Parejas de baile 2015 por Mª del Carmen Salgado Romera -Mara-

Sótanos
 
La consulta de la vidente estaba en el sótano de un edificio céntrico. La abogada, al salir del ascensor, se topó de frente con los contadores de la luz. A la derecha, tres puertas de viviendas con gastados felpudos. Antes de que pudiera dudar sobre qué timbre pulsar, se abrió la central. La abogada se sorprendió al ver a una mujer de mediana edad con el aspecto tan normal como el de la parte de la vivienda que pudo atisbar frente al quicio. Esperaba algo misterioso, exótico, no cosas tan corrientes.  
-Pase –dijo sonriendo la mujer apartándose a un lado-. Hasta el fondo.
La abogada siguió las indicaciones de la vidente y accedió a una habitación acogedora.
-Siéntese ahí, por favor. ¿Qué quiere saber?
-Verá…Soy abogada –Esa forma de presentarse hizo que un gesto de reconocimiento casi imperceptible aflorara al rostro de la vidente como disparado por algún ingrato recuerdo lejano en el tiempo-. Nunca me he enamorado -comentó pensativa mirando hacia la mesa-, aunque estoy casada y tengo amantes ocasionales… Pero hasta ahora jamás había sentido algo así por ningún hombre.
-¿Y qué desea saber en concreto?
-Si él siente lo mismo. No quiero abrirle mi corazón y que luego me hiera. No quiero arriesgarme a que me deje. Sí… –continuó pensativa, mirando de nuevo hacia la mesa- que te dejen debe doler. Por eso yo siempre he sido quien ha terminado las relaciones. El dolor no está hecho para mí. No podría soportarlo.
-Bien, veamos lo que nos dicen las cartas.
La vidente, seria, le pidió que no cruzara las piernas, que se concentrara en su pregunta y barajó una voluminosa baraja cuyas cartas, todas ellas con dibujos de misteriosas figuras, se aproximaban o separaban a cada golpe de mano.
-Cuando me diga, dejo de barajar.
-Ya.
-Corte con la mano derecha hacia su derecha. La vidente miró la carta que había quedado boca abajo contra la palma de su mano sin mostrársela a la abogada: Un personaje caminaba hacia un abismo con un hatillo sobre su hombro. Un perro, a su espalda, intentaba avisarle del peligro. El Loco. Un farandulero, un vividor, un canalla. Así era el hombre del que se había enamorado aquella mujer. Buena pareja. Tal para cual.
Sobre el tapete rojo de la mesa dispuso las dos primeras cartas: La reina de espadas y, atravesándola horizontalmente, una carta con un esqueleto y una guadaña: La Muerte.
-Interesante –comentó la vidente mientras surgían frente a ella, dolorosos, recuerdos como pequeñas escenas proyectadas en el aire: “La abogada” en el barrio ya apuntaba maneras.
-¿Todo va bien? –preguntó ella alarmada señalando hacia La Muerte con un tintineo de pulseras doradas.
-No se preocupe por esa carta, puede ser un cambio –contestó la vidente pensando que la vida siempre debería mostrarnos la cara y la cruz de las monedas. Otras cuatro cartas más rodearon a las anteriores. El caballo de copas quedó arriba. El dos de oros, debajo. A la izquierda, el siete de bastos. A la derecha, La Luna.
-¿Son buenas? ¿Qué significan?
-Bien, una mujer muy ambiciosa puede estar a punto de realizar un gran cambio en su vida que le hará romper con todo lo anterior. Un hombre más joven que ella le ha hecho una proposición amorosa. Ella duda. Quiere controlar sus sentimientos. Es difícil. Esos sentimientos son muy fuertes, manan de su subconsciente.
-¿Y qué más?
La vidente colocó una columna de cuatro cartas a la derecha de las anteriores.
-En estos momentos, se hace muchas ilusiones –comentó la vidente señalando hacia el siete de copas. Los demás la notan diferente. Lo que más teme o desea es el amor. El resultado final, es…
-¿Esa carta en la que una torre, de la que caen tres personas, se derrumba atravesada por un rayo? –atajó, ansiosa,  la abogada.
-Sí, La Torre sería el resultado final.
-Y eso quiere decir que si abandono a mi marido… ¿Me irá bien? ¿Seré más feliz? ¿Debo irme y “romper mi torre”?...
-Las cartas muestran caminos, solamente. La decisión está en sus manos.
-¿Y para que he venido, entonces? Si no me puede decir qué tengo que hacer para garantizar mi felicidad, ¿para qué sirven? ¿No hay otra forma de averiguarlo?
-Podemos probar con el péndulo.
-¿Y eso cuánto cuesta? Porque por echar las cartas, que no me ha servido para nada, no le voy a pagar…
-No se preocupe por el dinero. El dinero no lo es todo.
La vidente se levanto, giró un cuadro con un paisaje que estaba apoyado sobre un estante y cogió uno de los péndulos que colgaban de pequeños ganchos en su parte posterior. Se sentó. Cerró los ojos y retuvo el péndulo metálico unos momentos en su puño cerrado.
-Primero hay que ver cómo funciona el péndulo con Ud. Hay que averiguar hacia dónde se mueve cuando la respuesta es un sí y hacia dónde se mueve cuando es un no. Cambia de unas personas a otras. Vamos a hacerle un par de preguntas cuyas respuestas sepamos ambas.
La vidente dijo en voz alta enfocando sus ojos hacia el péndulo:
-¿Esta señora llegó a acabar la carrera de abogada?
El péndulo se movió sobre la palma extendida de la vidente girando hacia la derecha varias veces primero despacio y luego de forma rápida marcando círculos cada vez más amplios.
-Bien, ahora ya sabemos hacia dónde gira cuando quiere indicar que no. Vamos a ver cómo sería el sí –y dijo acto seguido en voz alta mirando hacia el péndulo- ¿Esta mujer fue la causa de que mi novio me dejara?
El péndulo se movía con energía desde la raíz de los dedos hacia la muñeca de la vidente mientras la abogada recogía su abrigo, atravesaba el corto pasillo, salía dando un portazo y esperaba al ascensor de espaldas a los contadores de la luz del descansillo del sótano dispuesta, una vez más, a probar sin riesgos el dulce néctar del amor, ¿para qué dejar a su marido? “¿Cuál de mis hombres sería el novio de la charlatana esa?”, se preguntó haciendo un mohín de desprecio mientras sentía como, al salir del edificio, el sol acariciaba de nuevo sus mejillas broceadas.
 
Mara