Muestrario 2015 por Mª del Carmen Salgado Romera -Mara-


El milano
  
No tendría mucho más allá de los siete años cuando descubrí que los sastres se sientan encima de la mesa. Fue una tarde, una de aquellas tardes infantiles que pasaban despacio entre la hora de la comida y del milano, pájaro anunciador de la hora de la merienda. En la calle, el calor se distribuía en zonas de sol, que hacían apresurar el paso, y de sombra, proyectada por los edificios que conformaban las manzanas de casas donde vivían el portero y  mis vecinos; mis compañeras de clase; la antipática señora del ultramarino y otras personas de diversas edades que se me antojaban invisibles.

En esa lejana tarde mi madre me llevó a la sastrería del barrio. Estaba en un segundo piso de un edificio cualquiera. Nos abrió la puerta una señora bienoliente, sonriente, de modales envolventes que creaban una atmósfera de postín. Nos hizo avanzar por el pasillo hasta una sala con un ventanal donde una gran mesa ocupaba el centro. Sobre las paredes reposaban, inclinados, rollos de tejidos oscuros. Unas estanterías acopiaban metros de telas de colores. Una máquina de coser; cestas con bobinas; acericos con agujas y agujones;  patrones de papel doblados;  trajes colgados en perchas y el suelo lleno de hilos y recortes.

Todo llamaba mi atención, pero hubo algo que me fascinó: las tijeras. Las tijeras de sastre. Gigantescas, potentes, contrahechas, parecían tener vida propia. Y el sastre, demiurgo de las confecciones que vestirían los sueños de los vecinos del barrio, bien el domingo de resurrección,  en las comuniones de mayo o en las bodas y bautizos, se sentaba en su mesa con aquella tijera a cortar vidas ajenas, mientras yo le miraba asombrada desde una silla, comiendo con deleite mi bocadillo de chocolate porque había pasado el milano mientras mi madre y la señora de la sastrería seguían  hojeando, incansables, un montón de revistas de la moda.  


Antoñita la fantástica
(Mara de pequeña, según su madre)