Caleidoscopio de Jaime del Egido


2.- ¡Como pasmarotes!


¡Cómo han tremolado al viento mis hojas con la llegada de las instrucciones para este primer encargo de Espacio-24! Se han refrescado y yo consigo recobrar la atención propia de los bambúes.
¿Qué cómo veo, o qué me parece, el cuadro de Seurat?
Sin duda, un bambú como yo, ya conocía el cuadro por una consulta que había hecho en las circunvoluciones de mi tronco (se corresponden con la década de 1880, en vuestro calendario). Percibo el paisaje veraniego y fluvial en una jornada festiva para los habitantes de la Grande Jatte, pero capto otros matices que me otorgan mis cualidades. Hay un revoltijo de niños, mayores y animales en torno a la rivera del río que me produce mucha pena. ¡Pena por verles tan estáticos!
Solo hay una niña que está saltando, los demás están sentados o tumbados, y otros de pie como pasmarotes. ¡Teniendo la posibilidad de correr, saltar, desplazarse o bailar, no entiendo que se elija estar quieto!
Pero, bueno, es una opinión personal. Si echo mano de mis dotes adivinatorias acerca del futuro de cada persona, entonces el cuadro toma otro cariz bien distinto al aparente.
En primer término, a la izquierda del cuadro, están varias personas sentadas que, indolentemente, dejan pasar la tarde sin demostrar otro interés. Sin embargo, en la noche, ella se afanará en labores domésticas mientras ellos beberán vino hasta embriagarse.
La pareja que aparece en primer plano, presentan un feliz aspecto de orgullo y aristocracia. Él, adornado con su sombrero de hongo y bastón de mando, es el juez del distrito veintisiete. Ella, vestida en tonos oscuros, rebosa de una elegancia natural que se personifica en un coqueto sombrero y sencillo paraguas. Él reparte justicia y ella es la modélica mujer del “cesar”. Pero solo insinuaré que, bajo el ropaje de maravillosa estabilidad, se da una infidelidad apasionada de la que, por mera discreción, no puedo dar más detalles.
La madre y la hija adolescente, están un poco más atrás. La joven, con su ramo de flores, deshoja la margarita: “me quiere, no me quiere, me quiere…” Finalmente, y a pesar de la vigilancia de su madre, “se quisieron”.
A continuación, más atrás, ya en zona soleada, caminan con parsimonia una abuela y su nietecita. La abuela es una joven pero clásica señora, con esa austeridad reflejada en su digna porte; la niña, vestida de blanco de los pies a la cabeza, es una obediente pizpireta. Solo revelaré que en la vida cotidiana, también llevan esa misma vida de aburrimiento y contención en exceso.
A la izquierda del cuadro, a lo largo de las márgenes del agua, se ven gentes como mirando el paso de las regatas. Yo las presiento ensimismadas en la luminosa tarde.
Hay un joven espigado, que porta un gorro tipo casco militar prusiano y que está experimentando con un cometa al que pretende hacer volar. Ensaya el vuelo de su vida, y ya os adelanto que tanta repetición siempre tiene premio.
Aunque apenas se aprecia, pues el dibujo es puntiforme, hay una pareja de gendarmes que son los encargados de mantener el orden. En el contexto idílico que les rodea, apenas tienen trabajo y se dan un solemne y lento paseo por la orilla del lago. En contraste, su conversación se centra en historias espeluznantes que han tenido la suerte o la desgracia de presenciar en alguna ocasión estando de servicio. Tratan de encontrar humanas justificaciones a hechos delictivos producidos en arranques de ira o de celos en
los llamados crímenes pasionales… Uno de ellos, hace crítica de esa absurda ley que atenúa el castigo en este tipo de delitos.
¡Claro que veo el agua!, el velero, el bote de vapor y hasta el pequeño buque a punto de zozobrar. En los entresijos de la armadura y la oscuridad de la bodega de este último, vagan historias de gentes que se pasearon, en otra época, por la cubierta del barco.
No me olvido de los perros ni del mono por mascota, ni de las dos mujeres: la que hace ganchillo y la que consigue formar la madeja tirando del hilo del ovillo. Sin embargo, desvelar lo oculto y misterioso de todos ellos (o el futuro, meramente), excedería de los límites planteados para esta misión.
Para finalizar tengo que alabar la sorprendente técnica del autor: Logra con ese puntillismo una gran luminosidad a la escena.
Y solo una crítica: su imperdonable olvido de pintar un bosquecillo de bambúes o, al menos, algún árbol solitario, que hubiese dado mayor sentido de realidad y equilibrio a la escena.


Bambo