Palabras Camufladas 2 por María del Carmen Salgado Romera (Mara)



RE-GENERACIÓN ALIMENTARIA


De una rama del árbol BM pendía el último caflu. No tardó en saltar a otra y quedar en la misma posición: las garras extendidas hacia el suelo; el cuerpo meciéndose en el vacío;  la cabeza  vigilando continuamente hacia uno y otro lado. La lluvia empapaba su cuerpo azulado. Se movía sin parar entre el escaso follaje mientras esperaba a que los pequeños sturkiels  se acercaran. Con su aguzado oído podía localizarles a una distancia considerable y, cuando dormitaban bajo su árbol, succionaba sus recuerdos introduciendo cada una de sus garras perforadoras en dos sturkiels a la vez.
El pinchazo era tan imperceptible que lo podían confundir con el picotazo de un delicado paleóptero. No echaban de menos los recuerdos extraídos, pues los almacenaban en islas de neuronas a las que nunca accedían. Sin embargo, la acumulación de ese alimento permitiría al caflu generar dos patas delanteras. Haber perdido sus extremidades anteriores y tener que vivir siempre colgados boca abajo fueron castigos que, debido a su desobediencia, impuso El Tiempo a los miembros de su raza. El único caflu que quedaba en ese mundo sabía que se liberaría de la maldición cuando El Tiempo muriera.
Dejó de llover y los pequeños sturkiels bajaron ruidosamente por la ladera de la colina, como dados arrojados de un cubilete. Su cuerpo cúbico, que les permitía vivir apilados unos sobre otros, no era impedimento para rodar, entre risas, cuando la pendiente era adecuada. Se detenían chocando contra el tronco  del árbol BM para alimentarse de las setas que crecían en su base. Sorbían los deliciosos jugos de los hongos  con  finos tubos que salían de sus cuerpos. En cuanto estaban satisfechos plegaban los tubos, se aproximaban entre sí formando hileras y un leve sopor hacía que quedaran inconscientes, momento que aprovechaba el caflu para atacarles.  
El Tiempo estaba a punto de morir y, sin embargo, los sturkiels no se habían fijado en las grietas que se abrían en las montañas próximas, ni habían notado que los colores y los sonidos eran distintos. Lo que no hubieran podido percibir era el olor ácido  de la tierra, pues carecían de olfato.
Empezó de nuevo a llover. Los pequeños sturkiels formaron un gusano entrelazando sus tubos digestivos y, alegres,  empezaron a subir  la colina hacia sus refugios. En un instante fueron alcanzados por la repentina crecida de las aguas.
Cientos de relámpagos atravesaron el valle, como espadas, en busca del árbol BM. El último caflu se deslizó dentro de su tronco hueco, justo un instante antes de que fuera alcanzado por un rayo. El gemebundo lamento del árbol, convertido en una gigantesca tea,  le acompañó en el inicio de su descenso a través de un azufrado pasadizo vertical por el que cayó a una velocidad mayor que la de la luz. 
Salió al exterior multiplicado por mil y los jóvenes caflus trotaron con sus nuevas patas por las praderas, buscando otra especie de la que nutrirse.
A lo lejos divisaron a unos suculentos seres bípedos cuya vibración les resultó irresistible. Consiguieron extraerles sus recuerdos durante eras, como antes lo habían hecho con los  sturkiels. Llamaron a este manjar “Hombre”, que significa “Dador de alas”  y se alimentaron de él hasta el fin de El Nuevo Tiempo.


Carmen Salgado Romera (Mara)