Los arrumacos por Pilar Torres Serrano
LOS
ARRUMACOS
Texto: Pilar Torres Serrano -Amigos Escritores y
Lectores-
Judit
acababa de entrar en la cafetería “El pasaje” para cumplir con la rutina diaria
de merendar un té rojo o verde con leche de avena y sacarina, acompañado de una
porción de bizcocho casero de almendras.
Había
pasado la sobremesa estudiando un examen de informática en la biblioteca
municipal y el cuerpo y la mente pedían a gritos un extra de azúcar.
Cuando
se sentó y pidió la consumición llegaron tres mujeres y de tres generaciones. Abuela,
hija y nieta. Judit era gran amiga de la abuela, Carmen, pues ambas fueron
durante bastante tiempo compañeras en un taller de manualidades.
Las
mujeres hicieron por sentarse al lado de Judit con distintos intereses: la hija
de Carmen deseaba que la amiga tuviera entretenida a su madre, que tenía con 87
años, y Carmen quería conversar con su amiga y pasar un rato agradable
recordando viejos tiempos.
Al
sentarse Carmen en la mesa de al lado, le dijo a Judit que pusiera el bastón en
la esquina de la pared y su amiga, presta, no dudó ni titubeó en ningún momento
en hacerlo. Ante este comportamiento de Judit, Carmen en voz bien alta dijo: «Eso
para empezar, ahí es nada» y su amiga, ante este comportamiento, dedujo que su
amiga debía andar un tanto falta de afecto y de atenciones amorosas al valorar
un hecho nimio con tanta pasión y alegría.
Vino
la camarera y las tres mujeres solicitaron distintos tipos de infusiones.
Aparentemente
todo era normal. Cuando llegaron los tés a la mesa de Carmen, esta miraba las
consumiciones y luego a su familia como queriendo decir «disfrutar de esto, que
son las pequeñas cosas de la vida la que dan sentido a ésta». Tenía una gran sabiduría,
aunque era analfabeta y nunca pudo estudiar.
Aparentemente
todo era normal, pero enseguida Judit se apercibió de la vulnerabilidad de su
amiga, quien le dijo en voz baja con gesto de pena, aunque con la intención de
que los demás lo escucharan «Cómo deliraba en el taller». Judit le lanzó una
sonrisa afirmativa queriéndole decir: «Ahora estoy bien». Carmen la comprendía
perfectamente.
Musitando,
Carmen comentó a su amiga, pasándose la palma de la mano por la mejilla de su
cara, lo bien que se lo pasaron en el tiempo que duró el taller de manualidades
y que nadie tuvo jeta nunca. Su amiga Judit respondió que era cierto.
Carmen,
con aire de preocupación, seguía hablando con su amiga y ahora decía, sin temor
a que fueran escuchadas por su familia: «Me quieren volver loca, pero no lo van
a conseguir».
La
hija trató de defenderse diciendo que su madre tenía principio de demencia
senil, lo que Judit no dudó, aun no notando nada, pero al no tener
conocimientos médicos ni lo podía afirmar ni lo podía desmentir.
Carmen
preguntaba a su hija ««para qué quieres
que venda» y añadió, dirigiéndose a su amiga, «ahí necesito ayuda». Su amiga,
tratando de ser lo más ecuánime y objetiva posible, le dijo que su hija quería
buscar a alguien que la cuidara y que su hija era buena, pero también un poco
bribona.
«¡Ah!»,
exclamó Carmen con firmeza, frialdad y, al mismo tiempo, con mucha tranquilidad
y serenidad, deseosa de escuchar qué decía su hija al respecto.
La
hija de Carmen musitó «soy una vividora» y Carmen volvió a repetir «¿y para qué
quieres el dinero?», cada vez más preocupada porque tenía que administrar su
patrimonio y, al mismo tiempo, era consciente de que, a esas alturas de la
vida, debía enseñar a su familia como se debe comportar rectamente una persona.
La
hija de Carmen, con una leve sonrisa, expreso: «para vivir y hacer delirar a …».
El nombre no quedó claro, pero Carmen cada vez estaba más preocupada. Se sentía
vulnerable y veía que su hija, de alguna forma, también lo era.
Carmen,
luego, se dirigió a su nieta y le dijo a bocajarro: «¿Y si te hablo del legado?».
La nieta calló educadamente.
Resultaba
increíble la sabiduría y lucidez de Carmen, cómo sabía defenderse frente al más
puro egoísmo de su hija, sobre todo, y, al mismo tiempo, ser indulgente con
ellas.
Cuando
Judit decidió que debía irse del bar le comentó a Carmen con dulzura: «Bueno,
yo pago y marcho» y Carmen respondió con una sonrisa pintada de carmín -Carmen
era una mujer muy guapa y presumida-: «Muy bien, me alegro mucho de haberte
visto».
Cuando
Judit se dirigió a la barra del bar a pagar la consumición, preguntaba la hija
a su madre Carmen: «¿Por qué quieres tanto a Judit?» y Carmen respondió: «Porque
cuando salíamos del taller de manualidades me cogía del brazo y bajábamos hasta
casa las dos agarraditas de la mano».
Era
evidente que Carmen había tenido una dura vida de ganadera y agricultura en el
campo y en el pueblo y que no había recibido demasiados afectos ni arrumacos,
pero, por el contrario, ella sí tenía un gran corazón y era capaz de dar amor
de forma generosa e inteligente.