Miradas por Pilar Torres Serrano

 

MIRADAS

 

Texto: Pilar Torres Serrano

 

La pareja se disponía a pasar unas maravillosas vacaciones con su caravana “Sun Roller” en la región italiana de la Toscana. Escaseaban los campings por esa región y, al final, encontraron uno muy bien ubicado en la localidad Di Murlo para conocer bonitos pueblos y ciudades cercanos como Florencia, Siena, San Gimignano, Montepulciano, Pienza, Volterra, Pisa…

Ella llevaba su medicación psiquiátrica, así que no tenía que haber ningún problema en salir fuera de España. Además, había advertido a su médico que iba a visitar Italia y este le había dado permiso.

Cuando llegaron al pueblo, se mostraron muy sorprendidos de la amabilidad y el espíritu colaborativo de los vecinos con sus comerciantes, de la solidaridad entre estos y de la armonía con la Iglesia Católica. Al pueblo no acudían demasiados turistas, pero a Luisa y Luis les gustaba, cuando viajaban, integrarse en la gente del país, de la localidad, ciudad o región que visitaban.

Al día siguiente de acomodarse en la caravana, con el toldo preparado gracias al empeño que ponía Luis -pues la caravana sin el toldo le producía una extraña fobia y le agobiaba, al ser su interior un espacio pequeño-, se dirigieron al pueblo con mezcla de curiosidad y aventura.

Precisaban ir a la farmacia a comprar un analgésico y entraron en la botica. Aunque los hablantes de las lenguas castellanas e italianas se entienden con facilidad, fue necesario un cierto esfuerzo y, a base de mímica, lograron comprar un analgésico sin receta médica.

Se fueron dando cuenta de que el pueblo disponía de pequeños comercios especializados en pan, carne, embutidos, pescados, zapaterías y también había tres bares… y que los vecinos compraban en todos ellos y así todos los comerciantes ganaban y se generaba un espíritu solidario en el pueblo.

Al terminar las compras matutinas, los vecinos iban a la iglesia -pues el monaguillo ya había tintineado la campana las veces correspondientes- o, los no creyentes, se iban al bar a tomarse un refrigerio hasta la hora de la comida.

Luis y Luisa cargados con sus compras apostaron por descansar primero en bar de la plaza mayor donde reinaba la armonía y la charlatanería y después, descubriendo el pueblo, entraron en otra pequeña cafetería de una plazuela esquinada y medio escondida frecuentada por gente más joven.

El pueblo estaba construido en piedra de color rosado como la mayoría de los pueblos de la Toscana, con toques de elementos arquitectónicos clásicos, para dar a las casas de hoy una sensación de la Europa del Viejo Mundo. La Toscana está construida con tejas de piedra caliza, travertino o mármol y terracota.

El mayor placer que tenía Luisa ese primer día de camping era tomarse un cappuccino con canela o chocolate. Siempre fue muy cafetera y este tipo de café la volvía loca. Así, mientras que Luis se quedó tumbado en la caravana sintonizando la radio italiana para ir familiarizándose con el idioma, Luisa cogió la bolsa de la piscina, un monedero, el móvil y un libro fresco de verano sobre un amor romántico y se fue a la cafetería de la piscina. La empresa del camping era familiar. Todo estaba lleno de turistas, dentro del agua o tomando el sol, pues hacía un día envidiable. Había personas de todas las nacionalidades, sobre todo, europeas: suecas, inglesas, francesas...

Al llegar a la barra del pequeño quiosco vio a dos camareros. Uno de ellos le dijo al otro que la atendiera. Se trataba de un chaval bien parecido, pero bastante menor que Luisa, rondaría los 25 años. Luisa era muy guapa, tenía cara de nena y unos grandes ojos verdes azulados con un aro de color violeta e irradiaba una gran sonrisa. El chaval era muy seductor. Imposible resistirse a sus encantos. Y entonces ocurrió lo inesperado. Ella se dejó seducir, con las miradas enfrentadas. Él le preguntó en italiano, con una bonita sonrisa, qué quería tomar, y ella contestó en castellano que un cappuccino con canela. Hubo comunicación. Luisa estaba en un estado casi psicótico, ilusorio, con la realidad distorsionada por la mirada de ese chico y se fue hasta una mesa de la cafetería a tomar el café y leer el libro. Al rato se fue a la piscina. Parecía que se le había olvidado la seducción y volvía a pensar en su marido.

Nunca supo cómo se llamaba ese chaval, pero en los quince días que estuvieron en la Toscana le hizo feliz. Quizás fue un amor de verano, o no llegó ni siquiera a eso y solo fue una atracción profunda. Lo cierto es que, de todo ello, solo se quedó con una palabra que él le pronunciaba:  «ecco», palabra que sigue diciendo a Luis con un dolor cada vez menor y hacia ella misma como clave de complicidad por su poliamor, porque la seducción todavía continuará mientras, en la distancia, no olvide su mirada… aunque es consciente de que, probablemente, a no ser que vuelva allí, nunca le volverá a ver más.