Coronaveros por Jaime del Egido Mayo
EL CONFINAMIENTO DE SINESIO Y LOS DESVELOS DE SU
CUIDADOR
1
Al octavo día de confinamiento, Sinesio seguía tranquilo. A fin
de cuentas tampoco era tan diferente a su rutina: vivía el presente envuelto y
revuelto en añoranzas del pasado y esperanzas por llegar.
Ese día, su estado de ánimo se aguzaba con la
música escuchada pero no quedaba a gusto. Quería adquirir ese lustre momentáneo
que elimina la abstrusa opacidad.
Se preguntaba por qué recuperar la memoria no
le resultaba tan fácil como extraer las cenizas de una cocina de carbón.
No encontraba solución al necio olvido.
2
El anciano se recuperó del desmayo nocturno
tomando té y otras espabilinas recetadas por su médico. Recobró cierta energía
y se dispuso a iniciar el plan previsto para la mañana, sin salir de casa.
Como en veladas filminas, a Sinesio le llegó
resumido el recuerdo de épocas pasadas: la alegría y felicidad de la infancia;
la melancolía adolescente, y la estresada época de adulto responsable.
Menos velado, se le presentó el acierto de
haber comprado 400 hectáreas de secano y secarral a unos labradores parameses
necesitados, en el lugar llamado Los Braos.
3
Al décimo día muchos le quieren ayudar, le
insisten: "sigue el blog de la meditación", "la entretenida web
de juegos"... No le preguntan si le animan o le aburren.
Sinesio comprendió de pronto que, en realidad,
no le fallaba la memoria, le era esquiva. La tenía intacta en los estantes del
recuerdo y debía pasarla a las repisas de aireación.
Hoy quiero encarar la soledad –se dijo–, pero no es tan fácil como separar el grano de la
paja.
Y siguió cumpliendo las recomendaciones, se
mantuvo en casa.
4
Aquella compra de terreno supuso un alivio en
las pesadumbres de Sinesio. Tenía dos hijos a los que alimentar, pequeños y
vivarachos como lagartijas.
Pasó el tiempo, y con la llegada del regadío,
aquella tierra se convertiría en un vergel. Pero los primeros años fueron tan
difíciles como acostarse sin cenar; sufridos, como una penitencia sin
cumplir.
Hubo de delegar en Abelardo, modesto labrador,
para que le acarrease el trigo de la única hectárea sembrada.
(Pero eso sucedió hace tiempo; ahora hay que
volver al presente de nuestro héroe confinado).
5
Este narrador avisa de que no tiene todas las
certezas sobre lo ocurrido hace medio siglo y como en estas circunstancias no
lo puede contrastar, podrían aparecer algunas imprecisiones.
Hoy, Sinesio intenta entresacar posibles
verdades de las noticias sobre la Pandemia. Le llega una canción en 8D y se
maravilla pero no le fascina: tan pronto el sonido parece venir de un lugar
frente a él, como se escora a un lado o se rezaga más allá de la nuca. Quiso
esbozar una nota al respecto pero una fatigosa tos se lo impidió.
Como no tenía fiebre, no llamó ni acudió a
centro sanitario alguno.
6
Sinesio cumplía a rajatabla el
"yomequedoencasa". Le tenía aleccionado su hija, que ahora vivía
lejos.
"¡Ay, qué guapa estaba cuando me visitó en
el hospital! –Se
dijo–, delgada y elegante, segura y
sonriente... vestía como de boda."
Recordando, se desgarró en un súbito
sentimiento de orgullo paterno.
En aquel ingreso comprendió que la fragilidad
de la vida le estaba insinuando, ofreciendo, una nueva oportunidad.
Ese día, agradeció cada una de las visitas pero
las sintió como despedidas.
7
El anciano Sinesio estaba al día de las
noticias sobre el creciente número de fallecidos. Agradecía a sanitarios, y a
todo el personal de los servicios básicos, los imprescindibles servicios
prestados.
Aplaudir cada tarde le parecía un gesto de
solidaridad con los expuestos y de esperanza para lograr unidos la superación.
–He de ir a la farmacia (se dijo,
rascándose la cabeza) y no tengo mascarilla...
Ensayó ante el espejo con una servilleta. Sintió vergüenza pero ya había tomado la decisión.
Ensayó ante el espejo con una servilleta. Sintió vergüenza pero ya había tomado la decisión.
8
Regresando de la farmacia Sinesio observó el
escaso tráfico de la mañana. Le vino al recuerdo otro amanecer, desde la Novena.
Donde, in illo témpore, estuviera el psiquiátrico, se veían ahora rotondas y
calles de acceso al nuevo mastodonte. En la cercanía, allá abajo, dos
pequeños edificios: uno maquillado, símbolo de un pasado tenebroso; el otro, la
capilla de La Cadellada con su techumbre repleta de maleza albergando, casi a
flote, los valiosos frescos de Paulino Vicente.
Al llegar a casa, desechó los guantes y se lavó
las manos.
9
Pero, sobre todo, lo que vio Sinesio desde la
Novena fue un carrusel de alocado discurrir: usuarios y personal, acudiendo a
la llamada sanitaria.
"Cada uno traerá su historia, que será
vibrante, aburrida o vocacional; silenciosa casi siempre" –pensó.
(Ojalá, con los aplausos se sientan más
visibles y más recompensados).
"Ese día recibí emotivas visitas de
compañeros y amigos. Me trajeron libros, bombones, galletas caseras... También,
la fe en la recuperación, tan necesaria para disipar mi temor a que se quebrase
otra pieza del tablero Teatinos".
10
"El libro de J. Egocheaga me llegó de la
mano serena y risueña de alguien capaz de sufrir o de alegrarse conmigo; el de
L. Berlín, de la profesional médico de cabecera; el de poemas llegó suave como
ella: hormiguita dulce y sonriente que abraza con la mirada.
Y dosifiqué la toma de galletas para acordarme
más veces de otro de mis ángeles favoritos".
Cuando nuestro hombre salió de su
ensimismamiento, abrió la ventana y puso música caribeña en el equipo. Bailó
con mucha precaución durante la media hora de rigor.
11
Yo, que narro estos hechos y añado las notas
que me deja Sinesio, soy su cuidador. Los servicios sociales me asignaron tres
días a la semana, dos horas, pero desde que empezó el aislamiento solo nos
vemos a través del video portero. Le traigo comida y le pregunto cómo se
encuentra.
Por eso, sé lo que piensa, la actividad que
hace o lo que sueña. Hoy tiene tristeza por AUTE.
Cualquiera que le conozca, tiene cabida en este
formato. Espero ser discreto: el que aparezca en el texto, sabrá la veracidad o
no de lo relatado. Para el resto de lectores, será solo ficción.
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Hoy es domingo y Sinesio me suelta que quiere
estar solo. No sé si es broma o debo preocuparme y avisar al personal del
frenopático. Me pasa un escrito por el ascensor y yo le animo a seguir tranquilo
y paciente.
"Llevo unos días de imparable actividad:
cocinar, leer, poner músicas de fondo, atender llamadas... Parece que he
perdido algo de visión pues ni con las gafas logro evitar cierta borrosidad de
las imágenes cercanas.
¡Ha llegado el momento de parar!
Parar, asomarme a la ventana y ver, sentir,
intuir la vida que no se muestra".
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"Desde la ventana hay quietud: calles
despejadas, filas de farolas. A lo lejos un trocito del Naranco; en el alféizar,
un moscardón. Hay arbolitos, ya reverdecidos, con sus hojas temblando al
viento".
"Me pregunto si todo esto es un espejismo,
y si aquella realidad de antes no sería sino una alocada persecución de cada
uno hacia un sueño para el cual nos prepararon".
Cuando se apagaba la imagen en el video
portero, aún sentí suspirar al anciano. Volveré en dos días trayéndole
provisiones.
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El sábado, amaneció un día en Vetusta como
puesto adrede: poco luminoso y fresco, aunque después la temperatura viró a más
agradable.
Le he dicho a Sinesio que no debe salir a la
farmacia, que el lunes le traeré los medicamentos.
Por mantener su motivación, le provoco con leer
a Chejov y después que haga su comentario. O, que escriba sobre sus
experiencias o sentimientos de ahora o de entonces...
Se ha despedido de forma amable aunque lacónica, señal de que
hará los deberes.
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Es una suerte la receta electrónica, te
facilita la medicación sin tener que acudir a visitas médicas.
Sinesio me ha dejado una nota.
"Estimado cuidador: le agradezco su
sugerencia acerca de que yo lea o escriba. Algo se me ocurrirá.
Al buen lector le interesa la coherencia y la
verosimilitud del escrito, más que saber si es real o ficción.
Se me ocurre narrar un reencuentro entre dos
amantes tras dos meses sin verse. Conservan intacto el cariño y la pasión, la
amistad y el respeto. Será mañana".
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"Él había salido de la zona de recogida de
equipajes del aeropuerto de Palma. Al llegar al vestíbulo no la vio. Llegó a
dudar.
La imagen de una mujer sola en un apartado, que
lo miraba de forma perspicaz, sin hacer un solo aspaviento, le hizo caer en la
cuenta.
Ella estaba serena pero con emoción contenida.
Se besaron sin timidez y se reconocieron como lo que habían sido durante los
meses sin verse: amigos y confidentes respetuosos.
Él, lloró inmediatamente.
–No llores, tonto –le dijo ella sonriendo."
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"Después de cenar bajaron al bar del
hotel. Ella le habló del desayuno buffet en el que no faltarían las tortitas de
chocolate. Se le dibujó una sonrisa y le brillaron los ojos, reflejo de la
ilusión infantil cuando en los días festivos se las hacía su padre. A él
también le hacían chocolate, que tomaba con rebanadas de pan, pero solo en muy contadas
ocasiones.
Ella le miró con ojos de iguana que acaba de
darse un atracón de insectos: separó los párpados, y sus pupilas recorrieron el
rostro de su amante".
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"Antes de que empezase la relación, él ya
soñaba lo que sería el mundo de Mónyka: una esperanza en la recámara de lo
imposible; la dulzura del presente; las miradas comprensivas; la mano tendida
para una senda, tal vez inviable, en la que compartir el camino".
Creo que Sinesio está cayendo en la añoranza.
He de hacer algo para distraerle de ese romanticismo tan alejado de esta época
en la que todo es de plástico, de quita y pon, de usar y tirar.
Sobre todo, que no se aleje de la realidad en
este confinamiento.
17
Hoy solo tengo la misión de estar al cuidado de
cuatro ancianos. Me recogeré pronto. Nos aplauden desde las ventanas a los que
trabajamos en servicios básicos pero empiezo a grillarme: pienso en el riesgo
para mi mujer y mi hijo. Al entrar en casa, me esmero en la desinfección.
Dejé una nota a Sinesio dentro de la bolsa con
los alimentos, recordándole el uso de guantes, la desinfección de todo con la
solución alcohólica y el lavado de manos. Le digo que los textos están bien
pero que echo en falta añoranzas alegres o desenfadadas.
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"El día de la graduación de mi Neno, a
pesar de ser un acto desangelado, fallo de megafonía incluido, yo estaba alegre
junto a su madre. ¡Un hito y un orgullo para nosotros!
Recuerdo que el brillo en los ojos o la sonrisa
en los rostros de los jóvenes, era la tónica. Subían al estrado en grupos
ordenados a recoger sus bandas y sus diplomas: ¡el reconocimiento
académico!
Me vino a la mente la consagración de la
adolescencia en un mundo primitivo, jeje.
Acepté de buen grado que el
revuelo sea inherente a la juventud".
19
"Recuerdo aquel día del mes de mayo como
propicio para disfrutar de la luz que inunda el bosque y las zonas sombrías.
Tenía la certeza de que todo estaba bien y que tenía energía para encarar el
mundo con optimismo.
La gente lo captaba y lo agradecía.
–¿Para quién doy la cita?
–Para mi hijo, aunque también podrías darme otra para
mí (y sonrió pasando su mano por delante del rostro, como diciendo 'olvídalo').
¡Pocas cosas me animan tanto como las bromas¡
Le di cita para su hijo y con una seriedad
fingida, también para ella (en un bar)".
20
La lectura de estas notas de Sinesio me ha
arrancado una sonrisa, me anima a realizar de mejor grado este servicio a la
comunidad. Con mi ayuda y la provisión semanal de su hijo, ya no sale de casa.
Hoy me dice que está durmiendo mejor, que
quizás se deba a lograr rutinas, horarios y a que, por fin, baja las persianas.
Parece ser que, ayer, apenas pudo concentrarse
en lecturas y echó el tiempo en ordenar una estantería con libros, CD's y
casetes. La música de Yes y de Fleetwood Mac, le sostuvo.
Le sugiero que vea fotos. Tal vez le sirvan de distracción.
(Continuará…)