Libro de deberes 2015 por Alejandro Alonso Cabrera -Jany-
Escamas de Dragón
Atravesé aquel
pasillo cuasi infinito, ventanales a un lado escoltando un vetusto patio; al
otro, misteriosas puertas sin identificación alguna. Enigmas han de guardar
–pensé. Al llegar al final del universo,
del pasillo, de la puerta entreabierta con la que me tope salía a todo tren un silencio infernal. Creí
haber perdido audición, ni siquiera los pasos se oían, parecía más bien que
cualquier ruido o sonido era absorbido por el mundo encerrado en aquellas
paredes.
Miré
a mí alrededor y la perturbadora visión de aquello hizo que me arrodillase.
Giré la cabeza a un lado, luego al otro, hacia arriba y hacia abajo miré, y por
último cerré con fuerza mis ojos. Pedí perdón por mi pasado; más que por mí
pasado, por lo pasado en mi pasado, aunque ciertamente lo pasado en mi pasado
es ya pasado y aunque me empeñe, no volverá, por fortuna.
Aquella
prisión, y aquel castigo, acabarían con mi vida. Ni reencarnándome más de mil
veces acabaría con ello. Este dragón de millones de escamas había batallado
duramente, y el ser humano, en su inocencia, jamás dio caza con fortuna a este
ser. ¿Cómo, pues, lo haría yo?
Perturbado
estaba, aunque ahora alzado contemplaba maravillado también la estancia, la
vista no alcanzaba a ver la magnitud de la sala. El dragón, rey del imperio del
silencio, se devoraba así mismo y renacía de nuevo. Lucha desigual donde las
haya –me dije atemorizado. Por más que intente quitarle escamas, otras nuevas
saldrán. Las hay grandes, pequeñas, medianas, más pequeñas, incluso he encontrado
alguna escama cobarde, frágil, timorata, cortita y muchas más, y por el
contrario, también las hay enormes, alocadas, pesadas, afiladas, mordientes,
pringosas, hay tantos tipos que imposible es clasificarlas, son miles de miles,
y aún diría más, son millones de millones, in-ca-ta-lo-ga-ble.
Por
algún sitio debería empezar, ¿por las escamas clásicas? ¿Por las actuales? ¿Por
las del corazón? ¿Por cuál? La duda me embargaba, y como siempre en estos
casos, ni la razón ni el azar se ponen de acuerdo. Si haces caso al azar, la
razón te da la contraria, y si haces caso de la razón, el azar se va. ¿Cómo
tenerlos contentos a los dos? ¿Y si hago trampas? Es lo que yo llamo un
“razar”, un poco de razón y un poco de azar, un azar medido hasta la razón.
Cerré
un ojo y el otro intenté dejarlo abierto, no me resulta fácil el guiño, pero lo
hice, tendí mi mano al lomo del dragón, que en su indiferencia esbozó una
pequeña sonrisa. Fui rozando escamas, una tras otras hasta que por fin paré,
casi como por azar, en una escama. La tomé con las dos manos y de cuajo se la
arranqué de aquella piel. Ni siquiera sintió dolor más creí ver satisfacción en
él.
Con
la escama entre mis brazos corrí hacía la puerta, pero ésta, justo antes de
llegar ni siquiera a dos pasos, se cerró ante mis bruces. No había escapatoria.
Apoyé mi espalda sobre la puerta, apreté bien mis brazos protegiendo aquella
escama, a la espera de algún ataque del dragón, mas éste, pareciendo
indiferente, realizó un movimiento de sus cejas hacia arriba, acompañado por
dos carrillos que parecían hincharse, que a su vez hicieron que la boca se
arqueara por sus extremos hacia arriba. ¡Sonreía! Sí, sonreía aquel dragón.
Cuando
quise darme cuenta de la felicidad del dragón, ya había devorado aquella
escama, y ahora sólo pretendía seguir haciendo feliz a aquel dragón. Corrí
hacía su lomo, tendí de nuevo la mano, y, esta vez sí, dejé que el azar fuera
azar y realizase su función. Por cierto que tuve suerte, el azar y la razón
coincidieron con la escama que había “robado”. Corrí a mi refugio improvisado,
pero corrí no con temerosidad, corrí como cuando de niño ibas alegre, contento
a algún lugar, pues así corrí yo, como sobre nubes.
Me
alimentaba de aquellas escamas, acababa una y tomaba otra y tenía un hambre
insaciable. No podía vivir, ni sobrevivir en aquella estancia sin tener que
alimentarme de aquellas escamas, daba igual que fuera grande, pequeña, gruesa,
fina, igual daba todo, mi única obsesión era alimentarme.
Aquellas
escamas que yo hábilmente robaba al dragón, misteriosamente renacían en su
lugar. Desigual batalla se me antojaba pero no cejé en mi empeño de sustentar
este cuerpo que me envuelve. A cada escama que comía, más grande era mi alma,
¿para qué tener cuerpo si era ya más alma que carne? Dudas se cernieron sobre
mí, dudas que fueron despejadas con una nueva escama y es que, escamas hay que
alimentan y sacian mis dudas.
El
tiempo pasaba, supongo, ya que no era consciente de su paso ni su caminar pero
la razón así lo determinaba.
Probé escamas
de la cola, del cuello, del lomo, de todas partes, una eran más sabrosas que
otras, unas más saladas, otras más sosas, las había dulces y amargas, nuevas y
viejas que, éstas, con cuidado había de tratar, pero de todas ellas me
alimenté. Incluso de alguna repetí varias veces, ¡qué agradable sabor!
En
algún momento creí ver que el dragón crecía, que su cuerpo se hacía más grande,
que nuevas escamas brotaban de su cuerpo. Qué felicidad me inundaba aún
desconociendo su sentido. ¿Llegaría el momento es que dejase de ser finito?
Cuando
has probado la primera, jamás dejarás de satisfacer tu hambre.
Jany