El balcón de los cien ojos por Mar Cueto Aller


EL BALCÓN DE LOS CIEN OJOS


-¡Tenemos mucha suerte de disponer de un balcón así en nuestra residencia! -dijo orgullosa la señora-. No quiero ni imaginarme lo que sería tener que ver el pasacalles hacinados en las ventanas, empujándonos unos a otros, como en las residencias de la acera de enfrente.

-¡Uy sí, es verdad! ¡Qué incomodo y qué desagradable! Todos rozándose e invadiendo el espacio vital. ¿Pero qué veo…? Madame Colette ha estrenado un vestido nuevo y cómo brilla… ¡Es espectacular!

-¿Pero vosotros visteis qué desvergonzada…? ¡Menudo escote de balconet que se ha puesto, si parece que se le van a salir los senos de tanto como se agita!

-¡Qué exagerada eres! Desde aquí no me parece que sea para tanto -dijo su amiga Cosette.

-¡Sylvie siempre exagera! Deberías estar acostumbrada.

-¡Antoine, te prohíbo que mires en esa dirección! Solo faltaba que se diese cuenta de que la estás mirando.

-¡Pero querida! Tú fuiste la que nos preguntaste que si lo habíamos visto… y la verdad es que creo que no se ve nada que sea indecoroso. Quizás sean imaginaciones tuyas.

-Pues no lo son. Pero aún así te ruego que tú no mires.

-Creo que Antoine tiene razón. Están tan apretujados en la ventana que quizás con las luces y las sombras a ti te ha parecido ver lo que no es…

-¿No estarás tú también contra mí?

-¡Oh no, de ninguna manera! Pero admitirás que la visión desde aquí no es muy buena. Puede que te estés equivocando con la profundidad del balconet de su vestido…

-¡Sí, deberías hacer caso a tu amiga Cosette, la visión desde aquí no es muy clara!

-Antoine, tengamos la fiesta en paz. ¿No querrás que nos oiga discutir toda la vecindad…? Y para más seguridad, voy a sacar los impertinentes de la ópera que llevo en mi bolsito de mano, ahora veremos si tengo razón o no.

Sylvie después de sacar los impertinentes se inclinó por la barandilla para ver con más precisión. Al inclinarse iba asintiendo con la satisfacción que le producía ver que tenía razón. Se inclinaba cada vez más, presa de su obsesión galopante, hasta que en un segundo su cuerpo se precipitó por la barandilla colgando únicamente de los pies.

-¡Tenía razón, tenía razón! -gritaba enloquecida.

-¡A ver, a ver, déjame los impertinentes! -gritaba Cosette a la vez que la agarraba por los pies y se precipitaba hacia abajo del balcón.

-¿Pero qué estáis haciendo, dejarme a mí los impertinentes? -gritó Antoine agarrándose a los pies de Cosette y siguiendo su trayectoria.


Mar