Cajas de pino por Pilar Torres Serrano



A CAPELA


Aunque nací en una gran ciudad en la que las distancias para llegar a un sitio u otro se hacían interminables, también tuve un pequeño pueblo de pescadores al que acudir con mucha frecuencia con mis padres. Ellos eran oriundos de allí. Marcharon, recién casados, a la ciudad en busca de prosperidad para ellos y sus futuros hijos pero sin olvidar nunca sus raíces.

Los habitantes de mi pueblo son gente humilde. Así lo recuerdo de mi niñez. Las casas escalonadas estaban pintadas desde siempre del color de la pequeña barca de cada vecino. Se decía que esta coincidencia les traía suerte y evitaba desgracias.
Como podrás entender, mi pueblo, como todo pueblo que se precie, tuvo siempre sus fiestas patronales. Las de mayor importancia eran y son las Fiestas de San Juan, el veinticuatro de junio. Al carecer desde hacía treinta años de emolumentos suficientes no se podía contratar ninguna banda de música que amenizara la fiesta. Tan solo se celebraba la misa, se realizaba la procesión y se hacía un sorteo de lotería donde se sorteaba un jamón serrano.

Un año, cuando yo tenía unos dieciséis, vino a vivir al pueblo una familia de burgueses que además eran artistas, queriendo encontrar en la aldea tranquilidad y sosiego. Compraron la única casa palaciega del pueblo que estaba situada en la plaza Mayor.
Cuando se iniciaron las fiestas de San Juan, estando los burgueses ya de vecinos en la localidad, para sorpresa de éstos, la familia recién llegada abrió el balcón superior de su casa y a capela, dos mujeres y un hombre, empezaron a cantar una y otra canción tradicional. La muchedumbre se iba poco a poco apelotonando debajo de la vivienda, y comenzaron los bailes en mitad de la plaza Mayor hasta la madrugada.

Al término de la tercera canción, Gloria, una de las cantantes, con voz profunda, hablo para el pueblo manifestando que este gesto generoso de ella y sus dos hermanos era debido al buen trato recibido en su nuevo hogar.

La fiesta se prorrogó por tres días más. Las canciones empezaban al atardecer, cuando la gente en sus casas habían tomado la merienda.

Este acontecimiento se fue repitiendo año tras año, a pesar de que el pueblo contaba ya con presupuesto para contratar con una banda de música profesional. Vecinos y burgueses estaban unidos por fuertes lazos de amistad y cariño y también estaban satisfechos por su peculiar festividad que les había hecho lograr fama a nivel local.

Y tú, te preguntarás qué fue de estos artistas y de las fiestas patronales de mi pueblo.

Los burgueses fueron envejeciendo y sus descendientes les trasladaron a la ciudad cercana. Hoy en día, ya fallecidos, cada año, por las fiestas de San Juan se sigue abriendo el balcón del palacio de la plaza Mayor y en él aparecen tres ataúdes con la forma humana de los tres hermanos. Dos sentados y uno de pie. Su casa, hoy en día, es Museo local municipal como seña de identidad del lugar y nunca faltan visitantes que marchan sorprendidos cuando les narra el guía la historia mejor contada de mi pueblo.