Parejas de baile 2015 por Luis Parreño Gutiérrez


La gavilla de Arrufe



El gran corral estaba silencioso. Las cuadras donde se encerraba a los caballos, ahora totalmente vacías, hacían eco del ruido de los mozos limpiando los establos. En el centro del corral había un enorme montón de gavillas, producto de la poda de los viñedos del año anterior, que secaban al sol y eran aprovechadas para encender fuego en invierno y alimentar el horno para cocer pan que había en la casa grande.
Por el portalón entreabierto se veía la extensa llanura manchega castigada por el sol de mayo y el camino que llevaba a la cercana aldea.
La Quinta del Rebenque, rodeada por un muro de no más de metro y medio de altura, siempre había sido un lugar agraciado en la estepa manchega. Los árboles nacían fácilmente en sus aledaños y proporcionaban esa sombra tan agradable en los días calurosos.
Bajo la sombra de uno de ellos, sentado indolentemente, un mozuelo de apenas diez años jugaba con una taba, haciéndola saltar sobre el duro suelo.
De repente el horizonte de la llanura se llenó de polvo y ruido de cascos. Sin dudarlo ni un momento, el muchacho trepó al árbol más cercano como si le hubieran quitado la espoleta a una bomba y temiera su pronto estallido.
Oteando el movimiento de lo que se avecinaba, gritó al mismo tiempo que se bajaba del árbol a los de dentro del corral:
-¡La gavilla! ¡Vienen los de la gavilla de Arrufe!
Y corrió rápidamente hasta el portalón para proceder a empujar con sus menguadas fuerzas las entornadas puertas y conseguir cerrarlas antes de que llegasen a ella los jinetes.
Mientras tanto, en el interior del patio, cuatro mozos fornidos se aprestaban a tomar las armas de fuego y se apostaban en los parapetos dispuestos a lo largo del muro, tratando de defender la propiedad, a la que una vez más, la gavilla de Arrufe se acercaba a todo galope para saquear su interior.
Uno de los jinetes rodeó la finca y haciendo una pirueta sobre su montura, lanzó al interior una bomba, tras haber encendido la mecha de su espoleta. La bomba describió una parábola y fue a caer encima del montón de gavillas.
Al hacer explosión, las gavillas fueron elevadas en el aire como por arte de magia, dejando momentáneamente perplejos a los jinetes en el exterior del corral y a los mozos en sus puestos. Mientras volvían a tierra, otro jinete saltaba el muro aprovechando un bajío y encañonaba a los del interior impidiendo sus movimientos.
Se acercó al portón y sin bajarse del caballo lo abrió para permitir el paso de sus acompañantes. Arrufe había vuelto.


Luis Parreño Gutiérrez