Palabras Camufladas: Cofradía-Liquidación por Luis Parreño Gutiérrez


PERORATA VOCACIONAL

Yo soy de la generación de las cartas escritas a mano. Soy de la generación de la espera insistente por una misiva. De la espera nerviosa por saber si contestarán o no. De la espera angustiosa por conocer noticias de alguien en otro sitio lejano. Quizás por eso no entiendo muchas cosas.

Hoy la gente se comunica con el exterior, con el interior, con el vecino de al lado, pero no hablan. Se envían emilios, tuitean, se leen en facebok o se envían mensajitos a través de la penúltima innovación: la cofradía del wasap. Pero apenas hablan.

Y qué decir de los sentimientos generados ante la espera de una contestación que podía tardar en llegarnos semanas… Nos daba tiempo a pensar en todas las posibilidades, a angustiarnos, a esperanzarnos, a sentir mil sensaciones y una más, cuando pasaban los días y no llegaba la carta esperada.

Escribir una carta es todo un arte que se ha perdido entre la noche de los ordenadores y el amanecer de la telefonía inalámbrica. Es un arte que está en liquidación definitiva. Ya nadie escribe cartas. Solo se recibe en el buzón de casa correspondencia de la llamada oficial: comunicaciones judiciales, del banco, de los ayuntamientos, publicidad, pero no verdaderas cartas, ni siquiera cartas de amor.

Ante la presentación de un currículum se acostumbraba a responder con una carta,  bien citando al interesado, o bien de las llamadas “de desencanto”, educadas pero frías en su contexto, diciéndole que ya le avisarían en caso de que. Hoy una fría llamada de teléfono pone en contacto y un simple mensaje derrumba esperanzas de futuro.

Hoy se siguen escribiendo cartas, sí. Pero cartas impersonales, que se envían por medio de la electrónica y que son contestadas casi a vuelta de bit, sin tiempo para generar sentimientos amables, contradictorios, temerosos, festivos… Se escriben cartas de condolencia, pero sin condolencia, como si se tratara de la liquidación de un bien semoviente, sin importar si el muerto era o no tal o cual persona, tal o cual dignidad, de tal o cual cofradía, simplemente, automáticamente, como quien camina de puntillas con sus dedos sobre el teclado del ordenador.

Yo soy de la generación de las cartas escritas a mano. Soy de la generación que aprendió a escribir cartas con letra redondilla, cuidada, con pluma y tintero, con sentimiento, con cariño, con rabia, con desesperación, con estilo. Soy de la generación que ha sufrido esperando una carta de amor.
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De la generación que acarició un trozo de papel con la letra de la persona amada hasta desgastarlo. De la generación que fue admitida y despedida mediante comunicación oficial, en papel, con sello y matasellos.

Soy de esa cofradía exterior que se llama a sí misma generación en liquidación por fin de existencias emocionales. Pero ¿saben ustedes una cosa.? Que nada ni nadie ha sido tan feliz y desgraciado a la vez
como los miembros de nuestra generación escribiendo una carta y esperando contestación.




Luis Parreño Gutiérrez 14/06/2013