LA "Ñ" NOS HACE SOÑAR por Mª del Carmen Salgado Romera -Mara-
Muerte
y entierro de Antón
Muerte
y entierro de Antón
es, ante todo, un homenaje a la letra Ñ.
Cuatrocientas sesenta y dos palabras la incluyen, de las dos mil cuatrocientas
catorce que componen sus seiscientos cuarenta y ocho versos.
Esta divertida epopeya burlesca
narra las vicisitudes de unas extrañas personas que se van reuniendo a través
de parajes singulares para dar sepultura a Antón, un hombre marginal que muere
a la vera de un camino.
Mª del Carmen Salgado Romera (Mara)
COMO
SI FUERA UNA ÑORA---------------------2
COMO
SI FUERA UN CHORIZO-----------------11
EPÍLOGO-----------------------------------------16
COMO SI FUERA UNA
ÑORA
I
Antaño…
Ñubloso
estaba el abrileño día
cuando un ñapango ñomblón,
ñatuso,
ñaruso y ñongo
se acomodó
entre unos ñires
a
entretejer unas ñochas.
Olía allí a
ñapindá
y aquel ñato mozancón,
apodado el Maño Antón
quedose pronto dormido.
De una cabaña venía
su entrañable ñaño, Iñaki,
sonrisueño, ñurdo y ñoño.
Llevaba un ñorbo en la boca
cuando vio en un cañizar
una tramposa ñagaza
junto a un ñaque maloliente.
Se acercó una ñinga a verla,
después otra ñinga más.
Le pareció reparable.
Acucioso fue a apuñarla
y una letal ñakanina
que reptaba siseando
con su lengua viperina
desde un ñandubay cayó
sobre el pobre ñiquiñaque
que, a punto de ñampearse,
un ñangazo logró dar
al formidable captor.
En tanto…
Con codoñate soñaba
el Maño Antón que dormía,
bajo el cielo ñublo y gris.
Mientras él se relamía,
pues ñoclo y ñoqui engullía,
su ñengo, ñoco y fiel ñaño
parecía un fuerte ñu
peleando con bravura
con los ñudillos del ñuco.
Una ñuca
res añal
con
garrapatas y arañas
mientras la
hierba rumiaba,
de soslayo percibía
cómo en la
ñola de Iñaki
una ñácara
salía
y un diaño
gris semejaba
por su
ñeque y su tesón
dando
muerte a la serpiente
que
envenenado le había.
II
Ñublado
seguía el día,
mas estos
hechos pasaban
solo en la
ñola del maño
por mucho haber ñateado
poco antes de
sestear.
Y tremenda
ñamería
diole el
ñuto de chamico.
Pues
Iñaki, su fiel ñaño,
estaba a
salvo y sin daño
zarandeando
simientes,
sembrando
ñame y ñampí
al lado de
su cabaña,
rodeado por sus ñecos,
mientras
tañe la muñeca
de su ñoña
ña Begoña
ñanga,
zahareña y ñecla
quien con
añazmes ornada
y abéñula
en las pestañas,
huraña
fruncía el ceño,
entrecruzaba
ñisñil,
arisca lo
aderezaba
con polvo
de alheña y ñipe
y reñía con
Iñaki,
que
añaceado reía,
cuando ella
refunfuñaba
por
salpicar su corpiño
con agua
fresca del caño.
III
Despertó el
ñacurutú.
Despertó la
ñacundá.
Durmiose el
ágil ñandú,
pero el
ñapango ñomblón,
con el
calzón pegajoso
por una
ñizca de ñisca,
parecía
derribado
por algún
certero ñique,
pues un
ñudo asemejaba
derrumbado
sobre el suelo
sobre una
piña de leños.
Pasó por
allí un fuñique,
un greñudo
ñiquiñaque
con una
camisa añil
quien, al
ver tan perturbado
a aquel
ñapango ñomblón,
se ñangotó
a su costado
para
adueñarse el puñal,
mas una
ñáñara entrole
por la peste
del calzón.
Con la
mirada perdida
abandonó su
intención.
Añado
Aquí
termina la historia
de aquel
ñapango ñomblón
que entre
los ñires dormía
y nunca más
despertó,
pues preso
de ñamería
soñó que un
ñuzco gigante
con cabeza
de alimaña,
tras apurruñarle
el cuerpo,
abría su
horrible boca
semejante a
un añafil
y,
de un
bocado lo zampaba
como si
fuera una ñora.
IV
Excavó la
fosa
del ñapango
Antón
el
albañalero,
ceñudo y
reseco,
cereño,
cermeño,
con mucho
piñén.
La pala
entoñaba,
duro era el
terruño.
Sudaba la
gota,
bebía
cañazo.
Con saña
endiñaba
certeros
leñazos
a las
culebrillas.
Reía su
hazaña.
Chachalaqueaba
con las
madagañas.
La tierra
volaba,
caía tras
él.
Al cabo de
un rato,
con el
riñón roto,
sacó el
pañizuelo,
se secó el
sudor.
Estregó los
ojos,
frotó las
pestañas,
quitó las
pitañas
y miró
extrañado
hacia el
gran cañón:
Lueñe
caminaba
un padre
del yermo,
triste
pedigüeño,
foraño,
agotado,
pañuso,
lampiño,
de piel
marfileña,
pelo
desgreñado,
tiñoso en
conjunto,
de blancas
cañiflas,
cañengo,
ojeroso,
taciturno y
torpe,
un poco
encorvado,
roñosos
calcaños…
¡Tal
vez se trataba
de una
aparición!
V
Con aire
fraileño,
soñoliento
y vago,
gañín y
tramposo,
agua le
pedía
con una
bangaña
aquel ser
extraño.
La
caramañola
del
albañalero
estaba
reseca
y en cambio
ofreció
del cañazo
un trago
que, sin
duda alguna,
el
otro aceptó y
abrió su
escarcela,
sacó unos
zoquetes
más su
gañivete.
La cruz de
Borgoña,
hecha con
dos cañas,
para
bendecir.
Desciñó el
guiñapo,
restañó los
huesos,
se sentó a
la sombra
del pañil
surcaño.
Mientras,
su calaño
juraba en
hebreo
puñando
impotente
de salir
del hoyo,
como si un
gran ñuzco
le apresara
allí.
Ululó un
fagüeño,
supitaño y
dulce,
refrescó el
ambiente
y calmó al compaño
que aceptó
el zoquete
del cenceño
pan
ya sentado
al fresco
del pañil
surcaño,
pensando en
el muerto
que tras la
colina
pronto iba
a venir.
Y cayeron
ambos
en la
soñarrera,
roncando y
gruñendo,
bajo el sol
de abril.
VI
Entre los
breñales
del cañón
lejano
saltaban
las ruedas
del carro
forcaz
con la compañía
de dos
plañideras,
dos
zangarillejas
isleñas o
istmeñas,
casi
treintañeras,
muy
socaliñeras
y nada
hogareñas,
con ojos
muy zarcos,
negros
rebociños
y sus
pañizuelos.
Challaban
la tierra
al paso del
muerto
que,
envuelto en dos paños,
olía muy
mal.
De las dos
mujeres,
llamadas
“Maruxa”,
una era
cenceña,
de nariz
pequeña,
bastante
cimbreña,
con la piel
cobriza,
el pelo
taheño
y ropa
ceñida.
Hábil en
ceñar,
presta a
desmoñarse
desciñendo
el sayo
con algún
compaño
en
cualquier lugar.
Pero su
compaña
era
pequeñarra
de rostro
cereño,
un poco
coñazo
por ser
carrañona
y meter
cizaña
con sus
cirigañas
en toda
ocasión.
Miraban
cigüeñas
desde la
cañada
cómo se
quejaba
con golpes
de pecho
de la
malandanza
de su
mozancón.
¡Vaya mal quiñazo
que tuvo el mi dueño!
No era putañero,
No era patrañero.
Quizás puñetero.
Algo pedigüeño.
Risueño, muy poco
pero rezongón…
Roñoso, tacaño…
¡Tamaño bribón!
¿Por qué la diñaste
dejándonos viudas,
y además preñadas
sin hacer papel?
El quiñón ahora
daránselo al ñaño
y los hijos nuestros
sin ningún parné…
VII
Entre los
guañiles
apenado
Iñaki
un poco
pañuso
con su
diestro ñuco
llevaba el
forcaz
y al lado
Begoña,
la ñoña,
plañía
vestida de
negro
con flores
de nuño
que sobre
la tumba
quería
dejar.
Un extraño
niño
con piños
negruzcos
y traje de
baño
soplaba una
caña,
comía un
pestiño
subido a un
peñedo
cerca del
bañil.
Chirriaban
los ejes,
del vetusto
carro,
chispean
las llantas
chocando en
las rocas.
El pobre
borrico
rompió la
pezuña
pujando en
el barro.
Los gatos
miañando.
Mil ranas
charlean.
Chicharrea
un grillo,
zuñe
soterrado.
Dos pájaros
chían,
y, un poco
más lejos,
churrita el
verraco.
De choz,
unos gritos
llenaron el
campo:
Chillaron
las doñas
regañó un
alano,
pues el
Maño Antón,
roto el
ceñidor,
se escurrió
del carro.
Las blancas
cigüeñas
castañeteando
buscaban
morgaños,
miñosas y
grillos
y
el muerto
allí en medio
con sucio
pañete,
rígido y
morado…
VIII
Sobre la
compaña
y el pobre
finado
negra
planeaba
un ave
rapaz.
Se fue una
Maruxa
a buscar
ayuda.
La otra
retemblando
comenzó a
rezar.
Rodaba el
rosario
entre las
dos manos
como una
chiflada
nerviosa y
pugnaz.
La doña de
Iñaki,
marmoleña y
tiesa,
alzó su uña
roja,
bañada en
saliva,
hacia un
cañacoro
como
suplicando
diera una
señal.
Sintiendo
piquiña
soltó un
puñetazo
sobre la
solera
del carro
forcaz.
Añusgada
dijo:
El Maño ha querido
que aquí le enterremos
y aquí ha de quedar.
Sus ojos de
bregue
miraron al
suelo
e Iñaki, espantado,
púsose a temblar.
Al poco
llegaron
el
albañalero,
el padre
del yermo,
la viuda
procaz.
Todos se
engruñaron.
No había
redaños
para aupar
al muerto
y el
albañalero
se negó
a cavar
de nuevo
una fosa:
Le daba canguelo
estar mucho
tiempo
en ese
lugar.
COMO SI FUERA UN CHORIZO
I
Vieron
cerca un pozo seco
y sin decir
chuz ni muz,
muy serio,
el padre del yermo
se cubrió
con un capuz
y alzando
al cielo su cruz
comenzó con
las exequias
del pobre
Antón que seguía
allí
tumbado en el suelo.
Rogó a
Dios fuera feliz,
perdonando
su desliz
con la
huraña fregatriz
y la
atractriz meretriz
que
asistían al entierro.
Y Maruxiña,
infeliz,
asumió ser
pecatriz.
En cambio
la otra Maruxa,
de diminuta
nariz,
levantando la
cerviz
manifestó
ser actriz.
Con pinta
dominatriz,
creyéndose
emperatriz
del carro
apeó el veliz.
Se haría
ahora aprendiz
de una
bizarra tutriz
que, antes
de ser formatriz,
ejerció de
cantatriz
y también
de saltatriz
en un
teatro sureño.
Pasó al
lado del finado,
sin tan
siquiera mirarle,
con su
veliz en la mano
y
su capuz encarnado.
Y como una
venadriz
adentrose
en el maíz
valiente fulminatriz,
no sin
antes espetar
que ya no
estaba preñada
y que no vivió en pecado
pues el
ñapango ñomblón
que yacía
envuelto en paños
a la
otra mujer no amaba,
de ella
estaba enamorado.
Tomó el
ambiente un cariz…
El cielo se
encapotó.
Se
enfureció Maruxiña
y el burro
soltó una coz.
Al acabar
el alfoz,
donde
termina el maíz,
alguien con
camisa añil
y pinta de
ser atroz
masticaba
regaliz
zangoloteando
una hoz.
II
Chispeaba
el cielo ñublo.
Le entró
prisa al oficiante
y a falta
de tornavoz
diole
potencia a su voz
para que el
alma le oyera
allá donde
Dios la hubiera
y gozosa se
enterara
de que ya
nada la ataba
y que podía
partir
hacia una
vida mejor.
Una
vez dicho, entre todos,
como mejor
se apañaron
al muerto
en rastra llevaron
para
acercarlo hasta el pozo.
Como a un
chorizo lo izaron
y un
péndulo parecía
ora atrás,
ora adelante
quien fuera
un mozo runflante.
Bajábanlo
poco a poco
entre los
cinco compaños,
mas la
preñada rompió aguas
y del
susto… lo soltaron.
Oyose al
fondo un estruendo
cuando pegó
en los escombros
y luego
todos gritaron.
Hasta
Maruxa, la actriz,
que huía
del lobo feroz
y volvía del
maíz.
Y en aquel
carro forcaz
en que
trajeron al muerto
antes de
hacerse de noche
se preparó
el nacimiento.
III
Ya
chirleaban los teros,
ya rumiaban
las vicuñas,
ya se veía
el lucero,
ya
chozpaban los corderos
y de choz
una zampoña
sonó para
el pequeñuelo
que acababa
de nacer
y
envolvieron en pañuelos.
¡Ay! De tan
feo como era,
parecía un
demoñuelo.
Bajo el
techo de cañeta
repican las
tarrañuelas.
Arma bulla
la zanfoña.
Zambombas y
panderetas.
En la peaña,
un cuñete
es bañera
del pequeño.
Su oronda y
tazaña madre
quiso
llamarle Parmenio,
por ser el
santo al que un día
arrojaron a
un pozuelo.
El ñecudo
albañalero
y la
cimbreña Maruxa,
dando
cañazo a la madre,
bailan al
son de un bolero
en la
cabaña de Iñaki,
mientras
Begoña hiñe masa
para hacer
unos buñuelos.
Maruxiña
les miraba
y su bebé dormitaba,
cubierto
con un babero
en una cuna
que hicieron
con unos
brazados de heno.
El padre
del yermo reza
en medio
del gallinero.
Lueñe suena
triste un huaiño,
Begoña fríe
pestiños.
La llicta
está en el puchero.
Fuera se
entuña, abrotoña
todo lo que
tiene verde.
Dentro, se
cogen cariño
el ñecudo y
la cimbreña.
Maruxiña es
la morriña
con su
corazón de duelo.
El fraile
con aire pechoño,
ajeno a la
rebujiña,
desacompaña
a la peña,
rebañando
la escudilla.
Coge unas
cuantas ciñuelas,
un puñado
de briñones
y marcha de
la cabaña.
Fuera hace
fresco. Chispea.
Los demás…
charran y charlan
con coña
churrupean,
chufletean
chinglan,
chufan y chismean,
regañan,
chiflan, chatean,
chingan,
chirlan y chotean,
chacotean,
chismotean,
chocarrean,
cachañean.
Comen como
sabañones.
Embuñegan.
Chucanean.
Algunos
duermen la moña.
Sueñan,
gimen o llantean.
IV
El cañacoro
perfuma.
La
pitahaya, marchita.
El
solitario ermitaño
retiñe una
campanilla.
Inescudriñable
ha el rostro.
Sus
chancletas le endeliñan
al pozo
donde está el muerto.
Un picaño
lugareño,
con una
camisa añil,
amenázale
con su hoz.
El padre
del yermo corre
a
esconderse entre las breñas.
El otro
también se embreña
con la
intención de dañar.
El fraile
intenta engañarle
con una
restañasangre…
de dudosa
identidad.
Y cuando
aquella carroña
a
socaliñarle va,
saca el
fraile un puñalejo
y con maña
obliga al otro
a no
turbarle la paz.
Con mirada
desdeñosa,
diose la
vuelta el pendejo
escupiendo
entre dos piños.
Mascullaba
cualquier cosa.
V
Empieza a
chaparrear.
Gruñe de
choz el verraco.
Los pájaros
ya no chían.
Los
corderos ya no chospan.
Los chotos
van a chotar.
En el
cuarto paredaño
al que
tiene la cocina
sobre un
vetusto bargueño,
que antaño fue
de un godeño,
en donde
guardan sus doñas
los dueños
de la cabaña
chafan
corpiño y pañetes,
se
intercambian cirigañas,
entrañizan,
coquetean,
desapañan,
escarcuñan.
Gimen,
quillotran, se entrañan,
demuestran
su amor con saña
el moñista
albañalero
y la
marañosa actriz.
Ya saciada
de cariño,
escapa con
triquiñuelas.
Ríe, se
empaña el espejo.
Acerca el
aguamanil,
llena de
agua la jofaina
gris,
verdemontaña y añil.
Se lava.
Retoca el moño.
Luego,
reciñe la saya.
Él muestra
un aire hazañero
cuando,
bajando el peldaño,
entra en el
cuarto aledaño
preparándose
un cigarro
con ademán
altanero.
EPÍLOGO
Begoña e
Iñaki cada año
llevan
brezos, arañuelas,
zinnias,
rosas y azucenas
al pozo
donde está Antón.
Por los demás
preguntaron.
Muñidores y
marañeros
escarcuñaron
sus vidas:
Del hombre
de añil camisa,
nadie les
pudo dar fe.
Maruxiña,
cuando curó
la morriña,
empezó a
usar miriñaque.
Cuentan que
se alfeñicó
al llegar a
encariñarse
de un
doñeador burgueño,
que piñoneó
bastante.
Plantolo
por ser gruñón.
¡Con uno
tuvo bastante!
Su pequeño
fue adoptado
por matrimoño boyante.
Llevábanle
muy aliñoso.
Creció
chalado, miñambre.
Chiroteaba
de niño.
Chivateaba.
Era malo.
Malo
como vedegambre.
Luego, ya
veinteañero,
chicoleaba
a casadas,
chicoteaba
a su chófer,
chanchullaba
con peristas.
Lleno de
rabia y ponzoña
chantajeaba
a sus padres
que
acabaron domeñados
por aquel
hijo del hambre.
Maruxa y el
albañalero,
que eran
aves de rapiña,
contrajeron
matrimoño.
A incautos descañonaron,
inventándose
patrañas.
Después se
desencantaron.
Desdeñosos,
regañaron.
Desengañados,
dañinos,
cizañeros,
sibilinos.
A voces,
desgañitados,
descariñados,
riñeron.
Siendo de
mala calaña,
de los
bienes que tenían,
en calidad
de condueños,
hicieron
arrebatiña.
Indomeñable,
la moza,
repintada y
peripuesta,
gazmoña,
fatua, enhiesta,
brinquiños
y miriñaques
y abanico
de calaña
paseó con
dignidad,
acariciando
puñetas
de prendas
de caridad.
El niño de
negros piños
fue con el
padre del yermo.
Caminan,
hacen caminos.
Son dos
buenos compañeros.
***************
Hogaño,
estas
extrañas hazañas
se
imprimirán en miñona
a la mayor
brevedad.
A grandes
rasgos reseño,
espero no
caloñar.
Acordeme de
ello un día
pues
preparando el guiñol,
un mañoso
marañoso
rozagante y
muñidor
me vio
sacando de paños
títeres de
cachiporra
y coñón me
preguntó
si conocía
una historia
para
contarle esa tarde
a un godeño
soñoliento
aquejado de
migrañas,
un moñista
que camina
empuñando
su bastón.
Siendo
director de escena,
en
cualquier parte escudriña
buscando
siempre esa chispa
que sirva
de inspiración.
Di un
golpazo al teatrillo,
tiré todos
los muñecos,
cuando
recordé estos hechos
que, tal
cual, me relataron
en aquel
año de antaño.
Gustaron
mucho al señor,
y
escribirlos me encargó.