Relato de Ciencia Ficción por José Cueto
Relato de ficción: La redactora.
Ylahiah se levantó con pesar de la cubitera. La cubitera es como se llaman informalmente las máquinas
donde duermen los militares de alto rango. Tienen múltiples funcionalidades,
como limpieza corporal, maquinaria de cirugía (programada por médicos
especialistas), ejercicios mentales, etcétera. Cuando uno duerme o se recupera
de sus heridas de guerra se suele decir que ha estado encubando.
Sus heridas habían sido curadas, pero la conmoción aún
seguía vigente. Se vistió el uniforme lastimeramente debido al dolor que le
había dejado la cirugía. En cuanto logró enfundárselo, saltó el cierre
automático haciendo que el traje se apretara como una segunda piel. Ahora el
dolor había remitido gracias a la nanotecnología de los agentes activos
instalados en el especial atavío.
Abrió sobre una de las paredes del habitáculo el interfaz
plano del Contact-RX98 que también
llevaba instalado el uniforme. Rápidamente el dispositivo se conectó al sistema
y actualizó dejando sobre la pantalla proyectada un mensaje de correo de voz
urgente. Apretó el aviso y el mensaje sonó en su oído a través del Sonoliquid. Ya hacía dos años que
debería haber cambiado el sonoliquid, pues el sonido era pésimo, como una radio
de la época de la revolución industrial.
“Informe desde Toa (Estrella muerta. Base militar frente al
enemigo. Lugar de confrontación). 20:42 26/11/-32/84 según calendario terrestre
católico vertiente humanitaria.
Esta nueva estrella de arenas púrpuras confiere a nuestra
misión una nueva línea de acción [...]”
Era un aviso para poner en alerta al grupo que coordinaba
Ylahiah. El mensaje continuaba, pero no tenía importancia. El púrpura
significaba que habían encontrado cadáveres. Que fuese en arenas denotaba que
eran muchos y en una gran batalla. El resto carecía de importancia, eran
referencias burocráticas que utilizaría su equipo.
Ylah, como le llamaban todos, era el responsable absoluto de
un equipo de 9 miembros, lo cual le confería un rango muy elevado de autoridad
y de confianza en el sistema de los Ángeles. Ser responsable absoluto sólo era
posible para los fundadores, Ylah era el hijo de uno de ellos. El resto del
organigrama tenía responsabilidades recortadas y limitadas a su campo de
acción.
Los Ángeles eran un grupo militar de élite creado a partir
del primer impacto lunar, cuando una de las lunas artificiales de defensa del
planeta fue alcanzada por el enemigo. Coincidiendo con el descubrimiento de los
redactores. Éstos eran humanos que
habían desarrollado su mente hasta límites insospechados. Una mutación que para
Ylah y los suyos se convirtió en algo muy peligroso, pues se decía que podían
hacerte creer lo que quisieran o, incluso, volverte completamente loco sólo con
mirarte. Por lo general eran agentes políticos de gran influencia mental sobre
la población que se habían reunido y dirigían el mundo hasta que comenzó la
gran guerra extrarradial.
Ylahiah cerró la interfaz y se dirigió al portal auto-configurado. Éste le llevó a
la sala de mantenimiento donde algunos hombres y mujeres hacían los ejercicios
matutinos. No conocía a ninguno de ellos, pues no pertenecían a su perfil
horario. Por su uniforme marrón calculaba que era el equipo anterior al
anterior al suyo y aunque para ellos fuese la hora de levantarse y hacer
ejercicios, para él y sus compañeros debería ser plena noche. Su grupo aún
debían estar en fase REM.
“Aviso: Ylahiah–sonaba en su oreja.- Hoy se saltará la
gimnasia, por favor, prosiga con el resto de la rutina. Órdenes de la médica
Carpenter.”
Sin que nadie lo notase pasó al portal de nuevo. Su
siguiente parada: la mesa de reuniones. Normalmente, él y su equipo se reunían
a primera hora para discutir el orden del día, idea del mismo Ylah. A aquellas
horas supuso que no habría nadie, pero se equivocó. Una mujer esperaba de
espaldas mirando por la ventana.
- -¿Ylahiah?
La mujer llevaba un vestido blanco. La seda bailaba flotando
en torno a su cuerpo. Aquella vestimenta era inusual, prohibida entre los
militantes.
- -¿Quién es usted? ¿Por qué no se me ha informado
de esta reunión? –Dijo Ylah tratando de parecer profesional. Estaba tan
acostumbrado a los uniformes que la apariencia de aquella mujer le
desconcertaba.
Ella se dio la vuelta. Su cara estaba cubierta por un velo
del mismo color que el vestido. Ylah, por instinto, desconfiaba de todo aquel
que escondía su cuerpo. Sólo se le veía el pelo castaño que jugueteaba con la luz de los rayos que
descendían por la falsa ventana, ¿o también sería un accesorio?
-No te imaginaba así, Ylahiah, ¿puedo llamarte así? – preguntó ella. Tenía una voz hermosa y sensual.
-¿Cómo ha entrado aquí?
-Soy una redactora. – Respondió ella. Ylah, con los ojos como platos, no supo qué decir.
Ella se movió para mirar de nuevo por la ventana como
esperando a que él digiriese la información, a que él hiciese el siguiente
movimiento. El velo que tapaba su rostro y el darse la vuelta de aquella manera
eran como un gesto de paz. Aun así, Ylah apartó la mirada instintivamente.
Sentía miedo.
- -¿Qué hace aquí? Dígame.
- -He sido invitada por los fundadores. Me han
traído hasta aquí. ¿Has estado encubando?
- -¿Cómo lo sabe?
- - Nosotros los redactores sabemos muchas cosas y
sólo con mirar podemos deducir muchas más…-dejó escapar una risita-. Has estado
en la guerra, ¿no es así? Te hirieron, aun se ven las marcas en tu extraña
piel. –Ylah se miró por primera vez y vio los estigmas en el pecho, el abdomen,
brazos y piernas a través del fino uniforme. Había salido muy mal parado de la
última batalla-. Tienes la marca de la muerte, has estado a punto de morir
¿verdad? Has visto el salto al abismo, la luz al final del túnel, el puente al
otro lado…
- -¡Silencio! –Ella obedeció. Pasaron unos
instantes hasta que Ylah habló de nuevo-. Lo siento, me resulta incómodo que
hablen tanto sobre mí, sobre todo porque no sé quién es usted. Además esta no
es mi piel, sino el uniforme.
- -El uniforme, mm. Casi podría decirse que vas
desnudo… Ylahiah, ángel de la milicia, ¿no os resulta pretencioso llevar los
nombres de seres bíblicos?
- -No nos paramos a pensar demasiado en esas cosas,
redactora. Estar desnudo o ser pretencioso, a nadie le importa aquí. Mi nombre
sólo es una alegoría.
- -Alegoría… preciosa palabra. No sabía que
vosotros la seguíais usando…
- -Y habitualmente no lo hacemos –cortó Ylah-.
Vayamos al grano, ¿por qué está aquí?
- -Siempre tan directos… -se dirigió hacia Ylah–
déjame mostrártelo. –Ella extendía sus manos, él retrocedió aterrorizado.
- - ¡No te acerques!
- - No hay ningún peligro, Ylah.
- - Sólo tu presencia aquí ya me resulta
inconcebible. No hay nada más peligroso.
- - Así que has visto más de mi clase… lo veo en tus
ojos. –su voz mostraba un pesar especial al hablar de ellos.
- -No. No… lo recuerdo. Aléjate de mí. –Retrocedió
hasta el portal, pero estaba cerrado. No podía irse. Empezaba a cuestionarse la
situación cuando llegó otra voz de la pared contigua de la sala.
- -Ylah, no tengas miedo. –Apareció Nathaniel, uno
de los fundadores de los Ángeles, a través de un portal.
- -¡Nathan! ¿Qué es todo esto? No pienso dejar que
me toque. Es peligrosa. ¿Qué hacéis en mi sala de reuniones? Por Dios, ¡acabo
de recibir un cañonazo del enemigo!
- -Relájate, hombre. Fue idea de tu padre. Quería
que te pusiésemos al corriente de la situación. Nuestra invitada lleva aquí
varios días. Tu equipo ha sido desplazado a otra sección. Queríamos informarte
debidamente, no obstante, el fin de la encubación
no estaba programado hasta dentro de 3 horas.
- -¿Usáis mi sala de reuniones como prisión?
- - Es la única programada para este tipo de
situaciones, ya sabes que aquí no tenemos prisiones.
- - Querrás decir que es la única con la seguridad
adecuada. El trabajo de varios días de mi propio equipo. Aún esperamos la
retribución, el reconocimiento y que se aplique al resto de las instalaciones.
- - No estamos aquí para discutir insignificancias.
No seas maleducado con nuestra invitada.
- -Deberías dejar de llamarla así, es una redactora. Está encerrada por seguridad,
¿no es cierto? Invitada no es la palabra apropiada.
- - Disculpad, pero estoy aquí por si no lo habíais
notado. –Apostilló ella molesta.
- - Créeme, sí lo he notado. –Respondió Ylah
enfadado e indignado por toda aquella situación.
- - Deberías tragarte tu ira, Ylah. Ella ha venido a
ayudarnos. Sabe lo que supone estar aquí, encerrada, y aun así aguanta tus
tonterías. Le debes un poco de respeto.
- - Nathaniel – Ylah comenzó a moverse inquieto en
el lado de la sala opuesto a la ventana, opuesto a la posición de ella-, ¿tengo
que recordarte que, no hace mucho, todos y cada uno de nosotros, éramos
marionetas de su gente? ¡Por Dios, trataron de utilizarnos como peones en una
guerra que ni siquiera entendemos; a la que tampoco podemos oponernos! Aún hoy
seguimos muriendo en combate por culpa de ellos, ¿has recibido el informe de
Toa? Nathan, ¿cómo voy a relajarme? ¡Yo mismo casi muero en esta guerra sin
sentido a cuenta de estos… personajes! – Ylah miró a la chica con desprecio,
con un desprecio profundo, casi hiriente.
- -¿Ya estás contento, mejor? ¿Ya lo has sacado
todo? –Nathan sabía que sería muy difícil tratar aquel tema con Ylahiah más que
nadie-. Yo tampoco necesito recordarte que soy un fundador y que soy consciente
de todo lo que dices. No obstante, necesitamos a esta muchacha.
- - ¡No podemos fiarnos de ella, Nathan! ¡Mienten,
escriben la historia a su favor, redactan nuestro destino como si fuéramos un
set de rodaje! ¡Me niego rotundamente! –Golpeó la mesa con fuerza.
- - Creo que no estás preparado para esto, Ylahiah.
Debimos pensarlo antes de traerte aquí.
- - ¿Qué quieres decir con eso?
- - Pues que los fundadores hemos decidido
encomendarte la misión de ir con esta mujer hasta el lugar donde
residen los redactores. Serás nuestro vínculo con ellos. Y no se admite queja o
apelación alguna, lo siento, ya no hay vuelta atrás. Ahora que has estado en
contacto con la redactora no podemos
dejarte volver a la base.
- - ¡¿Cómo?! ¡Rehúso; me niego en rotundo! ¡Yo no he
entrado en contacto con ella! – Ella se giró otra vez. Ylah odiaba no poder ver
sus reacciones detrás de todo aquel disfraz.
- - Es por prevención. Has estado en la misma sala.
- - ¿Y qué? Tú también.
- - Pero yo tengo protección.
- -¡Nathan, no podéis hacerme esto! ¡Sabéis cuánto
odio a los redactores, no podría soportar vivir en la incertidumbre, a su
merced como una marioneta! –Ylah sintió la rabia recorriendo su cuerpo. No
podía dejar de pensar cómo habían llegado a semejante conclusión. ¿Él, el jefe
militar de la base, entre redactores?-. ¿Os estáis librando de mí? ¡Me
necesitáis!
- - Eso es irrelevante, Ylah. Sabes que lo que digo
es cierto.
- - No, ¡no podéis hacerme esto!
- - Lo siento, Ylah, son órdenes. Los fundadores
hemos tomado esta decisión. Tu padre ha tomado la decisión también. –El que
nombrase a su padre lo dejó obnubilado. Su propio padre…
- -¡No! ¡No! ¡Me niego! –Lágrimas de rabia brotaron
de sus ojos y comenzó a aporrear la pared con todas sus fuerzas, allí donde
antes hubo un portal.
- -Ylahiah, no me esperaba que reaccionases así.
Supongo que tu padre sí y por eso mandó grabar este mensaje para ti.
Una imagen holográfica de su padre apareció sobre la mesa de
la sala.
“Ylahiah,
esta misión sólo te la puedo encomendar a ti. Sé que estarás asustado, pero no
tienes por qué. La redactora será tu compañera. Aunque no lo creas, ella te
guiará y protegerá. Te necesitamos para la victoria definitiva, para acabar con
esta guerra. Necesitamos a los redactores para conseguirlo. Pronto lo
comprenderás. Hijo, te quiero muchísimo y sé que no me fallarás”
La imagen se desmoronó sobre la mesa y desapareció. Ylah,
con los ojos llorosos, seguía mirando atónito hacia el vacío que había dejado
la imagen. Su cabeza daba vueltas. Miles de pensamientos se arremolinaban como
un huracán sin control. Odio, incomprensión, desesperación; todo ello minaba su
fuerza y apoyándose en la pared descendió hasta quedar sentado en el frío
suelo.
- Ylah...
- Ni se te ocurra decir una palabra más… -dijo Ylah deteniendo cualquier atisbo de consuelo, rompiendo cualquier intento de acercamiento de Nathan. –No os acerquéis a mí.
Todo quedó en silencio menos la cabeza de Ylah que estaba a
punto de explotar. Sin previo aviso, la herida grande que tenía en el pecho se
abrió y comenzó a verter una gran cantidad de sangre. A Ylah le pareció
irónico, como una metáfora, aquella herida proporcional a su corazón roto. ¿Por
qué su propio padre le hacía eso? El dolor que siguió a ese pensamiento era
aterrador. Todas las alertas médicas del uniforme saltaron como un resorte.
De pronto, Nathaniel había desaparecido. Todo se fue
oscureciendo a su alrededor cada vez más y más… sintió que perdía el
conocimiento y al final la inconsciencia impuso su paz sobre aquel caos
destructivo. Ahora soñaba con su hermana. Ella que había muerto tiempo atrás y
ahora le llamaba desde el otro lado, le cogía la mano. Justo como en la última
batalla, pensó, después de que aquel cañón le alcanzase en el pecho y su cuerpo
se estrellase contra el suelo. No quería morir, quería alejarse de su hermana y
todo lo que simbolizaba…
Entonces percibió un frío horrible en el pecho y después el
contacto de unos dedos calientes. Aún no podía abrir los ojos. Notaba el suelo
bajo su cuerpo, pero su cabeza estaba apoyada en algo blando. Era una persona
que le sujetaba, con un perfume muy agradable, no artificial como el que usaban
los habitantes de la base. Entonces recordó a la mujer redactora y su corazón dio un brinco.
Sus brazos apenas respondían, sin embargo, intentaban
liberarle de aquella mujer. “No” escuchó; él también lo decía a su vez. Al
final el agotamiento le venció y se quedó medio dormido, como suspendido entre
sueños. Era una sensación extraña, pero placentera. Su cabeza era sujetada por
unas manos.
A los pocos minutos abrió completamente los ojos. Parecía
como si hubiese dormido durante horas. La energía renovada cabalgaba por su
cuerpo y le hizo levantarse de un salto. Estaba eufórico, repleto de júbilo y…
amor. Ahora miraba por la ventana y cantaba. No sabía de dónde había sacado
aquella canción. La melodía salía de sus labios y acompañaba la mirada que
descendía sobre las montañas que se veían desde la base.
José Cueto