Libro de deberes 2015 por Mar Cueto Aller


EL LIBRO DEL ANDÉN

Como soy una persona de costumbres fijas suelo madrugar, un poco más de lo necesario, para ir al trabajo tranquilamente. Me siento a esperar el tren en el mismo banco del andén, que los demás usuarios suelen respetar por acuerdo tácito, salvo algunas excepciones en que esté ocupado por pasajeros esporádicos. Saludo a quienes me saludan y si me introducen en conversaciones banales sobre el tiempo o cualquier tema de actualidad participo brevemente. Prefiero que nadie me distraiga y me entretengo en mi juego favorito: Imaginar el estado de ánimo y las circunstancias de cuantas personas a mi alrededor me parecen interesantes. Nadie conoce mi afición y así quiero que siga sucediendo.
Ayer cuando llegué a la estación me encontré algo insólito. Justamente sobre mi asiento había un libro: Tras mirar con desagrado a cuantas personas me rodeaban, esperando descubrir quién osaba reservarse mi sitio, comprobé que no pertenecía a ninguno de los presentes y que nadie tenía interés en él. Me decidí a ocupar mi lugar durante los siete minutos que faltaban para que llegase mi tren de cercanías. Noté que el libro en cuestión, a pesar de estar envejecido y algo destartalado en su encuadernación de tela, estaba completo. Se trataba de un libro de cocina con numerosas ilustraciones de colores y muchas anotaciones escritas a bolígrafo en algunos de sus márgenes. Pensé que quizás formase parte de alguna acción del movimiento Bookcrossing. Pero no vi ninguna etiqueta ni indicio que lo indicase. Y en cambio, sí observé que tenía una dedicatoria. En bonita caligrafía de letras góticas se podía leer: “Con todo mi cariño para que puedas disfrutar con los cinco sentidos”. Me quedé anonadada al leerla. No podía imaginar qué clase de persona desagradecida podía haberse olvidado o desprendido de semejante regalo.
Normalmente, aunque me encanta cocinar, no dispongo de mucho tiempo para hacerlo. Me veo obligada diariamente a comer en una cafetería. Salvo los sábados y domingos en los que, si no tengo ningún compromiso, aprovecho para pasármelo en la cocina preparando mis platos favoritos. Por ese motivo no puse mucho interés en quedarme el libro, pero sentí curiosidad y me puse a ojear el índice. Noté que junto a algunos de los nombres había breves comentarios. Sentí que me estaba entrometiendo en un asunto privado y estuve a punto de azotar el libro. Me parecía que estaba haciendo algo indigno, pero la curiosidad me dominaba y no me pude resistir.
Curiosamente, en el margen del "Rosco de patata" estaba escrito: ‘Tu plato favorito de pequeña’. Sentí un estremecimiento de placer al recordar que también había sido el mío. Me encantaba con su colorido, su suave textura y la variedad de sabores en sus adornos. Seguí la hoja y me detuve en los postres. Al lado de la "Tarta de bizcocho borracho con nata y piña" ponía: ‘La preferida para tus cumpleaños de niña’. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Exactamente igual que yo, cuando celebraba con mis familiares mis cumpleaños, siempre había preferido esa tarta a diferencia de mis hermanos y mis amigas. Miré en la lista de helados con una expectación creciente y vi con perplejidad que junto al "Polo de chufa" ponía en letras azules: ‘El que ibas a comprar al Quinto Pino’. Me quedé helada al leerlo. ¿Quién podía haber escrito una cosa así? ¿Quién me había dejado aquel libro? ¿Cómo es posible que supiese tantas anécdotas de mí?
Me encontraba embelesada leyendo el índice del libro cuando llegó mi tren. La multitud de gente que se agolpaba en el andén se subió y fue ocupando los lugares en que normalmente solía hacerlo. Menos yo, que me senté en el primer asiento que vi vacío. Volví a abrir el que ya consideraba mi propio libro y me dispuse a seguir ojeándolo sin pensar en que en menos de diez minutos llegaría a mi destino. Volví a mirar el índice de los helados y observé que había otra anotación manual al lado del “Helado de pasas al ron” donde se leía: ‘Tu favorito, el que tomabas la primera vez que te vi’. Ya no me cabía duda, alguien que me conocía muy bien, había dejado aquel libro para mí. No tenía ni idea de quién sería, pero me juré a mí misma que no descansaría hasta averiguarlo. Mi cabeza empezó a cavilar tratando de recordar cuántos helados de “Ron con pasas” me había tomado en mi vida. Habían sido tantos que resultaba imposible enumerarlos. Por más esfuerzos que hacía no podía ni imaginar quien sería la persona que me había dejado tal regalo. Tan absorta estaba en mis pensamientos que cuando me quise dar cuenta me había pasado dos estaciones de tren. Jamás me había sucedido tal cosa y aunque en otras circunstancias me hubiese puesto furiosa conmigo misma ni siquiera me enfadé. Incluso creo que me reí a carcajadas cuando me di cuenta de mi error. A pesar de que estaba segura de que en mi trabajo se burlarían cuando se enterasen de lo que me había sucedido. Por supuesto no conté a nadie la verdadera razón de mi retraso, pero no me quedó más remedio que decirles la verdad de mi despiste, pues sabía que algunos de mis compañeros me habían visto en el vagón. Les oí sus risitas a mis espaldas alegando: ¿Qué le habrá sucedido a Doña Perfecta? No me importó, nunca me habían importado sus comentarios, y menos aún me importaban ahora. Lo verdaderamente importante para mí es descubrir quién me ha dejado ese regalo y no descansaré hasta conseguirlo.

Mar Cueto Aller