Cajas de Pino por Mar Cueto Aller
LOS
CUADROS DEL BALCÓN
MAR
Siempre
he sido un ser muy intuitivo. Cuando era pequeño todos mis amigos y
compañeros también lo eran. Pero en cuanto empezamos a crecer todos fueron
perdiendo esa cualidad y les asustaba verse desnudados mentalmente. Al
principio me disgustaba ver como me evitaban porque notaban que solo con verles
ya sabía si lo que decían era realmente lo que pensaban. Temí que ya no podría
volver a ser feliz, pues todos los juegos y actividades que me gustaban estaban
pensados para varios participantes como el escondite, el fútbol, ajedrez y un
sinfín de juegos divertidos e interesantes. Pero cuando me di cuenta de que mi
intuición también se conectaba a las fotos, cuadros o a cualquier objeto vi el
cielo abierto a un montón de nuevas actividades muy satisfactorias.
Un día paseando por el rastro vi en un
puesto de antigüedades un rosario de cuentas tibetano que me llamó la atención.
No sabía ni lo que era, pero enseguida intuí que me había pertenecido en una
vida anterior muy lejana. En realidad le había pertenecido a un monje saolín
llamado Lin-Chú, que por lo visto se fue reencarnando sucesivamente hasta
llegar a ser yo en el momento actual. Desde ese momento empecé a deambular siempre
que podía todos los domingos por el rastro. Sobre todo, por los puestos de
libros usados, allí siempre encontraba alguno que me interesase o que me
hiciese intuir por cuántas manos había pasado antes. En una ocasión encontré
una enciclopedia del arte, de tres tomos, llena de ilustraciones que mostraban
las obras más famosas desde la prehistoria hasta nuestros días. Ahora cuando
tengo un momento libre cojo uno de los tres tomos, lo abro al azar y me paro a pensar e intuir cuál es la
historia del cuadro, que representa y por qué motivo fue pintado. Es algo
fascinante, así nunca estoy aburrido, siempre me ayuda a pasar el tiempo e incluso a escribir
una historia del arte muy concienzuda que profundiza en cada obra. Mi editor
piensa que es pura fantasía, pero lo cierto es que es todo realidad rigurosa.
Hoy he abierto el tercer tomo casi por el
principio, he visto un cuadro de un matrimonio asomado a un balcón junto con su
perro. Se trata de unas personas poco expresivas aparentemente y muy celosas de
su intimidad. No les gusta que los vecinos sepan lo que realmente piensan y
consideran que la reputación es lo más importante de sus vidas. Se consideran
felices y triunfadores porque nadie tiene nada que reprocharles, pero en el
fondo les gustaría poder liberarse de esa carga y poder ser espontáneos al
menos dentro de la casa. He tenido que cerrar el libro y dejar de observar el
cuadro, por un momento he sentido que al hacerlo y sondear en sus mentes les
estaba traicionando y violando sus intimidades. Pocas veces he tenido tal
sensación. Ni siquiera cuando he observado desnudos o incluso escenas de
bacanales, donde noté que ni a los modelos ni a los representados les hubiese
molestado tanto el ser indagados mentalmente.
Después de cerrar el libro y recapacitar
sobre la inocencia de mi proceder y su intrascendencia, dado que ninguno de los
personajes del cuadro existe, ni sabrá nunca de mi actividad, he vuelto a abrir
el tomo de la enciclopedia. Casi lo volví a abrir por la misma hoja, pues era
justamente la siguiente, en ella pude ver una ilustración de otra pintura
semejante. Lo curioso era que en lugar de personajes, en un balcón igual al del
cuadro anterior, el pintor colocó ataúdes. Incluso colocó un ataúd pequeño en
el lugar donde había un perrito. Al momento intuí que el artista quería
representar el fin de la familia, de los convencionalismos y del culto a las
apariencias. Me sentí un poco triste al ver que terminaba tan claramente una
época, pero me alegré al presentir que ahora ya no me tendría tanto miedo la
sociedad, ya no les importaría tanto el ver desnudada su alma.
Mar