Verano: El progreso


LA PLAYA



   Me pone de los nervios ir a la playa.
   Yo cogería el bañador, un bocadillo y una toalla. Solo.
   Pero mi marido…
   Abre el armario del garaje y saca la sombrilla, lo que implica llevar también una especie de tornillo gigante con un hueco por arriba para meter el palo. Este instrumento se clava en la arena para sujetar erguido al parasol, rememorando los estandartes que culminan las torres de los castillos, símbolo inequívoco de propiedad. Así demarcaremos ese pequeño territorio de sombra rotativa que nos pertenecerá durante unas horas allá donde vayamos. En fin.
    Una vez apilados junto al coche el parasol y su tornillo, vuelve a meter la cabeza en el armario y saca una bolsa donde guarda una manta que extenderemos sobre el suelo a la hora de la siesta. Para que no se llene de briznas de hierba o de arena hay que poner por debajo una lona, que también está metida en la bolsa que llamaremos, a partir de ahora, “bolsa primera”.
   Junto al coche tenemos ya la sombrilla, el tornillo y la bolsa primera.
   Por supuesto, hay que llevar a la playa una mesa, de esas plegables que al abrirse proporcionan cuatro asientos que tienen unos agujeros redondos. En buena lógica, hacen falta sendos cojines para que en los muslos no nos queden las marcas de los círculos. Como no abultan mucho van junto al botiquín en la que llamaremos “bolsa segunda”. El botiquín va provisto de lo imprescindible para paliar cualquier ataque animal común por tierra o aire.
   La bolsa segunda se apila junto a la mesa, la bolsa primera y la sombrilla, al lado del coche.
   Las bolsas tercera, cuarta o, incluso, quinta, son las de los bañadores. Su número varía en función de cuantas personas de mi familia vayamos a la playa. Hay una, la principal, que es en la que se mete todo eso que luego nunca se usa, más uno o dos bañadores de recambio, toallas, un surtido de cremas de distintos niveles de protección, la leche hidratante para después del sol, gorros de baño, gafas de bucear, bolsas, revistas que van quedando allí año tras año, pareos y un largo etcétera. Las bolsas secundarias llevan los bañadores, toallas y cremas de sol de sus respectivos propietarios. Todas ellas se llevan junto al coche y se aprietan un poco porque ya casi no se puede pasar entre el coche y el armario del garaje.
   Una nevera es imprescindible para mantener frescas las bebidas y necesitamos otra bolsa para los alimentos en caliente. No estoy de humor para detallar el contenido de cada uno de estos nuevos elementos, pues, además, varía de una vez a otra, especialmente si, en lugar de llevarlos preparados desde casa, los compramos antes de llegar a la playa en un hipermercado -odio, odio, odio a muerte los hipermercados, sobre todo su aire acondicionado-. Bien, vamos a llamar a la bolsa de la comida “bolsa de la comida” y se colocará junto a la nevera, las bolsas secundarias de los bañadores, la bolsa principal, la bolsa segunda -la de los cojines-, la mesa, la bolsa primera -la de la manta-, el tornillo y el parasol al lado del coche, apiladas ya a dos niveles de altura.
   El siguiente paso es sacar los utensilios para el agua. Los hinchables (que van deshinchados, pero vuelven rellenos de aire, ja, ja, ja, ja, ja…), la tabla de windsurf, la caña de pescar, la caja con las cosas de pescar, la bolsa con las cosas de pescar que no caben en la caja de pescar… A este conjunto de elementos vamos a llamarles “utensilios acuáticos”, para diferenciarlos de los utensilios lúdicos que son de dos clases: estáticos y dinámicos. Los estáticos van en una de las bolsas ya mencionadas -nunca recuerdo en cuál- y consisten en una baraja con amarracos, el tapete, un juego de letras, dados, un juego de adivinar colores y creo que nada más. O igual se me pasa algo. Ya no sé. Ja, ja, ja, ja…
   Los utensilios lúdicos dinámicos son los que se usan en la playa o en la hierba y consisten en diferentes tipos de palas y pelotas, así como una variedad de discos. Hace años que perdimos el bumerang, ¡qué pena! Jaaaaaa, jaaaaaa, jaaaaaa.
   Por supuesto, esto no acaba aquí. Falta un bolso de mano por persona con la documentación, las gafas de sol, el monedero, las llaves, los pañuelos de papel, el teléfono móvil, etc., etc., etc.
   Creo que está todo. Pero esto no es nada sin sonido. Vamos a ver cómo suena:
   -Maryyyyyy (esa soy yo). ¿Dónde tenemos los platos y los vasos?
    Huy, olvidaba mencionar la bolsa de los platos, los vasos y los cubiertos.
   -No séeeeee. Mira por ahí, Pepe (ese es él, mi Pepe).
   -Mamáaaaaa (ésa también soy yo). No me vale el biquini.
   -¿Y el otro, tesoro? ¿Y el otro? ¿Y el otro? ¿Y el otro?
   Pues va a ser que, de la que compramos comida, hay que comprar biquinis.
   -MAMÁAAAAA (ésa también soy yo, tengo dos hijas). ¿Y a qué hora vamos a volver para quedar con los amigos?
   ¿Volver? ¿Pero esto no es una mudanza? Yo creía que nos íbamos para siempre, siempre que consiguiéramos marchar de una puñetera vez.
   -¡MAMÁAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA! (Las dos a la vez). ¡Que hay un bicho!
   -Será vuestro padre.
   -¡Que no! ¡Ven, que es una araña!
   -Jolín, por una araña me hacéis ir, que tengo un montón de cosas por preparar, que…    ¡Ostrásssss! ¡Que nos come! -Pum (zapatillazo)- ¿De dónde habrá salido?
   Inaccesible al desencanto, ayudo a mi Pepe a meter en el maletero todo lo que hemos preparado, felicitándome, una vez más, por no tener perro.
   Cuando me siento en el coche estoy agotada.
   -¿A qué playa vamos?
   -¿Probamos una nueva?
   -Saca los mapas.
   -Vale.
   -Autopista 33, tercera salida a la derecha y Nacional 27, unos 10 Km.
   (¿Por qué no inventarán un aparato que te vaya diciendo por dónde ir?)
   -¿Puedes cambiar de emisora, mamá?
   -Pero si no está la radio encendida, hija.
   -¿Puedes poner un Cd?
   -¿Tienes pañuelos de papel?
   -¿Os gusta esta canción?
   -¿Hay alguna botella de agua a mano?
   -¿De quién es ese móvil que suena?
   -Pues para allá parece que hay nubes.
   -Está empezando a llover.
   -Pues está poniéndose feo, feo…y hace frío.
   -¿Y si damos la vuelta?
   -Vale, porque la niña ha quedado a las siete de la tarde y teniendo en cuenta que os habéis levantado a las doce, que cuando acabamos de meter las cosas en el coche era la una, que al salir del centro comercial daban las dos y media, que nos hemos confundido de carretera y que aquí se ve a la gente esquiando, va a ser lo mejor.

¡Hale, para casa otra vez!

UN CUARTO DE SIGLO DESPUÉS…


     Hoy es siete, toca playa. No perdemos la ocasión.
   Preparo, como siempre, la nevera, la bolsa de la comida, la bolsa de los bañadores principal, las de mis nietas, las de los deportes, las de… (cuando no me ven abro el armario, meto la mano por los rincones de las estanterías, hago gancho con el brazo y lo tiro todo al suelo. Luego, a pataditas, voy juntando las cosas al lado del coche... ¡Y ya está!
   -¡Pepe! ¡Pepeeeeee! ¿Es que no me oyeeeeeessssss? ¡Llevo media hora esperando a que bajéis! ¡Me estoy cansando de esperarrrrrr!
   Baja despacito y nos metemos en el coche, como todos los siete de cada mes. Bueno, se puede solicitar un cambio de fecha, pero no más de cuatro al año. Nos parece justo, entendemos que es complicado hacer un gráfico para cada familia de cada ciudad y combinarlo con los del resto de las ciudades.
   -Pepe, ¿qué pasa? ¿No arranca?
   -Es este maldito programador, ya está viejo. Como nosotros.
   Por fin salimos y nos incorporamos al carril automático. Parece un sembrado de girasoles: Todos los coches de esta ciudad son amarillos para un mejor control de los desplazamientos entre ciudades, ya que solo se pueden realizar bajo autorización.
   Al cabo de media hora nuestras nietas se entusiasman –raro en ellas- cuando nos adentramos en la cueva artificial. Saben que después bajaremos una emocionante pendiente del 15% para introducirnos en el primer subsuelo.
   Veinte minutos después estamos desembarcando todo en nuestra playa preferida. Los mismos cachivaches de toda la vida menos la sombrilla, su tornillo, la lona de la manta de la siesta y el surtido de cremas de protección. El cielo es un decorado, un artístico telar del que pende un sol que no calienta. Se ve un poco desinflado por la parte derecha desde que hace un par de años cambió el gobierno y bajaron los presupuestos de mantenimiento de zonas lúdicas. De vez en cuando, pasan nubes expeliendo agua pulverizada. La temperatura es constante; la arena no quema. No manchan ni la arena ni la hierba. Es estupendo.
   Después del baño ponemos la comida sobre la mesa roja de siempre. Somos los únicos en toda la playa que seguimos consumiendo comida de verdad. Los demás sacan pastillas alimenticias de las máquinas expendedoras que hay cerca de la zona de descanso.
   Mientras Pepe y yo nos tumbamos a leer sobre la manta, las niñas juegan con un redondel y unos palos de luz que simulan lanzarse entre sí.
   Nuestras nietas son extrañas. En realidad, tan raras como todos los niños de ahora: no hablan, no protestan, estudian sin que se les mande, ordenan sus cosas, son puntuales y siempre están sonriendo. Cuando les preguntas algo te escriben la respuesta. Ellas se comunican entre sí mentalmente, gracias al desarrollo del programa de transmisión mental avanzada, conocido como PTMA, que el primer Gobierno Intergaláctico consiguió implantar tres años después de la caída del meteorito.
   Todavía me sigo preguntando qué hubiera sido de nosotros sin la ayuda de los Hermanos de las Estrellas. Yo, al principio, tenía miedo. Como habitualmente son invisibles, me parecía que mi vida se había convertido en ese programa de la televisión de hace años en el que unas personas cohabitaban en una casa y había cámaras por todas partes para ver lo que hacían. Creía que me espiaban. A mí y a todo el mundo. Y acerté. Los Hermanos leen los pensamientos, pueden ver lo que haces y se mueven de un lado a otro de forma instantánea; se comunican entre sí y crean redes de energía que neutralizan los comportamientos inadecuados de las personas. No sé muy bien lo que es eso, pero funciona. Desde que ellos nos tutelan ya no hay delincuencia ni inseguridad.
   Como en las antiguas películas de ciencia ficción, nuestras casas son domóticas. Barrios idénticos de construcciones idénticas atendidas por robots idénticos para gente sin identidad.
   Lo bueno es que no hay que barrer, fregar, limpiar el polvo y todos esos latosos menesteres. Tampoco hace falta trabajar. Ocupamos el tiempo en lo que antes se consideraba ocio: Actividades proactivas como viajar- eso sí, cuando toca-; hacer deporte; crear (arte tradicional y nuevas artes. Me encanta diseñar, modelar y dar vida a pequeñas flores parlantes, a hongos rellenos de metales multicolores que suenan como las antiguas campanas de la iglesias; a seres casi inteligentes- he conseguido que algunos se relacionen entre sí, aunque de forma muy primitiva aún), y las actividades reactivas de siempre: escuchar música, leer, ver la televisión…Sí, sigue existiendo la televisión.
   Lo que ya no existe es el dinero. Todo es gratis para la humanidad. He llegado a sospechar que tanta gratuidad no puede ser verdad, que quizás vayan a utilizarnos para algo, para comernos como hacíamos nosotros con los animales de las granjas, pero no nuestros cuerpos sino los pensamientos, la energía o yo qué sé. O, tal vez, nos utilicen más adelante para repoblar otros planetas, o para estudiarnos y mutarnos...
   Procuro no pensar mucho en ello. Bastante sufrí cuando lo del meteorito. Que si va a caer, que si no. Que si aquí, que si allá. Que si tiene un tamaño pequeño. Que si nos hemos colado y va a haber una catástrofe mundial. Que si sálvese el que pueda.
   Mis hijas y mis yernos no pudieron.


   -Pepe, va a hacerse de noche. ¿Nos quedamos al espectáculo de las luces artificiales? Pepe…(codazo). Despierta, hombre.
   -¿Quéee? ¡Ah, sí!... las luces. Como queráis, pero yo prefiero marchar ya. Se va a preparar caravana, hoy es la final de la Copa de balompié a las nueve (hay cosas que no cambian).
   -Niñas, ¿qué hacemos?

   Mis nietas nos miran, se miran, sonríen (a veces me dan miedo) y señalan hacia el aparcamiento.
   -Vale, id metiendo las cosas al coche. Voy a llevar la basura al contenedor.

   Cuando regreso, me empieza a entrar un sudor frío. Hay cientos de coches amarillos e iguales. No recuerdo dónde aparcamos. No llevo mi bolso encima. Estoy indocumentada e incomunicada.

   Todos los hombres son iguales a Pepe. Todas las niñas son iguales a mis nietas. (Todas las mujeres son iguales a mí, fuimos los únicos supervivientes y a partir de nosotros clonaron al resto de la humanidad).

   Sin saber qué hacer, me meto en el primer coche que pillo abierto.

   -No has tardado nada, me dice Pepe.

   ¿Será de verdad Pepe? ¿Mi Pepe?




Mª del Carmen Salgado Romera -Mara-