El balcón de los cien ojos por Mª Evelia San Juan Aguado


FRENTE AL BALCÓN


−¡Ufff! ¡Qué cansada vengo! Menos mal que han puesto bancos nuevos en el jardín, voy a sentarme un ratito. Aunque haya un tráfico incesante el ruido no molesta y este sol de abril tan oportuno alivia los huesos y contagia buen humor. Parece que la primavera está deseosa de acompañarnos, ojalá sea así. Voy a llamar a mi hombre, si aún sigue en la biblioteca le diré que no tenga mucha prisa por volver a casa, nos sobra tiempo para estar a la sombra en el salón. Mira, por ahí vienen Julia y su marido, están paseando a su nietita, ya debe de tener unos siete u ocho meses, risueña y pizpireta. Espero que se sienten aquí conmigo…

−Buenos días, Estela. Aquí nos tienes abueleando con Alba. Ya hemos dado un buen paseo, así que podemos sentarnos un ratito contigo, si te parece bien.

−Hola, chicos: estaba a punto de pedíroslo. Me habéis adivinado el pensamiento. Dejadme ver a esta preciosidad que cada vez que la veo me pone los dientes largos.  “¡Hola, Alba! ¡Qué guapa estás, mi niña! ¿Qué tienes en la manita? Un osito, ¿eh? ¿Cuánto lo quieres? ¿Le tiras besitos? Mira, yo te tiro un besito para ti y otro para el osito”. Cada día parece mayor, se ve que se cría muy bien…

−Sí, lo cierto es que esta niña se está criando sola: come muy bien y duerme sin dar un ruido. Oye, ¿sabes que este banco además de cómodo es estratégico? Tenemos frente a nosotros la fachada decorada con la enorme pintura de esos tres personajes tan antiguos y circunspectos que observan con curiosidad el tráfico de personas y vehículos, los árboles floridos y los jardines donde juegan los niños y los perros. El edificio entero es como un gran balcón dedicado a ellos.

−Pues sí. Estos tres burgueses, retratados hace más de un siglo por Manet junto con un criado que les servía el té, asomados al balcón de su palacio, lograron la inmortalidad; pero no han podido descansar en paz, pues sus espíritus, agigantados por el tiempo y la fama, han sido instalados en esta casa, no sabemos si con su aprobación.

−No me gustaría vivir en esa casa, es probable que ocurran fenómenos extraños e inexplicables a causa de los inquilinos de la fachada… ¿no os parece?

−¡Ah! Pues ahora que lo dices, me ha comentado la vecina del cuarto izquierda que el ascensor hace recorridos a su aire, les lleva a un piso distinto del solicitado, o les baja al sótano sin haber pulsado el botón.

Y también llevan algún tiempo con ruidos extraños a deshora, sin poder determinar con exactitud su procedencia.

−Señoras, no seáis chismosas, seguro que hay una explicación racional para los hechos. 

Que no la hayan encontrado no significa la presencia de fenómenos paranormales. Yo no creo en esas paparruchas.

−No son paparruchas, Manuel. Está demostrado científicamente que los fenómenos paranormales existen, aunque no puedan ser observados por cualquier persona.


Evelia