Homenaje a Saramago por Luis Parreño.

MI AFINIDAD CON JOSÉ SARAMAGO

Conocí a Saramago una tarde lejana en el tiempo. En principio escuché comentarios sobre su obra, su pensamiento, profundicé en él a través de “Ensayo sobre la ceguera”, “La balsa de Piedra” y algunos artículos periodísticos donde le entrevistaban.
Y no me pareció un genio.
Simplemente descubrí al hombre de la calle, con las preocupaciones cotidianas por la vida y las gentes; por el mundo y sus problemas, con un inmenso amor hacia el género humano y una sensibilidad fuera de lo común.
A medida que fui ahondando en su existencia, descubrí que teníamos puntos comunes en nuestras vidas, creo que como muchos otros seres humanos.

El venía de una humilde familia que se preocupó de darle unos rudimentarios estudios de formación profesional. En el Portugal de Salazar, teniendo en cuenta la fecha de su nacimiento, tener una formación profesional era garantía de futuro y sus padres, aunque con pocos medios, le inculcaron el amor al trabajo. Se formó como mecánico e incluso trabajó en una antigua herrería en su tierra natal.
Supongo que batiendo hierro, o limándolo, su mente desarrolló ideas que luego se plasmaron en sus novelas y han servido de aliciente a muchas personas. Trabajar con las manos cuando se tiene una mente despierta, hace de nosotros pensadores en potencia, personas que tratamos de ver más allá del hierro limado, intuimos su forma no solamente a través del plano lineal, sino de lo que representará después, de dónde irá ensamblado, ajustado, soldado. En fin, de una estructura mucho más amplia, de una visión de conjunto mucho más abierta que otros profesionales.

Pudo ser esa inquietud la que le llevó seguramente a escribir sus pensamientos y ahí está su mayor pecado ante la sociedad portuguesa de la época: pensar. En sus trabajos periodísticos, de los que apenas he alcanzado a leer algún artículo suelto, su ideología izquierdista se puso de manifiesto y comenzó a padecer una censura feroz. Desde su puesto de administrativo en la incipiente Seguridad Social Portuguesa, primero, y más tarde desde las columnas de los diarios, fue plasmando sus ideas sin importarle esa censura, luchando contra ella, protestando por el conformismo de su sociedad ante una dictadura que alienaba al pueblo.
No se siente querido en su país, y la indiferencia de sus paisanos hace que se marche, poniendo tierra de por medio entre él y la policía política salazarista.

Cuando la democracia se instala en Portugal, tras la Revolución de los Claveles, voces amigas le invitan a volver, pero él no se siente feliz y sigue siendo un apátrida convencido. Portugal podrá evolucionar, podrá cambiar con la democracia, pero las rancias raíces inmovilistas siguen prendidas en lo profundo de su sociedad.
La sociedad  portuguesa aún hoy en día carece de una clase media. Las diferencias abismales entre ricos y pobres siguen patentes en pleno siglo XXI.
Su gran idea de una Federación Ibérica, recogida por la parte de la población más progresista, siempre chocará con el mismo inmovilismo que a esta parte de la frontera.
No nos damos cuenta de que la cultura mediterránea también se da en el Atlántico.
Los portugueses y los españoles no nos diferenciamos más de lo que pueda diferenciarse un gallego de un catalán, o de un asturiano. Hemos bebido de las mismas fuentes culturales y hemos recorrido caminos paralelos en la Historia.

Ni siquiera sus libros se editan en Portugal, se llega a convertir en un escritor proscrito en su propia tierra. Su anticlericalismo, su racionalismo, se oponen abiertamente a esa sociedad mezquina resultante de años de frustración y dictadura, y ésta a su vez, le cierra las puertas a cal y canto.
Sin embargo sus novelas cada día se venden más y se traducen a más idiomas, expandiendo con ello sus ideas sencillas pero a la vez revolucionarias. La gente ve en su sencillez una válvula de escape. Los planteamientos de sus obras son tan crudos, tan reales que a veces, al leerlo, parece que estamos ante el vecino razonable que todos querríamos tener en nuestra casa.
A pesar del paso del tiempo no ha perdido su frescura; sigue siendo ese ojo avizor, el ojo de quien ha pasado muchas fatigas y necesidad en un pasado no tan lejano como la edad pretende hacer creer. Su forma de escribir es didáctica, pedagógica, sencilla.
Para él los signos de puntuación, las mayúsculas y minúsculas no representan un gran obstáculo a la hora de expresarse. Se diría que el lenguaje de la calle le domina, cuando él es realmente el que domina al lenguaje.

Mi afinidad con José Saramago viene pues, de mis orígenes humildes, de una formación profesional en los años setenta, de un montón de lecturas inconexas pero que me hicieron reflexionar hondamente; de mi interés por el mundo que me rodea en la medida de mis conocimientos.
He vivido el fin de la dictadura española, he visto llegar la democracia a este país, he tenido la suerte de educar a mis hijos en la libertad que dicho estatus nos ha proporcionado, pero sigo siendo un marginado en la medida en que la sociedad se va desgranando cada día más hacia la incultura de la desinformación.
Los fenómenos de masas que la televisión tanto publicita hacen que cada día que pasa, los humanos tengan menos interés por aprender. Nos están vendiendo un espejismo deslumbrante que hará que tarde o temprano acabemos de nuevo donde nunca querríamos estar.
El verdadero pensamiento de Saramago era el de una sociedad justa y equitativa. El verdadero sueño de quienes amamos la literatura y la educación sigue siendo una utopía.
Nosotros que le hemos sobrevivido, que le leemos y que tratamos de asimilar lo que nos dice, sabemos que todo se puede cambiar con un poco de voluntad, pero nos sentimos solos ante el desierto social que se emite a diario ante nuestros ojos.
¿Qué podemos hacer para cambiarlo?


Luis Parreño Gutiérrez
Noviembre 2010