Concurso de Cuentos Navideños por Mª del Carmen Salgado Romera-Mara-
LOS NIÑOS
DEL BUS
Por la
mañana, de vez en cuando, coincido con dos niños pequeños en la parada del
autobús. Van bien resguardados del frío con gorros de lana rematados con un
pompón, bufandas, abriguitos de paño, pantalones de pana, guantes y botas.
Cada día
les lleva al colegio una mujer diferente. Algunas les hablan más y otras menos,
pero todas se preocupan de ayudarles a subir cogiéndoles de la mano, sin
sujetarse ellas para no caer mientras los tres avanzan tambaleantes por el pasillo buscando un lugar donde
sentarse próximos.
Los
parlanchines y sonrientes niños viven en
un centro de acogida cercano a la parada. Uno tiene sobre cinco años; el otro
es su hermano pequeño y son muy inteligentes: me lo parece por las
conversaciones que les he escuchado mientras esperamos y luego dentro del
autobús, que a esa temprana hora va lleno de estudiantes de instituto y de
gente mayor. Su charla destaca sobre el silencio de fondo, cada persona afanada
con su móvil.
Algunas
veces también les he visto cuando regreso a mediodía. El pequeño, con el calor
de la calefacción, al cabo de un rato queda adormilado, casi plegado sobre sí
mismo. Ayer le dejé mi sitio para que se sentara más cerca de su cuidadora. Le
pregunté cuándo tenía clase de “ordenador”, pues un día le oí comentar que le
gustaba mucho. Me respondió que el jueves y que el viernes su papá iba a venir
a verles. Lo dijo con la misma ilusión con la que se espera que suceda algo
inusual y fantástico.
Me alegré
al saber que tienen padre y pensé en la emoción que sentiría al visitarles, sin
acertarme a imaginar qué circunstancias de la vida les han llevado a vivir en
el centro de acogida y qué será de su mamá.
Estos dos
pequeños han hecho renacer en mí una ternura que debo disimular. Me gustaría
llevarles chucherías por las mañanas, pero sus cuidadoras no saben quién soy e
igual les parece mal. Me gustaría escribir un cuento para ellos y leerles un
poquito mientras esperamos al bus, pero hace mucho frío y, además, yo pronto
dejaré de utilizarlo.
Y así,
pensando una y otra vez qué podría hacer por ellos, he llegado a la conclusión de
que lo mejor sería hacer un poco de magia. Eso se me da bien. Conseguiré que el
tiempo retroceda hasta el momento en que se vieron obligados a dejar de vivir
en su casa y tocaré los corazones de sus padres, de los jueces y de todas las
personas que intervinieron para que se llenen de amor.
Así seguro
que lo que pasó no llegará a suceder y mis queridos pequeños podrán seguir
viviendo en su casa y ver todos los días a sus papás…
¡Para
algo soy el espíritu de la Navidad!
Mara