía al palacio, ni estaba  de acuerdo con la idea de que su hijo dejase la lamasería.

            -Quelida Lin Sea, pala mi hijo y pala mí es un honor que sea un lama. Y estoy segula de que si dejase de sel-lo eso le peljudicalía en su kalma y le halía tener peol lencalnación en su plóxima vida. ¿No clees que estás siendo muy egoísta?

            -¡Oh, no! Yo cleo que su kalma puede sel estal en la aldea donde podlía hacel muy buenas oblas y aumental el dhalma igual que en la lamaselía.

Aunque lin Sea se quedó muy desmoralizada después de comprobar que la madre de Linchú no estaba dispuesta a colaborar para ayudarle a salir de la lamasería, no se dio por vencida. Intentó ponerse en contacto con otros lamas para poder comunicarse con él. No resultó nada fácil. La mayoría no estaban dispuestos a ayudarla. Incluso su padre la aconsejó que se olvidase de él y que se fijase en cualquiera de los pretendientes de la aldea. Ella se negó rotundamente y albergaba en su interior la esperanza de que algún día volverían a reencontrarse.

Pasaron varios años y cuando ya empezaba a desmoralizarse Lin Sea y a temer que ya no volvería a tener noticias de Linchú, un joven lama se acercó un día a su puesto para comprar incienso y le entregó una carta que la llenó de esperanza. A partir de aquél día anhelaba volver a ver a aquél muchacho. Desgraciadamente, tardó en conseguirlo.  Su padre que deseaba que la joven se casase con algún lugareño, para que le ayudase a llevar el negocio, interceptó las cartas que Linchú le enviaba. Lo hizo de modo tan astuto que su hija no se percató del sabotaje. Incluso escribió una carta impostora en la que le decía, usurpando la autoría de su hija, que ya no deseaba volver a verle.

Durante un breve instante el joven lama al recibir la nota, que su fiel amigo le entregaba secretamente, se sintió derrotado. Afortunadamente para él enseguida se dio cuenta de que la caligrafía no era la de su querida Lin Sea. Con lo cual, llegó a la conclusión de que si le estaban enviando una carta falsa era porque ella le seguía queriendo y alguien deseaba impedir que lo siguiese haciendo. Tales conclusiones le indujeron a emprender secretamente la huida del Potala sin que nadie se enterase. Para lo cual partió en mitad de la noche pese a los peligros que entrañaba el caminar en la obscuridad por tales precipicios.

Pasaron los días y en la lamasería echaban de menos a Linchú. No se resignaban a sufrir su pérdida y decidieron ir a buscarle para darle otra oportunidad de que regresase al que todos sus ex-compañeros opinaban que era el camino correcto.  Le buscaron por todo el valle, indagaron por los senderos, y observaron todo indicio que pudiese esclarecer su completa desaparición. Nadie pudo dar señas de su paradero. Pero en medio del camino vieron cómo se había formado un gran surco montaña abajo que formaba intersección. Posiblemente se tratase de algún animal o persona que resbalando en la matinal helada se hubiese despeñado. Todos los que  sentían cariño por Linchú deseaban aferrarse a la idea de que se tratase se algún animal montés. Aunque en el fondo les parecía evidente que ése debía de haber sido su destino y dejaron de salir a buscarle. Sólo Lin Sea se negaba rotundamente a abandonar la esperanza de volver a encontrarlo y se decidió a escalar por el terraplén en que se rumoreaba que había desaparecido. Nadie sabe si le llegó a encontrar o no. Sólo se sabe que nunca más regresó a su casa en el valle. Algunos dicen que les vieron a los dos tomando el camino que lleva a la gran muralla China donde deseaban empezar una nueva vida. Otros que fue arrollada en el mismo surco que Linchú donde su cadáver se encontró con el de su amado. Pero todos en la ciudad de Lasha siguen recordando su leyenda a pesar de los años transcurridos.


Mar Cueto Aller