El ascensor por Jaime del Egido


EL ASCENSOR


¿SITUACIONES MISTERIOSAS?


En aquel edificio casi todos los vecinos estaban alarmados por los extraños sucesos que venían ocurriendo. Sin embargo, nadie había realizado la petición al Administrador para reunirse de forma urgente y extraordinaria, como sería perentorio.

En los encuentros de los vecinos, en el portal o en el ascensor, salía el tema de forma invariable y ya estaba desplazando a las conversaciones sobre el tiempo meteorológico, que eran las más recurrentes.

Aquel día fue uno de los que el ascensor se atascó entre dos pisos, dejando atrapadas a tres personas, las tres vecinas y conocidas: María es una joven imaginativa, incapaz de ver las verdaderas intenciones de la gente; Julián (el portero) que es una persona afable, tiene cierta capacidad de organización, pero el defecto de querer ser el centro de atención y Andrés, vecino del quinto, un hombre de edad madura que dice las cosas a la cara, sin pensar en las consecuencias, y que se le conoce por su falta de paciencia ante las situaciones injustas.

Afortunadamente, no se fue la luz en el habitáculo y no hubo que presenciar escenas de pánico.

–¡Vaya, otra vez este cacharro! Se confirman las habladurías –soltó María apenas se detuvo el ascensor–. Julián, tú sabrás lo que hay que hacer en estas situaciones tan… ¡misteriosas!

–Claro, María. Sé por vertiente doble: lo que yo mismo he podido constatar, y lo que me contáis todos vosotros. Hace mucho tiempo –prosiguió Julián–, propuse una reunión al Sr Administrador para esclarecer estos raros hechos, pero tuve la callada por respuesta. No puedo hacer más…

–Pues yo estoy harto de que se consideren raros estos incidentes que no son sino habituales en cualquier comunidad –terció Andrés–. Para mí, esta avería y los ruidos de máquinas y cañerías tienen fácil explicación. Lo único que los vecinos tenemos que exigir es una reparación de lo estropeado y que un técnico haga una valoración de los fenómenos de los cuales se habla y habla sin saber.

–Ahora –dijo Julián sin inmutarse–, lo que procede es llamar por este interfono para que nos rescaten lo antes posible.

–Sí, claro –dijeron al mismo tiempo María y Andrés.

–Oiga, que estamos atrapados en un ascensor de la avenida de La Constitución, en el número cinco… Sí, esquina calle Sevilla. Tomen nota, por favor, y vengan con urgencia.

–Para mí, esta avería es una prueba más: desde que hicieron esa pintura mural, el edificio entero está embrujado y creo, además, que los espíritus de los pintados se están vengando por sacarles de su verdadero entorno, que es el cuadro de Manet.

–Estás loca, María. ¿No ves que todo en la vida tiene una explicación? Pues piensa eso mismo para el caso de los aparatos que se estropean y los sonidos de máquinas y cañerías viejas. Todo es lógico y normal –apuntaló Andrés con un expresivo movimiento de brazos.

–Debéis tranquilizaros. En este lugar reducido no es momento de tirarnos los trastos. Pensemos en salir de aquí cuanto antes –dijo el portero con sensatez–. Ya veremos después la forma de reunirnos. Cuento con vuestra colaboración informativa para citar a los vecinos puerta a puerta.

–Tienes razón, Julián, perdona por mi nerviosismo –dijo un Andrés más calmado.

–Yo también me excuso por haber manifestado mi idea acerca de que unas ocultas y misteriosas fuerzas invaden la paz vecinal.


De pronto, se oye una voz por el telefonillo del ascensor que dice: “Ya hemos dado el aviso al personal técnico de guardia, tengan un poco de paciencia que, en cuestión de dos horas, serán atendidos”.

Los tres se miraron tensos, reflejando resignación y miedo en sus rostros.


Jaime