Homenaje a Mario Vargas LLosa por Jesús Salgado.

                                                          “CACHIVACHES”

   Ramona contempló el pequeño armazón cónico de mimbre, y, encontrándolo bonito, lo añadió con cuidado a su carrito de cuatro ruedas. Ella y su carro de cachivaches formaban parte del arquetipo del barrio de Vista Alegre.

Desde que despuntaba el día hasta el ocaso, su figura enjuta paseaba por las calles revolviendo con la ayuda de un viejo paraguas entre los enseres depositados como basura, recuperando todo aquello que aún poseía un resto de belleza. O al menos así se lo parecía a ella, que lo acumulaba en diferentes rincones de su depauperada casa de dos plantas en la loma.

   Vivir tan arriba suponía que en el buen tiempo pasara hasta dos y tres días bajo el puente del río,  acudiendo a la casa sólo para dar de comer a los mininos que correteaban alegres por los alrededores y acudían presurosos a darle la bienvenida, compartiendo las sobras de comida con las que también ella se alimentaba.

   Algunos domingos, al principio del paseo donde se celebra el mercado de la pulga, colocaba una toalla grande en el suelo para vender, al precio que dispusiera el comprador, libros y revistas, pequeñas piezas de cerámica y porcelana, muñecos antiguos y restos de cuberterías, todo aquello que pudiera aportarle unas pocas monedas.

   Cierta vez,  las monjas de La Caridad se ofrecieron a acogerla en su asilo, pero con musitadas palabras rechazó la oferta: “Más adelante, hermanas, cuando no me valga… más adelante”.

   Aún estaba lúcida para mantener oculto su secreto. El día de su fallecimiento descubrirían, entre ingentes montones de trastos y objetos, el pequeño cofre metálico que contiene su tesoro: Una carta, una foto, un pasquín de teatro.

Ella fue “Bella Ramona”, famosa cantante de tango que enamoró a las masas del país.
Su voz sonaba en las horas de máxima audiencia de la radio, y los vecinos subían el volumen para bailar en la calle.

Hizo giras, y fue recibida con honores en los aeropuertos de las principales capitales de todo el continente. Participó en banquetes con importantes figuras del mundo económico y político,  recibió declaraciones de amor y regalos costosos de docenas de hombres, solteros y casados. El pasillo hacia su camerino siempre olía a flores.  

El dinero nunca le hizo mella, dilapidaba tanto como ganaba. Su vestuario y puesta en escena, el elenco de músicos y personal a su cuidado consumía una parte, las donaciones para hospicios y obras sociales, otra; jamás dejó una carta de petición económica sin socorrer. El resto fue manejado por un administrador que llenó las arcas a su costa y la empujó a hacer arriesgadas operaciones en bolsa, que menguaron su capital.

Su corazón la impulsó a envolverse en una relación ilícita. Quedó
embarazada. Se retiró del mundo.

Crió a su hijo apartado del conocimiento público. Cuando éste tuvo edad de discernimiento le achacó la culpa de su ignominia. Se marchó con los últimos restos de la fortuna, quizá empujado por los ambiciosos genes de su padre, del que jamás supo el nombre.

Quedó dolida, esperando noticias que nunca llegaron. Se hundió en una vorágine devoradora que aniquiló su ilusión de vivir.

Hasta que un día se le ocurrió acumular objetos que ocultaran su pasado, tantos como pudiera, envolviendo y tapando aquello que contenía la esencia de su culpa.

Su mente encontró una forma propia de liberarse: Cada vez que acogía un objeto abandonado, de su atormentado cerebro se evaporaba un recuerdo del pasado.

Se disponía así para su última gira, de alfombra roja hacia las nubes.

Zaragoza, a l6 de febrero de 2011.
JESUS SALGADO ROMERA.