Nora Boratti González












ENTREVISTA
¿Su nombre?
Nora Boratti González
¿Cuándo y cómo surgió su afición por la literatura?
En la adolescencia de la mano de buenos profesores.
¿Le gustaría llegar a ser escritor profesional?
No, no tengo esa ambición.
Describa el ambiente que le suele rodear cuando se pone a escribir.
Muy tranquilo, en silencio, en el ordenador. 
A la hora de escribir ¿Le atrae más el ensayo, la novela, el relato o la poesía?
Sólamente el relato, los demás géneros requieren más capacidad, conocimientos.
¿Y qué prefiere leer?
Prefiero leer novelas, cuentos, teatro.
¿Cree que las palabras, habladas o escritas, influyen sobre el estado de ánimo de las personas?
Sí, y mucho.
¿Hay alguna obra que le haya afectado hasta el punto de cambiar su forma de ver la vida?
Todas influyeron pero ninguna hasta ese extremo.
¿Piensa que la literatura puede modelar a la sociedad?
Ejerce una gran influencia pero tiene más peso la televisión.
 ¿Cómo valora la experiencia de ser un Amigo Escritor?
Si son amigos, bienvenidos. Uno siempre necesita apoyarse.
¿A qué pregunta le hubiera gustado contestar que no haya surgido en esta entrevista?
Cómo me ayuda la escritura.
¿Y cuál sería su respuesta?
Ahondo en sentimientos y emociones, valoro más experiencias y situaciones.
Por favor, regálenos como despedida una reflexión, un poema o un microrrelato. Si son suyos, mejor.
Adjunto un pequeño relato


Garrapatita

Llegué a la casa al anochecer y todo fue alegría y excitación. Abrir regalos, abrazarnos y besarnos. Los niños revoloteaban a mi alrededor atentos a mis gestos, a mis movimientos, reencontrándose con la persona que bien conocían pero que no habían visto desde hacía un año, una eternidad para ellos.  Guillermo se mostraba especialmente afectuoso; se abrazó a mis piernas enredándose en ellas. No me podía mover. Conseguí a duras penas librar una del amoroso pero igualmente indeseado abrazo y me desplacé con el niño todavía aferrado a la otra.

-Garrapatita. Eres como una garrapata. Él me miró complacido, como si lo hubiera bautizado con un epíteto más halagador.

-Garahpatitah- repitió, con la dificultad propia del americano para pronunciar la R, no haciendo vibrar repetidas veces la punta de la legua sobre la zona alveolar. Ya se sabe, tenemos el mismo aparato fonador pero algunos sonidos de la lengua extraña  se resisten.

-¡Garrapata!- rió la hermana, de siete años, más sabía y perspicaz. Yo no estaba tirándole flores a su hermano y ella lo festejaba.

Nos preparamos para dormir. Se había hecho tarde. Todos con nuestros pijamas y Garrapatita preguntándole a la madre si podía dormir con "ella". "Ella", yo, la abuela, no pude resistir los ojos implorantes y a pesar del cansancio del viaje accedí, sabiendo que la noche iba a ser larga. No es fácil dormir en la misma cama con un niño, aunque ésta sea grande. Se mueven mucho y sin saber cómo, a mitad del sueño te encuentras con unos piecitos tocándote la cara o acribillándote la espalda.

Abrí la cama, ahuequé las almohadas y esperé a mi partner que había echado una carrera para buscar un libro que compartir. Oí cuchicheos con la madre y pensé que serían recomendaciones de ella. Acalorado, Guillermo se acomodó en la cama. Serio, muy formal, anunció:  Abuela, no me toques, ¿eh? Francamente, me asusté.  ¿Que no te toque? Guillermo, soy tu abuela, te quiero mucho y nunca te haré daño. Mi mente salió disparada por caminos tortuosos de dramas incomprensibles. ¿Le habrá pasado algo a este niño? -Mira, te toco y no pasa nada, dije acariciándole suavemente el brazo, luego la mejilla. -Sí, pero no me toques el pantalón.

¡Ay! ¡dios bendito! Tengo que hablar con la madre. ¿Qué le habrá pasado a Guillermo? Tal vez jugando con los amiguitos, esos juegos tontos de bajarse los pantalones unos a otros como gracia lo hubiera marcado. Quizá fuera algo más serio. Se me encogió el corazón y mire al niño, ya dormido, con pena.

-¡Qué va!- rió la madre a la mañana siguiente. Nada de eso. Es que Guille lleva todavía pañales de noche. A veces sufre algún accidente y no quería que tú te enteraras.

Mayores y niños, somos humanos. Vanitas vanitatum. Aunque, pensándolo bien no es vanidad, es no mostrar nuestras debilidades, no ser más que los otros, pero tampoco menos. Y así vamos, un poco escondidos, agazapados, llevando la mochila de nuestros sentimientos de inadecuación: que no me sepan torpe, lento, sordo, cojo. Sin revelarnos nunca, aunque los demás nos sientan como somos y, a pesar de ello, o vaya a saber uno si no es por ello, nos abren los brazos y nos acogen.

A la mañana siguiente salí a dar un paseo. Una piedra blanca, irregular, con cortes sobre los que chocaba la luz dándole brillo, atrajo mi atención. La guardé en el bolsillo y por la noche, a la hora de las últimas lecturas, los últimos mimos, se la di a Guillermo.

-Toma, ésta es una piedra mágica. Apriétala en tu puño cuando vayas a dormir y pídele lo que más desees, lo que sea. Es mágica, la traje para ti.
-¿De España? ¿Es mágica? ¿Cualquier cosa? -Sí, algo que sea importante para ti.  -Que no moje los pantalones. -Pues eso. La piedra tiene que ser  un secreto, guarda la piedra, guarda el secreto y ya verás.

Los ojos de Guillermo se llenaron de aquello que más deseaba y en seguida volvieron a mí, complacido. Te quiero, abuela. No te vayas.