Cuento de Navidad por Ana Alonso Cabrera

  

EL FUGAS



No recuerdo cuándo comenzó mi periplo. Llevo ya muchas navidades errantes… demasiadas… aunque para ser honesto he de confesar que yo solito me lo he buscado. Tampoco he podido evitarlo, debe estar en mi naturaleza, pues en todo este tiempo no he conocido a nadie con mi inquietud y curiosidad por conocer lo que está más allá del horizonte.

Puedo recordar, en cambio, claramente la fascinación que me producía el camino que pasaba delante del portal y se adentraba en un frondoso bosque y más allá mi mirada se posaba en las montañas lejanas. Una visión magnética que me hechizaba y me hacía volar la imaginación sobre qué encontraría en el camino hacia las montañas, qué peligros me acecharían, qué placeres me deleitarían… cuánto heroísmo y valentía podría derrochar ante los desafíos… Y no sé bien cuánto hace de ello, un día dejé de soñar y comencé a andar. Un paso y otro y uno tras otro inicié un viaje de no retorno, al menos de momento.

He visto ríos plateados, transparentes. Cascadas y lagos. He visto fértiles valles en los que pastaba el ganado. Desiertos de arena y de rocas; oasis y pozos profundos y frescos. Tantas pequeñas aldeas salpicadas de casas humildes y otras tantas ciudades con castillos, murallas y anchos caminos. He visto mujeres hacendosas que lavaban en el río o alimentaban las gallinas y conejos de sus corrales, hombres que cargaban leña o apacentaban ovejas o vacas. Hombres y mujeres labrando los campos, gentes sencillas y también reyes y personajes principales formando poblaciones, grupos, familias, vínculos…. He conocido a muchos otros como yo que, sin embargo, se han mantenido apegados a sus lugares, aferrados a sus familias, a su ganado, a sus tierras, a sus afectos y lealtades. Hubo quienes me tacharon de loco o se asustaron al verme aparecer en sus pequeños mundos inmutables, apacibles y tranquilos en los que nunca pasa nada y lo que pasa es que tiene que pasar. La mayoría de las veces he encontrado hospitalidad, amabilidad y generosidad. Me he enamorado de algunas y algunas se enamoraron de mí, pero ninguna atadura, por amable, hermosa y deseable que fuera, fue lo suficientemente fuerte para retenerme en ningún lugar. Ni siquiera el amor de un niño, de tantos niños que conocí y que todos tocaron mi corazón de una u otra manera.

Me he sentido orgulloso y ufano al darme cuenta de que en muchos lugares ya habían oído hablar de mí. He aceptado con cierta satisfacción el apodo de “el fugas” que corría, en esas ocasiones, de boca en boca, asombradas, regodeándome en la
curiosidad evidente que despertaba y reconociéndome vanidosamente como un ser legendario del que se contarían historias y anécdotas en las que sería el protagonista indiscutible en los corrillos de aquellas gentes.

Todo eso pasó. Las veleidades de la fama son polvo en el camino. Los ríos, puentes, casas, gentes… todo se me parece entre sí. He perdido el interés en seguir explorando, considero cumplidas muchas de mis expectativas y satisfecha mi curiosidad, tantas han sido las experiencias acumuladas, los prodigios que contemplé, las maravillas que descubrí… mi alma se siente pesada…

Ahora estoy cansado. Esa es la verdad. Me pesa la soledad. De pronto sentí que deseaba volver a mi hogar y tal sentimiento me atormenta y me alienta cada día. No se si encontraré el camino de vuelta y siento como una herida la nostalgia de mi familia. Tal vez no vuelva a ver el rostro de mi amorosa María y ni siquiera sé si volveré a acariciar a mi tierno Jesús, a quien dejé dormido en su cuna… pero no desistiré. Sigo el rumbo que marca la estrella de oriente y apuesto mis esperanzas y mi fe en que un paso tras otro y unos tras de otros me llevarán de vuelta a casa.



"Inspirado en el San José que desaparece de uno de los belenes de Mª Ignacia".



Ana Mª Alonso Cabrera