Coronaveros por Luis Parreño Gutiérrez
SUSURROS EN CUARENTENA
En la noche silenciosa
cuando hasta duermen los gatos
percibí tenue murmullo
y me detuve a escucharlo.
Qué pasará compañero
que llevo sin ser calzado
va ya para mes y medio
en éste armario guardado.
No sé, tampoco lo entiendo,
antes siempre en la mañana
a mí también me calzaban
¡juro que no sé qué pasa!
No quejéis de vuestra suerte
que a mí llegado el otoño
me encierran y hasta el verano
nadie calza mi contorno.
Así de éste modo hablaban
dentro de mi zapatero
los calzados que tenía
guardados con tanto celo.
Unos y otros decían
que echaban mucho de menos
hasta los días de lluvia
en que se mojaban ellos.
Incluso confabulaban
para salir en silencio
y ver si quien los calzaba
sigue respirando, inquietos.
La duda arruga las pieles
de los pulcros mocasines
y destiñe los cordones
que abrochan esos botines.
Y un sentimiento de odio
alcanza a las zapatillas
pues son las únicas ellas
que calzan de noche y día.
Hartas estamos nosotras
no sé por qué tanta envidia
si antes éramos descanso
hoy nos usan sin medida.
Entonces ¿qué está pasando?
Que la falta de salidas
nos está volviendo locos
resecando las plantillas.
Apenado por sus voces
en medio de oscura noche
decidí que aquel desfase
había de tener un broche.
Y a la mañana siguiente
cada pie con un zapato
y
dando cortos paseos
el pasillo caminamos.
No importa si en el derecho
llevo un tenis abrochado
y en el izquierdo un botín
de brillos acharolados.
Tampoco si al caminar
parezco algo cojitranco
lo importante es ayudar
a quien mal lo está pasando.
No vaya a ser que mañana
cuando a la calle salgamos
se nos olvide el placer
de calzar unos zapatos.
Y vayamos al gimnasio
en cómodas zapatillas
pues tanto encierro fatal
nuestro entender obnubila.
¡Ay! Cuarentena maldita
que sin vivir emociones
y sin probar el alcohol
nos crea alucinaciones.
Para el colectivo de Amigos Escritores