Homenaje a Mario Vargas Llosa por Alejandro Alonso (Jany)

Esto debía ser un homenaje a Mario Vargas Llosa, quería haber tomado algún relato, algún texto de este autor en que basar mi historia, sin embargo las letras han ido surgiendo, apareciendo unas tras otras, haciendo palpables las palabras de Mario:
“Un escritor no escoge sus temas, son los temas quienes lo escogen”

TESTAMENTO 
Alcanzadas estas alturas de la vida, la tía Julia, soberana solterona de la familia, y no habiendo pensado jamás en que un día estaría sentada a la diestra del padre, hizo balance de su fortuna, de sus bienes, y de sus seres, otorgándoles a éstos valor como si de joyas o muebles se tratase.
Fue un domingo cuando después de la siesta pareció estar asustada. En el recibidor del primer piso, que era el más soleado de la casa, estaba tía Julia, recostada en el sillón, y Marta, con su costura. Nadie sabe qué soñó o qué visiones tendría en el sueño, pero al despertar, observó todo lo que había a su alrededor, incluso se acercó al ventanal del recibidor para contemplar, o más bien evaluar, las tierras de las cuales era poseedora.
Marta, prima de Julia y algo más pequeña que ésta, era viuda, había enviudado poco antes de que su hijo naciera, pero la alegría del niño tampoco duró mucho. Una de esas enfermedades que hasta los médicos desconocen se lo llevó para la otra vida. Vivian juntas en la casa y nadie sabía quién cuidaba de quién, pese a la diferencia de edad, tía Julia siempre parecía más sana y joven que ella.
Marta la observó atónita, no pudo articular palabra alguna, se limitó a seguirla con la mirada un tanto desconcertada. Pasado un rato, apartó la costura de sus piernas y se colocó tras ella. “Julia, esta tranquilidad que nos regalas no tiene precio”, le dijo Marta como un susurro casi al oído.
-¡Demonios! –replicó- No te acerques como un fantasma. Prepárame el café y haz llamar a Don Carlos.
- ¿A Don Carlos hoy domingo? No puede ser tan urgente que no pueda esperar a mañana.
-¿Urgente? Hay cosas que son urgentes, otras apremiantes, otras necesarias, otras oportunas, las más son básicas, otras simplemente relleno, y las más bajas, basura. No es algo que debas decidir tú. Llámale, seguro que estará en casa, bien poca vida tiene ese hombre.
Don Carlos era el abogado y el que llevaba todas las cuentas de la tía Julia, no era contable, pero sabía de números mucho más que ellas y que la mayoría de contables, y, ciertamente, aquel hombre no parecía vivir para otra cosa que no fuera su trabajo. Horas y horas dedicadas al trabajo, entre papeles, visitas de aquí para allá; era el único abogado “honesto”, según decía Julia, de toda la comarca. Soltero como ella, quizá era ese el punto de convergencia y por tanto de entendimiento.
-Julia, Don Carlos pasará mañana a primera hora por casa, ahora dice que...
-Mañana –le cortó Julia-, quizás mañana sea demasiado tarde –aseguro rotundamente.
-Tarde ¿para qué?
-¿Y el café? ¿Dónde está? Parece que lo tengo que hacer yo todo. El día que yo falte no sé qué será de esta casa.
- ¡Julia! No diga eso jamás, usted nos acompañará siempre.
-Déjate de paparruchas y trae el café, ¿no ves que se me junta con la cena y después no cenaré?
Tenía la tía Julia una cierta habilidad para cambiar de conversación e incluso para volver a ella y sacarte cualquier cosa que quisiera saber, era un ir y venir en su conversación que al final te enredaba y quedabas como subordinado a sus palabras. Aquella tarde Marta quedó un tanto trastocada, después del café la rutina se volvió a adueñar de la vida en la casa. Marta, desde su silencio, no dejó de observar a tía Julia; sin embargo y muy a pesar suyo, nada extraño sucedió que desvelara aquel repentino llamamiento a Don Carlos. Su cabeza intentaba descifrar los acontecimientos de aquella tarde, mas para su desgracia nada se salió de lo común.
Dos veces al mes, tía Julia y Don Carlos pasaban la tarde en el estudio, no todo era trabajo, aparte de ponerle al día de las cuentas, a ella le interesaba lo que ocurría en la comarca, y aquella velada de trabajo se alargaba casi toda la tarde. No tenía mejor informador, Don Carlos era conocedor y poseedor de los acontecimientos de los habitantes de la comarca. Él no lo había decidido, pero entre él y el padre Roque, poseían la mayor documentación tanto escrita como oral jamás vista y eso la tía Julia lo sabía.
El padre Roque pasaba por casa todos los domingos, tras la misa, se acercaba a ver a la tía Julia. Ella no pisaba la iglesia pese a que bien cristiana que era; algo debió suceder en su juventud que no ha vuelto a entrar a ninguna. Tomaban ambos un vermut con unos entremeses, algo flojo que no estropeara la comida, y hablaban tanto de lo humano como de lo divino. A la tía Julia le gustaba más lo humano que lo divino, pero no daba a entenderlo nunca. Yo alguna vez disfruté de sus conversaciones desde cierta lejanía, aquello era algo entre ellos dos y no podía o debía inmiscuirme, sus palabras no llegaban a mis oídos, pero las caras, los gestos, dejaban entrever cierta pasión en la conversación. Confesiones, lo que yo dudaba era quién confesaba a quién. Si alguien lo sabía todo de la comarca, aquella persona era mi tía Julia, tenía con ella a dos de los mejores informadores.
A primera hora se presentó Don Carlos, como siempre Marta le condujo hasta el estudio y le ofreció un café, que él nunca rehúsa pero jamás toma hasta que no está mi tía Julia. Ella no es de las personas que se hace esperar; tiene cierto toque en sus maneras que denotan distinción, clase, parece, como sin quererlo, estar por encima de los demás. Como siempre y antes de entrar en materia, saborean el café con alguna conversación insulsa, de esas que le gustan a la tía. ¿Qué tal? ¿Qué fue? ¿Qué pasó? ¿Quién estuvo? Dice que es porque como no sale, le gusta estar al día de la comarca, y de la prensa no puede hacerse caso porque siempre miente.
-No esperaba la llamada de ayer, ¿ocurre algo?
-Parece mentira, jamás hemos hablado de esto usted y yo.
-Perdone Julia, no sé de qué me está hablando.
-¿Cuántos años cree que tengo? Y conteste, no me hará ningún daño.
-Pues lo cierto es que no lo sé, yo siempre la veo igual.
-No me halague y conteste, por favor.
-Verdaderamente no lo sé, se me da mal calcular la edad de las personas.
-No se enrolle y diga una cifra.
-No sé si me quedo corto o largo, pero no tengo intención de herirla de modo alguno, podría decir que tiene ¿sesenta y ocho años?
-¡Cómo es usted! De bueno se pasa a buenín, y de buenín, ya se sabe, le toman a uno por tonto. No, no tengo sesenta y ocho años, ¡ya quisiera tenerlos otra vez! Tengo setenta y nueve. En breve seré octogenaria.
-Muy bien llevados, ya quisiéramos muchos llegar a su edad y en tan buen estado físico y mental.
-Déjese de dorar la píldora, y vamos al asunto. Nunca me ha comentado, y mira que son años, ¿cuántos? ¿Veinticinco, treinta?
Aunque la pregunta era retórica, Carlos no pudo por menos que contestar.
-Para ser exactos, la primera vez que me llamó fue un 6 de octubre, hará dentro de unos meses veintiocho años y lo recuerdo porque fue mi cumpleaños y estaba recién llegado al pueblo.
-Y todos estos años sin felicitarle, sin saber cuando era su cumpleaños, no tengo perdón.
-No se disculpe, ni siquiera lo celebro.
-Eso no quita para enmendar el error. ¿Me quiere decir por qué nunca hemos hablado de mi testamento?
-Siempre pensé que tendría hecho testamento, que estaría a buen recaudo en la ciudad.
-Y así es. Pero ¿por qué un abogado como usted, nunca se ha preocupado de mis bienes en el caso de que yo faltara? Ya que lleva todas mis cuentas, también debería haber tomado partido en la herencia, ¿o no?
-Bueno –tartamudeo un poco.
-Quiero que, a la mayor brevedad posible, traiga el documento y redactemos uno nuevo. También es mi deseo que realice las investigaciones oportunas para saber quiénes y cuantos de mi familia siguen vivos y el parentesco que nos une.
-Eso llevará tiempo.
-Tiempo es lo que no tengo.
-No estará enferma, ¿verdad?
-Desde luego que no, pero son muchos años, y he visto caer a tanta gente que parecía estar bien, que ya no sabe una qué pensar.
En principio, ardua tarea la encomendada a Don Carlos, pero más liviana al saber que la familia de mi tía Julia era más bien poca, por no decir escasa. El trabajo de investigación no le llevó demasiado tiempo, uniendo aquí y allá, apenas catorce parientes vivos; algunos habían hecho las Américas pero no volvieron jamás, sus cuerpos descansan al otro lado del charco sin dejar descendencia, lo cual reducía tanto la lista como la búsqueda. Así pues, aquel trabajo que se estimaba difícil, en apenas un par de semanas quedó zanjado.
-Julia, creo que Don Carlos viene hacía aquí, me ha parecido ver su coche por entre los castaños.
-Hoy no tenemos cita, eso es buena señal.
-¿Señal? ¿De qué?
-¿Ves el coche?
-Ya está en la puerta, bajo a abrir. ¿Le preparo café?
-Deja que entré, quizá hoy quiera otra cosa.
-Hola Don Carlos, mi prima Julia bajará en un momento, pase al estudio.
-Gracias, Marta.
-¿Quiere tomar algo? Le puedo preparar café.
-Deje, deje, primero hablaré con Doña Julia y luego ya veremos.
-Pues póngase cómodo, por favor.
La tía Julia se arregló un poco el pelo, se ajustó el vestido y bajo al estudio.
-Espero que sean buenas noticias –dijo entrando.
-Creo que lo serán Julia, no esperaba tener en tan poco tiempo su encargo.
-Eso indica por qué es usted mi abogado y contable.
-Me halaga, espero que la información también sea de su agrado.
-Quizá quiera tomar hoy una copita de vino dulce u otra cosa.
-Tomaré lo que usted tome.
-Sea, pues. ¡Marta! Por favor ven al estudio.
Marta apartó la costura a un lado y bajó al estudio; en su cabeza rondaban todavía los hechos del domingo, habían pasado apenas veinte días, pero el suceso aún coleaba en su cabeza. “No debo escuchar la conversación, pero me intriga esta repentina visita de Don Carlos” –pensaba.
-Dime Julia, ¿desea Don Carlos un café?
-Prepara un par de copitas de vino dulce, y añade alguna galletita de esas saladas. ¿Le parece bien? –preguntó a Don Carlos.
-Lo que usted quiera tomar me parece bien –replicó.
Marta se fue al salón a preparar el vino. ¿Celebrarán algo? –Pensó- ¿Y que será? Mi naturaleza me impide cotillear, pero me reconcome esta incertidumbre, después de todo este tiempo ¿acaso Julia duda de mí? -Miles de preguntas se apilaban en sus pensamientos, miles y ninguna respuesta-. ¿Qué se traerán entre manos?
-La primera parte de su encargo la tengo aquí –dijo Carlos a Julia-, gracias por su llamada al notario, que me ha facilitado el trabajo. La segunda parte, creí que sería una labor de investigación difícil, pero gracias a varios contactos, muy buenos amigos por cierto, ha sido sencillo seguir la pista de su familia.
-Por un momento me dio por pensar que no tenía nada. Y espero que sus amigos no quieran también recompensa por su trabajo.
-No se preocupe, la amistad nos permite ciertas extralimitaciones.
-Ya, pero el trabajo es el trabajo y la amistad es la amistad. Yo le encargué el trabajo a usted, no a sus amigos, y gracias a ellos lo tenemos.
-Eso es cosa mía y no se preocupe porque quedará en la intimidad.
-Eso no me preocupa. Marta déjalo encima de la mesa que ya nos servimos nosotros.
Esas palabras llegaron a los oídos de Marta, y su desazón creció aún más; las dudas, el recelo, se aposentaron en ella.
-Me subo al recibidor, tengo costura por hacer –dijo Marta.
-Muchas gracias, Marta –dijo Carlos.
Marta abandonó el estudio y subió cansina, lenta, pausadamente los escalones hasta el recibidor del primer piso. No quería oír la conversación, pero tampoco quería dejarla de oír. De todas formas parecía, al menos a Marta le parecía, una conversación en clave; decían pero no decían.
-Bien, ¿por dónde empezamos?
-Creo que lo primero es conocer a la familia, ¿no le parece Don Carlos?
-Bien, me he atrevido a hacer un pequeño árbol genealógico para que tenga más claro la relación que les une. ¿Podemos despejar un poco la mesa del despacho?
-Lo que necesite, todo sea por la causa.
Apartaron de la mesa una vieja lámpara, un cenicero de piedra, el teléfono y algunos elementos del escritorio. Carlos sacó de su maletín un montón de papeles.
-Disculpe que se lo muestre así, pero no tenía otro papel y he tenido que pegarlo con celo.
-Me importa más el contenido que el continente. No se preocupe y muéstremelo.
-Bien, todos los nombres que ve en color rojo, son familiares suyos que han fallecido. Si se fija, también he puesto la fecha y el lugar de su fallecimiento, e incluso donde han sido enterrados.
-Son detalles que le honran.
-Los que tenemos en color negro, son los que están vivos, ¿ve el parentesco aquí escrito?
-Lo veo, ¿algo más?
-Sí, claro, tengo toda la información relativa a ellos, sé dónde viven, teléfonos, direcciones, todo, lo tengo todo.
-Pero, ¿somos tan poca familia? Yo esperaba algo más.
-No sé qué decir, y le aseguro que he buscado familiares y relaciones hasta lo indecible.
-Le creo, le creo, pero imaginaba que habría algún pariente lejano, algún “bastardo” o algo por el estilo.
-Pues la verdad es que no hay constancia de nada de lo que me dice. Una familia modélica, si me permite decirlo.
-¿Modélica? Modélica, porque no ha habido escarceos amorosos y fuera del matrimonio.
-En los tiempos que vivimos es casi un orgullo tener una familia así.
-Que lo diga yo que soy una vieja, bien, pero que lo diga usted que aún disfruta de los sabores de la vida, no me parece correcto. Somos una familia sosa, sin pasiones, aburrida, a lo más que hemos llegado ha sido embarcarnos a las Américas, y total para qué, ni eso hemos hecho bien. ¿Qué son esos números que hay en la esquina de cada nombre?
-Me he atrevido, ya que supongo que desea hacer un reparto de sus bienes, a establecer los porcentajes legales, los que por ley  le tocan a cada uno según el grado de parentesco.
-Eso tendré que verlo, de la legítima no me queda nadie, ¿o no?
-Cierto, ni ascendientes, ni descendientes, ni cónyuge.
-Por tanto querido Don Carlos, soy libre de organizar mis bienes como me venga en gana.
-Desde luego, no hay impedimento legal.
-Quiero que empiece a redactar el testamento, déjeme la información de mis bienes y de la familia para que pueda estudiarla. Dentro de unos días, cuando lo tenga todo bien atado, terminaremos de redactarlo.
Las prisas de mi tía Julia se tornaron en esos momentos hacia cierta calma, ¿quiénes eran todos aquellos parientes? Algunos, como Marta o como yo, que pasaba todos los veranos al menos un par de días en la casa, bien, éramos la familia, ¿pero el resto? ¿Qué había sido de sus vidas? ¿A qué se debía esa lejanía de la familia? ¿Podía llamar familia a gente que no conocía, que no había tenido trato alguno? ¿Eran familia realmente aquellas personas que, incluso, nada o casi, tenían la misma sangre? ¿Cómo podía considerar familia a aquellos seres? El resto de la tarde la pasó en el estudio, leyendo y releyendo aquellos papeles, buscando una razón para tener aquella familia.
Marta andaba con la mosca detrás de la oreja, aquella situación había roto la armonía de la casa, había cierto aire en el ambiente, cierta “angustia” o cierto “desconcierto”. Pero todo estaba en la mente de Marta; la tía Julia siempre había hecho y deshecho lo que le había dado la gana, sin contar con nadie, pero desde hace al menos diez años, todo era calma chicha, rutina y más rutina; todo obedecía a unos cánones de conducta y actuación, nada se salía por su propio pie de los patrones establecidos.
La mañana siguiente fue un poco más de lo mismo, la tía Julia seguía con aquellos papeles desparramados por la mesa del estudio, los miraba, los colocaba y los volvía a leer. Marta no se atrevía a molestarla, a preguntarla; la miraba desde la puerta y se acariciaba el mentón sumergida en un mar de dudas. De repente, la tía Julia se puso a escribir, de su propio puño, cartas, una, dos, tres y así hasta catorce misivas. Aquellas cartas iban dirigidas a su “familia”, con la petición expresa de que tal día y a tal hora, estuvieran en la casa. Tanto Marta como yo, recibimos la carta. Las cosas se hacen bien o no se hacen, creo que debió de pensar tía Julia, aunque era un poco absurdo enviar la carta a Marta puesto que vivía con ella.
La tranquilidad volvió a la casa, la normalidad se estableció de nuevo y poco a poco Marta volvió a retomar la serenidad, incluso olvidó los tejemanejes de días anteriores de mi tía.
-Julia, ¿por qué he recibido una carta suya?
-¿La has leído?
-No aún no, pero me parece extraño.
-Pues no te extrañes de nada y léela, así sabrás algo más.
Con temblorosa mano, Marta abrió la carta:
“Querida Marta, como familia mía que eres, es mi deseo que el próximo día 22 de agosto, martes para más señas, a las 11:30 horas estés presente en la casa, en el estudio, para conversar sobre temas que a ambas nos son de interés.
Te saluda atentamente,
Julia Cordero Matalobos”
-¿Y no podía habérmelo dicho en vez de enviarme la carta?
-Las formas son las formas y, desde luego, con la cabeza que tienes, si te lo hubiera dicho de palabra tal vez se te habría olvidado. De esta forma no creo que haya error posible.
La mía, la carta que me envío a mí, no fue muy distinta a la de Marta; me citó el mismo día pero una hora antes. Para esa fecha, yo estaría de vacaciones por Sevilla, y desde luego no era mi intención interrumpir aquel merecido descanso. Llamé a la tía Julia por teléfono y le comenté mi imposibilidad de estar en tal fecha, pero sus palabras no me dejaron escapatoria alguna, estaría en la casa ese día y a la hora fijada. Hablé con Marta, quería saber qué pasaba para haber recibido aquella carta, pero tampoco me sacó de dudas; es más, creo que aumenté más las dudas de Marta.
La vida en la casa continuaba como si tal cosa, la monotonía vestía el mismo traje, la rutina era compañera fiel de aquellas mujeres. En la casa también estaba Marcelo, un hombre entrado ya en años que había estado toda su vida al cuidado tanto de la casa como de las tierras, las cuales las tenía mi tía alquiladas a varias familias del pueblo. Marcelo era un hombre muy capaz, resolutivo y con una gran mano izquierda, sabía desenvolverse en cualquier tipo de situación. La tía Julia tenía en Marcelo una mano derecha de gran provecho, casi nunca necesitaba su aprobación para ejecutar o resolver alguna incidencia, sabía cómo sacar provecho para la casa de las situaciones. Pese a que tenía cierta independencia en sus actos, a él le gustaba contar con el parecer de mi tía Julia, la cual, en la mayoría de los casos, le dejaba hacer sin más. La mano izquierda de Marcelo jugaba, por decirlo de alguna manera, con mi tía, él le contaba lo que pasaba y las actuaciones que había pensado y ella siempre las reprobaba. Lo que mi tía no sabía, al menos eso pensaba yo, era que Marcelo ya había ejecutado las órdenes antes de habérselas comentado. Pocos o casi ningún problema llegaba a mi tía sin que ya estuviera resuelto, y eso era muy de agradecer.
El domingo, visita de Roque, el párroco. Esta vez, lo divino tomó muy poco tiempo, para profundizar mucho más en lo humano. A él también le hizo un encargo, ya que contaba con la información. Quería saber la naturaleza de su corta familia, el porqué de tanto alejamiento entre ellos, deseaba conocer aquellos secretos que se ocultaban bajo el confesionario de aquellos parientes, antecesores suyos hoy desaparecidos. Deseaba esclarecer, por si hubiera, algún hecho oscuro. Pero el secreto de confesión es secreto, y Roque no estaba dispuesto a desvelarlos. Eso sí, copita a copita la lengua se hace más ágil, y parece cobrar vida, y sin darse cuenta. Roque contó hasta lo inconfesable. De nada le sirvió a mi tía Julia, no hay hechos oscuros, no hay riñas familiares, no hay vergüenzas ni deshonras. Lo único que sacó en claro tía Julia, es que su familia se fue disgregando y “desapareciendo” no por maldad entre la familia, sino por el espíritu de libertad y búsqueda de horizontes.
Don Juan Manuel, bisabuelo de mi tía, llegó desde la capital hasta allí, donde fundó aquel imperio; compró tierras que poco a poco fue aumentando, hizo la casa, contrató trabajadores e hizo algún que otro negocio. Todo esto fue pasando de mano en mano hasta llegar a mi tía. Ella vivía en la ciudad, tenía un pequeño apartamento y poco quería saber de tierras y negocios. Había estudiado, pero siempre se le negó, o ella se negó, al trabajo; dedicaba su tiempo a la lectura y a la pintura, que aún no dándosele mal, jamás llegó a exponer. Ahora la casa está decorada con algunos de sus lienzos. Fue poco prolífica la familia, un hijo, a lo sumo dos; esto fue, en cierta manera, una rémora que interrumpió la vida de mi tía. Al morir su padre, bastión hasta entonces de la familia, tuvo que abandonar la ciudad y ocuparse de la casa, ahí se interrumpió su vida, hubo de dejar su pasión de las artes para dedicarse por entero al mantenimiento de la familia, más bien, de sus bienes. Más de una vez hubiera abandonado todo por volver a su apartamento, por tomar de nuevo los pinceles y su vida un tanto ascética. Pero no pudo ser, tenía la responsabilidad de mantener y cuidar de quienes trabajaban sus tierras, a la pequeña familia, al mundo que ahora deseaba más que nunca que no desapareciera, a la vida que ahora amaba. Ahora sabía que aquello había sido un regalo. Con el tiempo supo hacerse con las riendas de la casa, y teniendo a Marcelo a su lado, todo fue mucho más sencillo. Pocas cosas han cambiado en todo ese tiempo.
Yo visitaba regularmente a mi tía y a mi prima, algo más desde que mi padre falleció, son como los lazos que no se quieren cortar. Mi infancia la pasé en la casa, y fui, de algún modo, hijo de aquellas mujeres. Al no tener madre, pues apenas la conocí, ya que murió cuando yo contaba con tres años, aquellas mujeres eran para mí mis madres, y yo sólo deseaba pasar largas temporadas en la casa, junto a ellas. No me mimaban en exceso, pero el calor y el amor que me infundían llenaban la ausencia de mi madre. Por eso, tampoco podía faltar a la cita con mi tía, no la podía fallar. Me lo dieron todo, tanto esas cosas que no se ven, como las que se ven, nunca estaré lo suficientemente agradecido.
Llegada la fecha de la cita, entré en la casa, tras los besos y abrazos de rigor, la conversión a tres bandas y el café reponedor, llegó la hora.
-Son las once, pasa al estudio –me dijo tía Julia.
Marta y yo nos miramos, fue un cruce de grandes interrogantes; hasta ese momento no había vuelto a pensar en la carta ni en lo que era la cita en sí. Un cierto nerviosismo recorrió mi cuerpo.
-Siéntate, por favor. Te preguntarás cuál es el motivo de esta charla, o reunión, o como quieras llamarlo, ¿verdad?
-Desde luego que me ha sorprendido todo esto, la carta, esta ignorancia.
-Verás, he estado pensando que quizás me quede poco tiempo.
-¿Está mala? ¿Tiene alguna enfermedad?
-Jamás he estado más sana que ahora, pero tengo una edad y es mi deseo dejar atados ciertos cabos.
-No cuente conmigo para eso, yo ya tengo todo lo que necesito.
-No se trata de ti, es de mí de quien hablamos.
-¿Qué quiere decir?
-Ya sé que tienes una vida, y por las noticias que me llegan tanto de ti, como de otras fuentes, sé que eres feliz y eso me enorgullece.
-Gracias tía, entonces no entiendo…
-¿Te has preguntado alguna vez dónde está el resto de tu familia, de nuestra familia?
-Ciertamente no, jamás me lo he planteado, somos los que somos, o eso creo.
-No vas muy descaminado, quiero que veas esto.
Abrió el árbol genealógico que Carlos había hecho.
-¿Qué te parece? Es tu familia.
-Siempre pensé que tú, Marta y el primo Félix éramos lo que quedaba de familia.
-¿Te sorprende?
-Un poco sí, la verdad, ¿pero a qué viene esto ahora?
-Tengo que hacer reparto de mis bienes, tengo que dejar constancia de mis últimas voluntades.
-No lo diga así que me entra mal cuerpo.
-Todos los que ves aquí han sido citados por mí, tú eres el primero, Marta la segunda y el resto, irán viniendo poco a poco. Mi intención es que nos conozcamos todos, que sepamos algo más unos de otros. Y tengo el propósito de no dividir la hacienda. Sin embargo, como herederos, he de hacer reparto de bienes.
-No tía, yo no necesito nada, la verdad es que no quisiera que la casa desapareciera, guardo tan buenos y entrañables recuerdos de aquí, que no sé si podría soportar no volver.
-Deja, deja, también es intención mía que las cosas no cambien, necesito saber de qué calaña está hecha esta familia.
-¿Y dónde entro yo en este juego?
-Es cosa seria, ningún juego. Conocernos todos, saber de nosotros, cómo somos, qué queremos, qué necesitamos, qué metas tenemos.
-Eso no es de un día para otro, ni siquiera en años conocemos a las personas.
-Cierto, pero hay valores que se pueden poner al descubierto con un simple clic.
-Explíquese, la verdad que no sé a dónde quiere ir a parar.
-Como bien dices, no se conoce a las personas de un día para otro, que ciertas circunstancias aceleran o pueden acelerar esos procesos. Dentro de unas semanas tendrás noticias mías, no quiero que te alarmes, te haré venir y sabrás en su justo momento cuál es la decisión que he tomado. Pero necesito que guardes en silencio esta conversación; nadie, y cuando digo nadie es nadie, debe saber lo que hemos hablado.
-No pierda cuidado tía, seré como una tumba.
La reunión duró casi una hora, y hasta la hora de la comida, estuve paseando por las tierras. El turno era ahora de Marta.
-Marta, esas preguntas que te has estado haciendo estos últimos días, tendrán ahora respuesta, ¿crees que no me he dado cuenta de tu comportamiento?
-Sé que no se te escapa nada, pero creí que sería ignorado.
-Habéis hablado tú y Gonzalo por teléfono, me has interrogado con la mirada, has querido escuchar las conversaciones y no lo has hecho. Yo no dejaría que tu fidelidad y que tu honradez no tengan recompensa.
-Desde luego que soy más trasparente de lo que creía. Es verdad lo que dices, me reconcome esta situación de ignorancia en la que me tenías.
-Tú y Gonzalo sois las dos únicas personas en las que confío, las dos formáis parte de mi corazón y jamás tendría palabras para agradecer el estar conmigo. Quiero que veas esto.
De nuevo, tía Julia extendió el árbol genealógico sobre la mesa del estudio.
-¿Ves? ¿Sabes qué es esto?
Mirando detenidamente aquel papel, contestó.
-Es el árbol genealógico de la familia, ¿no es cierto?
-Sí, ¿conoces a alguien aparte de a mí o a Gonzalo a Félix y a ti?
-La verdad no, no sé quiénes son el resto de nombres que aparecen aquí, no tengo ni la más mínima noticia de ellos.
-Son nuestra familia, quieras o no, pertenecen a nuestra sangre. Nos hemos ido dispersando, perdiendo el contacto hasta ser unos desconocidos. Es posible que ni siquiera ellos sepan que existimos, pero somos familia.
-¿Y por qué ahora?
-¿No te das cuenta de que vamos cumpliendo años y que cualquier día saltaremos al otro reino? ¿Que por fin entraré en una iglesia?
Aquello iba con un poco se sorna, “entraré en una iglesia”. Menos mal que Roque había desistido de hacerla entrar, aunque sabía que en algún momento de su vida estaría en una iglesia.
-Sí, lo sé, pero ya había hecho testamento hace unos años.
-Testamento, ¿qué testamento? No sabía quiénes éramos, no había pensado que aparte de nosotros tres, cuatro, había desperdigadas por el mundo ramas de esta familia. Ellos también son nuestra familia, y es mi deseo saber cuál es la situación que nos ha llevado a este alejamiento.
-De ahí las cartas que me mandó echar al correo, de ahí las cartas que hemos ido recibiendo.
-Todos han contestado y por fortuna todos pasarán por casa en estos días. Una vez los conozca a todos, los reuniré, daremos una comida, nos conoceremos, y nos trataremos como iguales.
-Por cierto, ¿dónde queda Marcelo?
-No te preocupes por Marcelo, es un pilar importante de esta familia, y aún no siéndolo, él pertenece quiera o no a la familia. De igual modo, Don Carlos, por su constante dedicación y preocupación por nosotras, también estará presente.
-¿Y Don Roque?
-¿Roque?
-Sí, el párroco, ¿no debería de estar también?
-No había pensado en él, quizá sea un buen punto de vista a tener en cuenta. Cuando lo tenga todo organizado, hablaré con él.
Marta descansó con las palabras de tía Julia, aquellas intrigas y complots que creyó ver, aquellas dudas, fueron disipadas.
A lo largo de los días fueron pasando los nuevos familiares por la casa; tía Julia fue dando cuenta, uno a uno, de las noticias y las relaciones que nos unían, así como la intención de conocernos todos, de formar una familia donde cobijarnos, donde tener alegrías y consuelo, donde todos formásemos partes de un todo. Quería formar un recuerdo, una memoria de aquella familia, crear una unión. Todos se asombraron en un principio, pero, quizá en nuestro interior, ansiamos algo que jamás hemos tenido, la soledad había navegado con nosotros, nos habíamos ido dispersando, alejando hasta perder contacto, olvidándonos unos a otros. Ahora mi tía tenía en sus manos una baraja nueva, y repartía las cartas. Su intención original no les fue desvelada en ningún momento, no quería darles ninguna oportunidad, ninguna pista que pudiera hacer fracasar sus planes antes de tiempo. Pienso que, en el fondo, todos los que pasaron por allí, salieron con alguna idea, no muy descabellada, ni alejada de la realidad. Creo que en algún momento supieron que serian herederos de algo, de parte de aquellos bienes.
Al fin la noticia llegó, mi tía nos reunía el domingo, habíamos de estar sobre las doce en la casa para ir conociéndonos, para participar en un pequeño aperitivo, departir sobre nuestras vidas, tomar contacto unos con otros y, ya sentados en la mesa, hablar sobre nuestras vidas, sobre nuestras familias y crear ese lazo de unión.
La realidad fue otra bien distinta. El domingo poco a poco fuimos llegando, yo no fui de los primeros, pero la noticia nos sorprendió a todos. Marta nos esperaba en la puerta, vestía traje largo negro, con remates blancos, estaba realmente elegante. Al llegar se lanzó a mis brazos, llorando me dijo que mi tía Julia no había podido ver cumplido su sueño, nos había abandonado antes de tiempo. Mi corazón quiso dejar de palpitar y las lágrimas brotaron de mis ojos en un continuo río bravo.
-Quiero verla, quiero despedirme de ella.
-No, no te conviene verla, y su deseo también es que la recordemos como era.
-Pero quiero verla.
-El médico dijo que no podía hacer nada, está desfigurada, créeme, yo la vi y no pude resistirlo.
-¿Qué pasó?
-Marcelo estaba quemando abajo unos rastrojos, no me preguntes por qué, pero Julia salió a la ventana y, de alguna manera, perdió el conocimiento o se desvaneció y cayó en la hoguera.
-¡Dios! Qué muerte más horrible.
-Marcelo me llamó gritando, yo estaba en la cocina haciendo la comida, como pudo la sacó de allí, pero ya era demasiado tarde, su cuerpo había perdido la vida. Estaba desfigurada, ¡con lo guapa que era! El párroco y Don Carlos vinieron ayer. Entre los dos han organizado el funeral, yo no tengo fuerzas para nada.
-Me has hundido, sabía que algún día nos dejaría, pero no ahora. ¿Qué será de nosotros sin tía Julia?
-Don Carlos nos ha comentado que en su última charla, si por los azares de la vida no llegaba al día de hoy, todo siguiera su ritmo, deseaba más que nada en el mundo, tener a la familia, y eso también lo haremos hoy.
-No sé si podré, con la casa llena de desconocidos, con este dolor que mata. ¿De dónde sacas tú fuerzas?
-No las tengo, ya no me queda ninguna fuerza. Pero cumplir el deseo de Julia es como tenerla entre nosotros.
-Esperaba un día de felicidad, y esto es lo que me encuentro.
-Pasa y reúnete con los demás, poco a poco irá llegando el resto.
Por alguna razón que hoy sigo sin comprender, en las caras de aquellos desconocidos familiares, había un sincero gesto de dolor. No era posible que, todas aquellas personas, en tan solo unas horas en las cuales habían departido con mi tía, hubiera crecido o nacido un sentimiento de amor hacia ella. Cuando no la conoces, parece que es una persona bronca, pero al cabo de unos minutos, te das cuenta de que todo obedece a cierta disposición de trato, la verdad es que era la mejor persona que he conocido nunca.
Hicimos las presentaciones, nos dimos abrazos y estrechamos las manos. Curiosamente, me sentí reconfortado, creí notar en sus gestos, en su tacto, en sus miradas, que compartíamos el mismo dolor, pesar por la muerte de tía Julia. Era el dolor de unos extraños el que me reconfortaba, extraños que por un momento dejaron de serlo.
En el estudio se había dispuesto el ataúd, cerrado. Allí estaba Marcelo, custodiando el féretro. Me senté junto a él. Nos miramos, no dijimos nada y me puso la mano en el hombro. Era la primera vez que veía los ojos de Marcelo tristes, aún así seguían teniendo el brillo que la vida le había regalado. Yo le cogí de la mano, estaba fría, áspera y sin embargo, serena. Era justo la paz que necesitaba encontrar yo ahora. Aquel hombre me devolvió la serenidad. Todo el desasosiego que yo tenía, se había esfumado como por arte de magia, una paz interior llenó todos mis sentimientos, mis pensamientos. Salí tranquilo del estudio. Roque se me acercó, me saludó como hiciera en tantas ocasiones, con esa simpatía que tienen los curas que no sabes si van o vienen, o que quizá están de vuelta de todo. Tantos años haciendo lo mismo se llega a crear rutina.
Me reuní con el resto de la familia, poco hablamos de tía Julia, aunque sí agradecí, y así todos lo hicimos, que nos hubiera reunido. Lástima no ver cumplido su sueño, pero ahora nosotros teníamos la obligación y la misión de verlo cumplido. Hablamos de nosotros, de nuestras vidas, de quién éramos y de dónde veníamos, de qué lazos nos unían, de cómo éramos y qué hacíamos. Si no fuera por la falta de la tía Julia, aquella velada hubiera sido enriquecedora, pero la vida sigue, y entendí que ahora nuestro cometido era seguir los mandatos de la tía.
Fue un día largo, pesado. Nos reunimos en la mesa, comimos y continuamos estrechando lazos, compartiendo la vida, las alegrías y las penas, no hubo espacio para olvidar a la tía Julia, siempre aparecía en nuestras conversaciones, hasta llegar la noche.
La misa y el entierro serían a la mañana siguiente, tal y como dispuso ella, sin demasiado boato, y por fin el padre Roque vería a mi tía dentro de una iglesia. No era la mejor forma de verla, pero allí estaría.
Al día siguiente fueron llegando todos los familiares a la casa; uno a uno llenamos el estudio. Don Carlos y Roque parecían presidir el velatorio, alrededor nos dispusimos el resto. Marta, que había estado bastante ajetreada, estaba en la puerta; parecía esperar a que llegara, como siempre, y la última, con su porte de distinción, tía Julia. Por un momento me dio pena, me acerqué a ella y le dije que me acompañara.
-No falta nadie, estamos todos aquí –le dije.
-No, no falta nadie, estamos todos. Ella…
No la dejé acabar, no quería verla llorar, no podía verla sufrir.
-Ella lo dispuso así. Ven, únete a nosotros.
-No, déjame aquí, quizá…
No acabó la frase, se tapó la cara con las manos y yo la abracé. La tome por la cabeza y le di un par de besos. Su mirada no era triste, no había dolor, ni compasión, no había fondo en su mirar. Todo estaba bien, siempre había estado todo bien, el tiempo le había enseñado una lección, cuando perdió a su marido y a su hijo ya había derramado demasiadas lágrimas; lágrimas que no conducen a serenar el alma, que calman la angustia, pero que no te liberan de nada. Estaba entera y para mí era sorprendente, a pesar de todo yo seguía teniendo cierto infundado miedo por ella.
Llegó la hora de trasladarnos a la misa de funeral. Tanto Roque como Don Carlos, callados desde un principio, deseaban, antes de partir, ofrecer unas palabras. Don Carlos comenzó primero.
-Como todos sabéis, soy el abogado y contable de Doña Julia, albacea también de sus voluntades. No es momento para desentrañar nada aquí; sin embargo, es su deseo, y así me lo hizo prometer, que en su nombre os pida perdón. Perdón por lo injusta de la vida, perdón por la tardanza de sus obras y perdón por lo que ha hecho. Es una prioridad de Doña Julia, que ustedes se conozcan, que estrechen lazos y que no se abandonen ni alejen, que perdure el contacto y tengan el mayor roce posible. Es voluntad que esto sea así y por lo cual, me ha hecho hacerles prometer, que serán una familia, que se quieran, que se hablen, que rían sus alegrías y lloren sus penas juntos. Que sean, en definitiva, una familia. No es mi deseo extenderme injustificadamente, pero tanto el padre Roque como yo tenemos la obligación de fomentar, animar y mantener esta relación. Ahora el padre Roque también dirá unas palabras.
-Queridos hermanos y hermanas, en un día como el de hoy, en el cual nuestro señor Jesucristo ha bendecido nuestra morada con el milagro de la vida y la muerte, con la resurrección eterna, hemos de reconocer la labor y la vida de Doña Julia, persona, a mi juicio, de una entereza, una responsabilidad y una fe a prueba de caídas y resbalones. Puedo deciros que su vida no fue fácil, sin embargo siempre tuvo la mano y cariño dispuesto para responder. Nunca pisó la iglesia, aún así no conozco otra persona con un corazón tan grande y hermoso; personalmente, he de darle las gracias por todos estos años en los que hemos compartido todo tipo de vicisitudes, de ella aprendí que la vida siempre paga peaje, que el querer levantarse es seguir los pasos de Nuestro Señor, que no hacen falta miles de granos, sino un grano para hacer granero, que con uno se empieza y ya llegará el resto. Hay enseñanzas que no se estudian en las escuelas, ni siquiera podemos encontrarlas en la biblia, tan solo en la vida, y en la vida de algunas personas, encontramos nuestro camino. Ahora Julia nos estará contemplando desde las alturas, y posiblemente esté orgullosa de lo que ha conseguido, pero más grande será su orgullo si seguimos sus enseñanzas. A mí también me confesó la felicidad que le producía reunir a su familia, extraños unidos por un fino cordón, cordón que ella quería sembrar, regar y hacer florecer. Sea, pues, que la vida nos deje ser jardineros de este jardín, que entre todos reguemos, cuidemos y mimemos este trocito de edén. Recibid todos la bendición de Nuestro Señor Jesucristo y que sea compañero de camino, así como lo fue para Julia.
Marta tomó el relevo. Abandonó su posición en la puerta, y franqueada por Roque y Don Carlos, se dispuso a hablar.
-Gracias tanto al padre Roque por ser partícipe de estos actos, como a Don Carlos por ser parte de todo. La verdad, no sé cómo decir, cómo explicarme, o cómo resolver esta situación que tenemos en nuestras manos, tanto en las del padre Roque como en las de Don Carlos y en las mías. Una difícil situación. Quizá mi prima Julia me ha dejado la parte más complicada y no sé cómo he de solucionarlo sin hacer daño a nadie. No ha habido intencionalidad alguna ni por mi parte, ni por parte de Julia, ni por estos dos buenos hombres –señalando con sus manos al padre Roque y a Don Carlos-, en causar daño a nadie. Marcelo, que ya saben todos quién es, también es poseedor de un secreto. Todos hemos jugado, no porque quisiéramos, y debo decir que injusto nos parece, pero son los dictámenes de Julia.
Ojeé las caras de los nuevos familiares, y éstos a mí. Nuestras caras mostraban incertidumbre y las palabras pronunciadas por Marta nos dejaban embargados en la duda, sin entender de qué hablaba. ¿De qué secreto era poseedor Marcelo? ¿Qué juego era aquél que nos había arrastrado a todos? ¿Por qué tenía que decir la última palabra tía Julia? ¿Qué había dejado en el tintero? Marta nos observó durante unos instantes y habló de nuevo.
-Quiero pediros mis, nuestras –rectificó Marta señalando a Roque, a Don Carlos y a Marcelo-, más sinceras disculpas, juro que no es el juego al que deseábamos jugar, que raya la crueldad y tal vez deje heridas. Somos, nosotros cuatro, poseedores de un secreto, un secreto cruel y del que hemos sido partícipes sin quererlo, no es culpa nuestra, pero ya entenderéis el por qué de esta situación.
Desde el otro lado del estudio, en la puerta tía Julia apareció de repente.
-Muy bien, se acabó el juego.
Nos giramos todos hacia la puerta, miramos a mi tía con estupor, alguno se volvió a mirar de nuevo el ataúd sin dar crédito a lo que estaba pasando.
-Queridos familiares, creo que necesitáis una urgente explicación de mis actos, pero antes he de dar las gracias a mi prima Marta, a Don Carlos y al padre Roque como también, por su fidelidad, a Marcelo. Ellos han sido participes de esta farsa, ninguno estaba de acuerdo con este plan urdido por mí, sobre todo el padre Roque, pero las intenciones, las palabras que cada uno de ellos han pronunciado, son exactamente lo que deseo para esta nueva familia.
Estuve a punto de echarme a llorar, por un momento el mundo se me vino abajo, pero una inmensa alegría llenaba mi cuerpo. Mi tía Julia estaba viva, y aquel sentimiento podía más que cualquier farsa. No sé del resto de familiares cuáles eran sus sentimientos, pero en absoluto me sentía defraudado o engañado.
Mi tía fue, uno por uno, abrazándolos, pidiéndoles perdón y dándoles las gracias. Ni una sola de sus bocas pronunció palabra de reproche, no sé si por estar sumidos en el estupor o porque no encontraban motivo para ello. Al acabar, se situó al frente del ataúd, agarró del brazo al padre Roque y a Don Carlos, hizo un gesto de aprobación hacía Marcelo, y se dispuso a hablar.
-Gracias a todos por venir, y gracias tanto por vuestros gestos como por vuestros actos. He de pediros perdón a todos, pues no es justo lo que ha pasado, no es justo y lo sé; mis actos no son justificables, no lo son, responden, quizá por mi vejez, quizá por mi arrogancia, a un fin, este acto cruel será recompensado. Me gustaría que pasarais el día aquí, que comamos y departamos alegremente, que pueda ahondar en vuestros corazones y vosotros en el mío.
Marta apareció de repente, con una bandeja de copas del vino que le gustaba a Roque, una copita para cada uno.
-Brindemos por el inicio de esta nueva familia. ¡Que Dios nos guarde mucho tiempo!
León, 21 de Febrero de 2011