Retratos por Mar Cueto Aller


RECUERDOS DE MI MADRE
Capitulo I
DESPEDIDA HACIA EL EXILIO


Aunque hoy se suele ver a los refugiados como una amenaza capaz de perturbar la estabilidad de un país. Sea bajo el punto de vista de la economía, el trabajo o la seguridad pública. Hubo un tiempo en que la visión de muchos pueblos era muy diferente. Acoger a los refugiados no se veía como una carga sino como un deber moral y un orgullo patriótico. Me refiero a los tiempos en que España estuvo dividida en dos bandos mortales. Uno que quería cambiar y evolucionar para aumentar la calidad de vida de todos los seres humanos, independientemente de sus diferencias de sexo o de posición. Y el que prefería que los cambios y las evoluciones se limitasen a unos pocos más favorecidos y para los demás las cosas siguiesen igual. No voy a entrar en la polémica de juzgar quiénes se portaron mejor y quiénes hicieron lo contrario. Todos sabemos que en ambos bandos hubo gente encomiable y por desgracia también manzanas podridas que enturbiaron la labor de sus compañeros.

Por aquel tiempo se establecieron puestos de armamentos llamados por la gente sencilla polvorines, que ponían seriamente en peligro la integridad física de numerosos seres inocentes. Afortunadamente, también en algunos casos prevaleció la cordura y se hicieron campañas de salvamento a pequeña escala o masivas. Todas son dignas de mención. Pero las más recordadas y admiradas son las que ayudaron al mayor número de mujeres y niños a conseguir la salvación. No se hubiesen podido llevar a cabo sin la colaboración de las autoridades de algunos países como Rusia y Francia que son los que más atañeron a algunos de mis familiares. Aunque también hubo quienes para huir de la barbarie cruzaron el charco y se dirigieron a Argentina o se fueron a Hacer las Américas, como solían llamarlo para despistar al bando enemigo. Muchos recuerdan todavía la llamada Expedición de los niños a Rusia. Tal era el caso de Gloria, una prima de mi madre, que junto con su hermana Chelo iban a ser dos de las niñas que se embarcaron hacia la URSS. Aunque no pudieron llegar juntas porque la pequeña a la hora de subir al barco se escapó corriendo y se escondió hasta que lo vio partir. Por esa razón se tuvo que quedar con sus tíos, ya que su madre estaba enferma terminal y no podía cuidarla. Mientras que Gloria, que se fue como pequeña exiliada, obedeciendo a sus padres consiguió adaptarse al nuevo país. Llegó a estudiar la carrera de ingeniería industrial muchos años antes de que en España se permitiera a las mujeres, aunque tuviesen las facultades necesarias, cursar esos estudios.

-¡Mamá, Chelo se escapa! Mira... no está subiendo al barco-dijo mi madre.
-¡Home va! ¿Cómo no va a subirse al barco y dejar sola a su hermana Gloria?-contestó mi abuela.
-¡Sí, mira cómo se dieron la vuelta los guardas esos! Corrieron hacia la gente pero ya han vuelto para ayudar a otros niños a subir al barco.
-No te preocupes, no creo que fuese Chelo. Mira Gloria, ya está en la barandilla, seguro que su hermana está con ella. No se la ve porque es más pequeña.
-Pero Chelo es la niña que se dio la vuelta. Ella no quería irse. Quería quedarse con nosotros.
-Ya lo sé. Pero ya la dijimos con todo el dolor de nuestro corazón que no tenemos sitio, que ya estamos bastante apretados en casa, con todos los que somos y con el huésped.
-Sí, pero ella decía que quería quedarse en casa de la tía María, como no tiene hijos, para estar cerca de nosotros
-Ya lo sé, y ya le dijeron a la tía María que podía quedarse con ellas y así estar más acompañada, pero dijo que ella no quería la compañía de dos mocosas y que si se quedaban con ella que tendrían que trabajar de lo lindo, para ganarse el sustento, porque no quería holgazanas. Asique todos pensamos que estarán mejor en Rusia.
-Pues Chelo se ha escapado. Ella decía que no le importaba tener que trabajar...
-¡Qué sabe ella lo que es trabajar! Pobre niña... ¡Anda y no digas tonterías! Mira cómo Gloria nos grita algo para despedirse.
-¡Con ese ruido no hay quien la oiga! Seguro que nos está avisando de que se ha escapado Chelo.
-¡Calla, anda! Y diles adiós con la mano, que ya se aleja el barco.

A los pocos minutos vieron llegar a la niña pequeña corriendo y abriéndose sitio entre el gentío. Con los ojos llorosos y una sonrisa de alivio al ver que aún no se habían marchado.

-¡Pero tú que haces aquí?-le dijo mi abuela, muy sorprendida, a la prima de mi madre.
-Yo no quiero irme, yo quiero quedarme con Gelina. Si tengo que trabajar para vivir en casa de la tía María, para estar cerca de vosotros, pues no me importa...

Para Chelo resultaba más traumático separarse de mi madre que de su hermana. Ya que ambas tenían la misma edad y personalidades más semejantes. Gloria era más seria, quizás porque al ser más mayor se daba más cuenta del drama que vivía su familia al estar tan grave su madre. Por su parte, Chelo era más juguetona e inocente y disfrutaba mucho cantando, bailando y riendo junto con su prima.

A la tía María no le hizo gracia tener que ocuparse de su sobrina. Pues no le gustaban los niños ni de visita. Aún así, no se negó a cuidarla. Aunque sí cumplió su amenaza de hacerla trabajar como si fuese una adulta. No contenta con hacerla participe de las tareas domésticas, también la encargaba que ayudase a su tío en sus trabajos de la huerta y del cuidado de los animales. Pues él no tenía mucho tiempo, ya que trabajaba también en la mina. Chelo nunca se quejaba y parecía incansable pese a ser tan pequeña y que esos trabajos se consideraban, por aquel entonces, de hombres y no muy adecuados para una niña o una señorita. Afortunadamente, mi abuela y mi bisabuela se encargaban de interceder por ella para que la tía no abusase demasiado. Y apelando a que querían contribuir con sus gastos la invitaban a merendar y a confeccionarle toda la ropa que necesitaba. Ella debía de pensar que lo que querían era que la niña la ayudase aprendiendo a coser y a hacer las tareas. Pero lo cierto era que al taller de costura de mi abuela solo entraba a que le tomasen medidas para hacerle los vestidos e incluso solía merendar con su prima en la calle. Mientras tanto, jugaban a la comba, al cascayu, o a cualquiera de los juegos que practicaban al aire libre las niñas para socializar, hacer ejercicio y divertirse. Lástima que les duró poco tiempo el disfrutar juntas de la infantil diversión ajenas a la barbarie que se fraguaba a su alrededor. Cada día eran mayores los dos polvorines que amenazaban con destruir el pueblo y tuvieron que ser evacuadas a lugares más seguros.

Mi madre, junto con la suya y dos de sus tres hermanos, para no correr el riesgo de estallar junto a uno de los malditos polvorines, tuvo que exiliarse y se fue a vivir primero a Barcelona, donde estuvo alrededor de un año y luego, cuando allí corrían tanto peligro como en su pueblo, a Francia.

Mar Cueto Aller