El ascensor por Pilar Torres Serrano


EL ASCENSOR


Acababan de terminar las fiestas patronales del Carmen en el pueblo de mis padres.

Estábamos contentos y agotados a la vez. Eran fechas de mucho trabajo en la cafetería y en la tienda-carnicería que regentábamos. Tras las fiestas se respiraba un aire de quietud. Todos descansaban y se recuperaban de los excesos pasados.

El lunes por la mañana mi madre y yo bajamos desde casa hasta el negocio familiar a limpiarlo. Estaba todo sucio realmente. Para realizar esta tarea con más comodidad y rapidez decidimos cerrar la reja por dentro y dejar las puertas cerradas, pero sin echar la llave. Empezamos por la limpieza de la carnicería que también era tienda de ultramarinos. La carne la compraba mi padre a un ganadero de un pueblo cercano, que tenía ganadería de alta calidad pues el ganado se alimentaba de los frescos pastos de la sierra. La tienda era para los olvidos de los vecinos del pueblo. La cesta de la compra la realizaban en centros comerciales próximos a aquél.

Estando cada una a lo suyo, entré yo a la cámara frigorífica para colocar ciertas bebidas y al cabo de un par de minutos también entró mi madre cerrando la puerta.

Habíamos quedado encerradas. Esta no se podía abrir por dentro. Lo único que teníamos era luz.

Aunque la temperatura no era para congelarte en el momento, sí era peligroso permanecer en el interior pasado un tiempo prudencial.

Mi madre se empezó a poner pálida y a guitar pidiendo socorro, pero… ¿quién nos iba a oír? No había un alma por la calle. Además, teníamos todo cerrado.

Intenté calmar a mi madre, había entrado en ataque de pánico diciéndole que estuviera tranquila, que íbamos a salir de allí. El espacio mediría unos seis metros cuadrados. Había trozos de carne que colgaban y productos en las estanterías, quedando un espacio libre para movernos de dos metros cuadrados aproximadamente.

La única solución que se me ocurrió para salir de allí fue comenzar a dar patadas y culetazos a la puerta con tal fuerza como un toro embiste a su presa. A los pocos minutos la puerta se abrió. Recuerdo la alegría y los llantos de las dos. Nos abrazamos hasta calmarnos, temblábamos como hojas de un árbol movidas por el viento.

A raíz de este acontecimiento, se apoderó en nosotras una fobia, la claustrofobia, de tal modo y manera que no pudimos desde entonces montar en ascensores ni entrar en sitios muy pequeños como un avión o el metro.

Pasadas aquellas fechas, al año aproximadamente, recuerdo que teníamos que ir al Hospital y que debíamos acudir a la planta quinta del edificio. De nuevo montamos en ascensor, siempre y cuando hubiera más personas con nosotras. Si estaba vacío, lo dejábamos marchar.

En este tiempo cambié de piso y me trasladé a un edificio con ascensor. Mi madre vivía en uno sin ascensor. Este hecho me hizo que poco a poco fuera perdiendo el miedo a utilizarlo. Dado que me enfrentaba a mi miedo, éste cada vez se hacía más pequeño.

Hoy por hoy, sin embargo, mi madre sigue con su claustrofobia.

No acabaron aquí mis desdichas con esta fobia. Este verano decidimos mi marido y yo ir a visitar París ya que mi hermano estaba allí viviendo. Era una buena oportunidad para visitarle y también así conocer la ciudad. Un día pensamos subir a la Torre Eiffel. Cuando montábamos en el ascensor estábamos rodeados de personas de todas las nacionalidades, sobresaliendo los asiáticos y europeos. Hasta una cierta altura subimos por las escaleras de hierro, pero para llegar al último tramo teníamos que subir inexorablemente en el ascensor. Dentro del ascensor estábamos apelotonados y el trabajador que dirigía el ascensor se comunicaba por teléfono con otros compañeros de debajo de la Torre. Cuando se cerró la puerta del ascensor me vino a la cabeza de repente el día del encierro en la cámara frigorífica. A los cinco segundos de elevarse el ascensor, éste se paró en seco y las luces iban y venían. La gente empezó, como mi madre, a gritar y llorar histéricamente. El señor del ascensor por un tiempo que se hizo interminable habló por el teléfono con alguien. De repente, el ascensor bajó y luego volvió a subir, ahora ya correctamente y yo entonces comencé a fantasear quitando tensión a lo sucedido, pensado mientras subía, que iba a llegar a tocas las nubes del cielo.

Pilar