Alter Ego de Mª Evelia San Juan Aguado


De bronce


Mientras mi pequeño se alimenta de mí yo me dedico a observar la vida que bulle a mi lado, cotidiana en general, extraordinaria en algunas ocasiones, en la que abundan personas atareadas que desfilan deprisa, sin fijarse en nada que no sea sus propios quehaceres, mientras los mayores pasean lentos, intentan aprovechar los poco frecuentes rayos de sol invernales y se sientan en los bancos. A diario pasan grupos de escolares que destinan la mañana a conocer mejor la ciudad acompañados por sus profesoras y monitoras, a las actividades educativas complementarias que les ofrece el Ayuntamiento, que para muchos de ellos son una especie de pequeña fiesta dentro de la rutina de las clases. Me gustaría que me contasen cuando regresan lo que les ha gustado de la experiencia, pero pasan veloces de camino hacia sus colegios, charlando, quizá comentando las vivencias de la actividad, quizá en sus intereses interneteros. Puedo reconocer los días festivos por la tranquilidad matutina, la ausencia de gente hasta el mediodía, los paseantes con carritos infantiles y niños acicalados que disfrutan de chucherías y juguetes, la mayor afluencia de compradores en las casetas que ocupan la parte izquierda del paseo y ese aire abigarrado de cierta alegría en el ambiente.

Me siento a gusto en mi ciudad: estoy en el meollo, tengo una perspectiva inmejorable, pues a mi izquierda el gran parque me ofrece sombra en verano, abrigo en invierno y aromas suaves todo el año. Me acompañan y alegran las flores primaverales y cuando en otoño las hojas secas me acarician una especie de rubor recorre mi espina dorsal y pido seguir aquí y así por siempre. Frente a mí la calle emblemática, comercial y bulliciosa, que desemboca en la estación del tren, con un gran reloj en lo alto. Hay un tráfico incesante de vehículos, los autobuses van y vienen, a
veces suenan bocinas… por eso no consigo escuchar los cantos de tantos pájaros que tienen sus nidos en el parque, y ello me apena. Sin embargo, el carillón del edificio de una entidad bancaria, situado a mi derecha, resuena con fuerza cada cuarto de hora y a las horas nos deleita con el himno. Y abajo, en la plaza, unos caballos pacientes juegan con los niños. Hay otra madre asentada allí, que observa con displicencia el palacio donde se deciden tantos aspectos de nuestra vida. Ya me gustaría que me contara sus vivencias, pero cada una de nosotras se afana en lo suyo.

Algo más allá, el mejor teatro de la ciudad ofrece su perspectiva de piedra y grandes ventanales. En las grandes ocasiones puedo leer los carteles anunciadores de tantas actividades culturales y artísticas que allí se desarrollan. La más importante, sin lugar a dudas, es la entrega de los premios que llevan el nombre de la heredera de la corona a todos los rincones del mundo. En el mes de octubre, puntualmente, la ciudad se engalana para recibir a todos los ilustres premiados, que ofrecen conferencias y actos complementarios en torno a sus respectivos campos del conocimiento, como forma de corresponder al galardón. Los reyes acuden puntuales, dan recepciones, asisten a un concierto y entregan los premios en una ceremonia solemne, calurosa, que la TV local transmite y comenta. Me encanta el ambiente festivo de esos días, los desfiles de personajes, las aceras cuajadas de personas que aguardan pacientes para ver de cerca el desfile de personas importantes que tienen invitación para asistir a la entrega de los premios y visten preciosos trajes, tacones y bolsos de gran lujo. El ambiente suele ser también muy populoso en la semana de fiestas de la ciudad, con grandes grupos de gentes que se desplazan de un sitio a otro en busca de los espectáculos programados. El desfile de carrozas y grupos del día de América tiene un aire de animación que disfruto casi tanto como si yo misma pudiera participar.

Como me gusta estar al tanto de la actualidad procuro mantener siempre los oídos alerta y escuchar las conversaciones que me rodean: sé que así solamente voy a conseguir una información parcial, siempre voy a estar condicionada por mi inmovilidad, ¡lo siento!

Una ciudad monumental como ésta bien merece ser visitada con calma, recorrer sus monumentos, museos y estatuas. Leer las obras literarias que la tienen como protagonista, pasear por sus parques y jardines y sacar fotografías para conservar su recuerdo son las recomendaciones que hago a cuantos quieran escucharme.

Firmado, Ramona de Bronce.